Todo cambió de un segundo a otro, como si una tormenta hubiera aparecido repentinamente y arremetiese sin ninguna clase de piedad.
Ante mis ojos se encuentra alguien quien ha dicho palabras que al escucharlas pareciesen que fueran meros delirios de un lunático, mas ahora tienen sentido para mí.
—¡Bastardo! —grito de manera colérica—. ¡Tú, tú eres el que me ha llevado a esto! —Mi mente ordena esta lluvia de pensamientos, pero mis instintos más básicos me dominan—. ¡Te haré sufrir hasta que desees morir! ¡»Iniciación del Vinculo»!
Lo comprendo, es una idea vaga pero ya tengo una idea en general de lo que ocurre. Esto tiene sentido si lo complemento con la historia de Jhúvuldar. Me es difícil de asimilar, sin embargo, la rabia efervescente que hierve mi sangre logra que acepte esta teoría sin dudarlo.
Elevo mi mana aún más, ya todo raciocinio ha dejado mi mente.
Al ver mi actuar, la sonrisa de quien está frente a mí, desaparece.
—Es una lástima, aún no logras controlarlo, me he dejado llevar por la esperanza sin… —Sus palabras son enmudecidas sin razón aparente, me observa de pies a cabeza, es entonces que vuelve a sonreír—. No, puede que no haya sido un error. ¿Cuál es el límite de tu asimilación?
Mi ira se acrecienta ante su actuar despreocupado, siento que se está burlando de mí. Abro mi boca para insultarlo sin medida mientras sigo elevando mi mana, pero es en ese momento que un llanto aparece.
—¡Mami, papi, tengo miedo!
Por el rabillo de mi ojo logro distinguir una figura, es un niño de la raza Rakshasa. Aquel pequeño se encuentra sin nadie cerca de él, mientras lágrimas y mocos acompañan su semblante agónico. Aterrado y confundido, grita a viva voz buscando a sus padres. Trata de secarse las gotas que caen desde sus párpados, sin embargo, estas no se detienen. Ante esta imagen es que logro reaccionar a mi alrededor.
No es solo aquel pequeño quien está presente. Cientos de inocentes quedan perplejos sin saber cómo reaccionar, algunos corren desesperados de nosotros, otros quedan congelados y solo observan, con una mirada que grita que deben de escapar.
Pese a la explosión desmedida de cólera que me domina, logro controlarme ante el actuar de quienes nos rodean, pero esta «piedad» solo florece en mí. Como si fueran menos que insignificante polvo, él eleva su mana sin miramientos. Haces de energía se dispersan hacia el mar de mal afortunados espectadores. Un escalofrío recorre mi espalda y es entonces que estabilizo rápidamente mis flujos, retrocedo un par de metros en menos de un segundo y estiro mis manos.
—»Barrera… —No, una simple barrera no será suficiente—. Nivel 10″.
Una pared transparente de tintes celestes emerge desde mi interior y se expande varios metros a mi alrededor, pero no es una mera barrera convencional. Creo una centena de capas apiladas una tras otra. Al instante en que uno de los rayos erráticos entra en contacto con la primera capa, es que puedo sentirlo al completo. El sonido chirriante del mero impacto de su mana contra mi hechizo es ensordecedor, mis huesos y músculos gritan de dolor, esto acompañado con la destrucción de varias barreras, es como si cientos de cristales se fracturasen en un segundo.
Con esto es que finalmente el caos se apodera de este lugar.
—¡Corran! ¡Llamen a los Guardianes de Zona! —grita una mujer, la desesperación hacen acto de presencia en su rostro.
—¡Muévanse, dejen de estorbar mierda! —Sin ninguna clase de miramientos, un minotauro aparta de un golpe a un pequeño grupo que se había tropezado y no le permitía escapar.
—¡Están locos, todos moriremos! —brama un alto enano de cuerpo robusto, hasta que su voz carraspea al final, incluso unas gotas amarillentas se asoman de manera tenue en su pantalón.
El suelo vibra a tal nivel que cualquiera pensaría que está en presencia de un terremoto, el sonido reverberante solo es un agregado más a lo que puede percibirse. Los edificios crujen y exhalan polvo de sus estructuras, algunos comienzan a ceder ante las prominentes grietas que emergen desde cada pared. Las baldosas del suelo estallan y con ello varios tienen la desdicha de tropezar y ser pisoteados por la ya incontable masa de otros aterrados presentes.
Por mi parte trato de resistir el embate de su abismal poder, los haces de mana materializados en forma de rayos de energía pura comienzan a penetrar hasta las últimas capas de mi hechizo. Aprieto los dientes y sofoco tanto el dolor como la desesperación que me grita que debo rendirme. Pese a la compleja situación, mi mente no está centrada en mi enemigo.
—Mami… papi… vengan rápido… —Ha dejado de gritar, ahora solo susurra para finalmente llorar sin control. El pequeño Rakshasa que me hizo regresar cede y sus rodillas tocan el suelo, cubriéndose los oídos y manteniendo los ojos cerrados. Lágrimas y mocos acompañan su clara desesperación.
«Resiste, resiste. ¡Resiste maldita sea! ¡Debo alejar a este bastardo de los demás! ¡Resiste y encuentra una puta solución!», por más que mi cabeza busca una salida, lo sé muy bien.
Al ver como estas dudas se reflejan en mi semblante, él comienza a caminar. Basta solo un paso para que una de mis rodillas toque el suelo, otro paso más y el sonido estridente de mi barrera es prueba de que está a nada de ceder ante él, hasta que ocurre, ha llegado a la última capa, con ello viene acompañado el desgarro en múltiples zonas de mi hechizo. Me observa sin despegar la mirada, no, él fija sus ojos en quien tengo a mi espalda.
—Sabes perfectamente que debes hacer —declara con una calma absoluta-, no necesitas mentirte.
El pequeño logra sentir las intenciones de este sujeto, puede apreciar la muerte a su corta edad, y ahora lo observa con desdén. Soy imbécil, la respuesta era obvia, pero de alguna manera no lograba encontrarla. Primero debo de olvidarme de los demás, aunque no los sacrificaré.
Antes de que lograra a encontrar esta solución, hubo alguien más que me ayudó a obtenerla, es la segunda vez que ocurre en estos tortuosos segundos.