El Gran Viaje

Entre Lágrimas y Ruinas

Capitulo 1

Una mañana al despertar, el sonido del viento en mi ventana anunciaba la llegada del verano. Hacía mucho calor dentro de casa, así que salí al patio. Mi hermano estaba ahí.

—¿Qué tal te va? ¿Nuestros padres ya despertaron? —pregunté, medio adormilado.

—Sí. Fueron al mercado de madrugada. Pero tranquilo, llegarán tarde o temprano —me respondió, despreocupado.

—Está bien. El desayuno ya está listo… además, tenemos partido de soccer a las diez. Hay que apurarnos...

No terminé la frase.
Una gran luz blanca cegadora nos envolvió. Y luego, un golpe seco contra el suelo. Sentí cómo el mundo se rompía. Las paredes cayeron en escombros sobre mi hermano y sobre mí.

No sé cuánto tiempo estuve inconsciente. Desperté —¿al día siguiente, tal vez?— vendado de pies a cabeza: piernas, brazos, cabeza… me parecía una momia. Incluso me reí por dentro, creyendo que todo había sido un mal sueño.

Pero no.

La habitación estaba a oscuras. No había luz. La luna apenas se dejaba ver entre las nubes. Intenté incorporarme, confundido, pero me detuvo una voz que reconocí de inmediato.

—Al fin despiertas... Pensé que no lo harías nunca —era mi hermano.

—¿Estás bien? —pregunté, aún mareado.

—Solo me duele un poco el ojo —dijo señalando el vendaje que cubría su rostro—. Y las manos… pero estoy bien.

—¿Qué pasó?

—No lo sé. Solo recuerdo la luz… y después nada. Tal vez fue una bomba. Nos salvamos de milagro. Yo no perdí el conocimiento, así que te desenterré como pude. Por eso tengo las manos así.

Lo miré sin poder contener las lágrimas.
—¿Y mamá? ¿Y papá?

Bajó la mirada.

—Tal vez están heridos, tal vez nos buscan. Hay que mantener la calma —me dijo, aunque su voz no sonaba convencida.

Esa noche no dormí. Pensé en todo: en lo que habíamos hecho juntos, en lo que nunca dije, en los momentos que ya no volverían. El cansancio me venció justo antes del amanecer.

Pero cuando llegó la luz del sol, hubiera preferido seguir a oscuras.

Lo que vi era peor que cualquier pesadilla: casas convertidas en ruinas, edificios colapsados, humo por todas partes. A lo lejos, algunas zonas seguían ardiendo.

Me quedé sin palabras.

—Ayúdame con esto —dijo mi hermano, rompiendo el silencio.

Había recogido algunas sábanas para improvisar una mochila. Dentro había latas de atún, sardinas, jugos de naranja y otras cosas que logró rescatar de lo que quedaba de nuestra casa.

Solo entonces me di cuenta: nuestro hogar ya no existía.
Era un montón de ladrillos, hierro y recuerdos.

—¿De verdad tenemos que irnos? ¿Y si alguien viene a buscarnos?

No hubo respuesta.

Y en ese silencio entendí la verdad: estábamos solos.
Muy solos.

Respiré hondo. Tragué las lágrimas. Y seguí a mi hermano. No sabía a dónde íbamos, pero confiaba en que él sí lo sabía.

Así comenzó nuestro viaje.



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En el texto hay: juvenil, postapocaliptico, supervivencia.

Editado: 15.05.2025

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