Capitulo 2
La primera dirección que tomamos fue hacia el mercado del pueblo. Pensábamos que tal vez podríamos encontrar algún rastro de nuestros padres. Caminábamos en silencio, y en mi mente no dejaba de repetirse una pregunta: “¿Seguirán con vida?”
—Tal vez se salvaron… —murmuraba para mí—. Si vienen por nosotros, seguro los encontraremos en el camino…
De pronto, una voz quebró el silencio.
—¡Ayuda! —gritaba alguien, con desesperación.
No sabíamos de dónde venía, pero era claro que estaba cerca. Mi hermano fue el primero en reaccionar; el llamado venía de una casa destruida a pocos metros de nosotros. Corrimos hacia el lugar sin pensarlo. No sabíamos cómo actuar, pero gritamos al unísono:
—¡¿Dónde estás?! ¡Vinimos a ayudarte!
—¡Por aquí! —respondió la voz entre llantos—. ¡Estoy en el garaje, dentro de una camioneta!
Era una niña. La encontramos atrapada dentro del vehículo, con los escombros bloqueando las puertas. Había pasado todo ese tiempo encerrada y sola. Nos tomó casi medio día rescatarla, cavando con las manos, quitando piedras y madera como podíamos. Pero lo logramos.
En cuanto salió, corrió entre los escombros de su casa gritando los nombres de sus padres, llorando con desesperación. Mi hermano fue tras ella y la tomó del brazo con firmeza.
—¡Tranquila! —le gritó—. Si entras, la casa puede venirse abajo.
Pero no podía calmarse. Su dolor era tan profundo que me contagió. No pude evitar pensar en nuestros padres. ¿Y si ellos también estaban muertos? Sentí un nudo en la garganta.
Y entonces...
—¡YA BASTA! —gritó mi hermano con la voz quebrada—. ¡Tienen que aceptarlo!
Después de eso, el silencio lo envolvió todo. La niña simplemente se desplomó. Estaba exhausta… deshidratada, sin fuerzas, sin comida.
Cuando despertó, le dimos agua y algo de comer. Tenía la mirada perdida, el rostro demacrado. Su dolor era visible, así que me acerqué con suavidad, tratando de hablar con ella.
—¿Cómo te llamas?
—Zahorí… —susurró.
Era hija única. Nos contó que ese día su familia planeaba salir de paseo. Ella había subido primero a la camioneta, mientras sus padres preparaban las maletas. Fue entonces cuando todo sucedió. La explosión. El caos. Ella sabía que sus padres seguían dentro de la casa en ese momento… y volvió a llorar.
Mi hermano se presentó, buscando cambiar el tema.
—Soy Jhon —dijo.
—Y yo soy Andy —agregué.
Le contamos que éramos hermanos y que también estábamos buscando a nuestros padres. Luego le preguntamos si quería venir con nosotros, pero Zahorí no podía dejar su hogar. Aún no. Era demasiado pronto para soltarlo todo.
Además, estaba oscureciendo, así que decidimos quedarnos esa noche con ella. Hicimos una fogata y nos sentamos alrededor. Jhon preparó algo de comida al fuego y compartimos lo poco que teníamos. Entre anécdotas y risas apagadas, nos hicimos amigos.
Descubrimos que Zahorí estudiaba en mi escuela, pero estaba en un salón diferente. Por eso no la había reconocido. Jhon ya estaba en segundo año del colegio, así que, como el mayor, era quien tomaba las decisiones importantes.
Esa noche, él decidió hacer guardia mientras Zahorí y yo dormíamos. No sabíamos qué peligros podrían aparecer de la nada: personas, animales… o algo más. La noche era incierta.
—No podemos bajar la guardia —dijo en voz baja mientras el fuego crepitaba.
Y entonces, me dormí profundamente.