El Gran Viaje

Duras Decisiones

CAPÍTULO 8

DURAS DECISIONES

La noche pasó muy rápido, así que desayunamos bien y nos preparamos para otro día de caminata. Comenzamos a buen ritmo. Zahorí y Samanta encontraron unas llantas que todos íbamos empujando por el camino para entretenernos. Tal vez eso hizo que fuéramos más rápido, ya que cerca del mediodía el calor parecía aumentar y el clima se hacía más húmedo. Mi hermano decía que estábamos casi a mitad de camino por una formación rocosa donde todos los buses pasaban muy despacio, pues había un gran precipicio de un lado de la carretera.
—Mientras no nos acerquemos a la orilla no habrá peligro —pensaba entonces. Pero estaba equivocado. Alguien nos ha estado siguiendo todo este tiempo.

Karin fue la primera en divisarlos. Eran los tipos del parque, aunque ahora solo eran dos. Estaban en bicicletas que seguramente encontraron en el camino, así que se aproximaban rápidamente. Aunque tratamos de correr, pronto nos alcanzaron. Aparte de ser más grandes, esta vez estaban armados. Uno de ellos se dirigió a nosotros con la solicitud más absurda que nunca habría imaginado.
—USTEDES, niños, no tienen oportunidad de sobrevivir solos. Les ofrezco un trato: júntense a nosotros y tendrán a una de las chicas para ustedes...

Tan absurdo fue lo que dijo que provocó la ira de mi hermano y, en general, la de todos. Éramos superiores en número, pero ellos tenían una pistola y el otro un gran cuchillo.

Karin y mi hermano se pusieron enfrente de todos y nos pidieron que nos alejáramos.
—No dejaremos que les pase nada malo. Andy, tú debes cuidar de ellas si algo nos llega a pasar...

Las palabras de mi hermano me helaron el cuerpo, pero sabía que poco o nada podríamos hacer contra un arma. Así que corrimos y nos escondimos detrás de los muros de contención que tenía la carretera. Era muy peligroso, pues podíamos caer al vacío, pero si nos disparaban, estaríamos protegidos. Desde ese lugar observaríamos la situación.

Los tipos nos gritaban que nos detuviéramos, pero no hicimos caso.
—No llegarán muy lejos. Primero acabaremos con este "héroe", y luego iremos por ustedes.

El tipo más grande apuntó su arma a la cabeza de mi hermano y lo obligó a arrodillarse. Karin seguía de pie a su lado, mientras el otro tipo le quitaba su mochila y el palo que llevaba en la otra mano. Le preguntó por última vez si quería hacer un trato o no. Entonces, en un rápido movimiento, él se lanzó sobre el arma y Karin sacó su navaja e hizo lo mismo contra el otro sujeto, quien no dudó en apuñalarla. Ambos cayeron al piso. La navaja de Karin apuntó directo al corazón del sujeto, matándolo, pero ella también cayó con aquel cuchillo en su estómago.

Mi hermano tuvo suerte, pues la pistola del otro sujeto no tenía balas, así que no pudo disparar. Una pelea se originó. Con superioridad de fuerza, el tipo grande golpeaba sin piedad a mi hermano, quien a pesar de resistir mucho, cayó al piso golpeándose la cabeza fuertemente y quedando inconsciente.

Pensé que estaba muerto y salté sobre el muro corriendo hacia él. No pensaba en lo que hacía, solo quería vengarme. Pero antes de que pudiera hacer algo, el tipo, de un fuerte golpe, me lanzó al piso y me levantó por los aires. Trataba de soltarme, pero parecía imposible. Me llevó hasta el borde del precipicio.
Este sería mi final, pensé entonces.

Me sacudí lo más fuerte que pude y caí al piso. El sujeto nuevamente se acercó a mí. Parecía un toro furioso que solo quería matarme. En ese momento, Karin apareció de repente y, con todo el peso de su cuerpo, se lanzó sobre él empujándolo al precipicio... junto con ella.

Me apresuré a ver el borde, pero nada podía hacer. Apenas se veía el fondo y la caída era muy profunda.
—¡Kariiiiiiiiiinnnnnnnnnn! —grité con desesperación. No lo podía creer.

En ese momento Zahorí llegó tras de mí para abrazarme.
—Ven, ayúdanos, tu hermano sigue con vida... —aquellas palabras me devolvieron un poco el aliento.

Corrí hacia él. Samanta le sostenía la cabeza sobre sus piernas y, aunque estaba sangrando y malherido, seguía respirando. Samanta estaba muy asustada, pero fue quien sacó de una de las mochilas algunos trapos y agua con los que limpió sus heridas. Por el fuerte golpe en la cabeza, estaba inconsciente.

Una vez que terminamos de curarlo, hicimos una camilla con algunos palos y unas sábanas que llevábamos en nuestras mochilas. Improvisamos un remolque con las bicicletas de aquellos tipos, pues sería muy difícil cargarlo.

Antes de irnos del lugar, todos recogimos algunas flores del camino y las lanzamos hacia el abismo, como una forma de despedirnos de Karin, quien fue nuestra salvadora. En todo este tiempo había sido casi como una hermana mayor para todos.

Me quedé un momento más mirando al vacío, esperando verla volver, escuchar su voz regañándome o sentir su mano en mi hombro… pero solo el viento contestó.

—Gracias, Karin —susurré.
No sé si me escuchaste.
No sé si te fuiste sabiendo cuánto significabas para nosotros. A veces te creías una sargento, otras veces eras la que más nos hacía reír. Pero siempre estabas ahí, cuidándonos… hasta el final.

Sentí los brazos de Zahorí rodearme, y luego Samanta se unió. Nos quedamos así, abrazados, por unos segundos que parecieron eternos.

Después, sin decir palabra, tomamos la camilla improvisada y comenzamos a andar. Cada paso dolía, como si una parte de nosotros se hubiera quedado allí, colgando del precipicio junto a los recuerdos.

El sol empezaba a bajar. Los árboles proyectaban sombras largas sobre el camino, y el viento traía consigo un murmullo extraño... como si el mundo mismo nos acompañara en este luto.

Caminamos en silencio. Éramos menos, pero estábamos más unidos que nunca.

Y aunque el miedo seguía presente, también lo estaba la promesa que nos hicimos aquel día:
Llegar juntos, o no llegar.



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En el texto hay: juvenil, postapocaliptico, supervivencia.

Editado: 22.05.2025

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