El recorrido se me había hecho interminable, entre tropezones y resbalones, caminaba sin desistir, avistando por fin zona abierta. Mi ser sintió paz en ese momento, lo había conseguido.
Hasta el día de hoy lo puedo ver muy claro en mi cabeza, aún recuerdo como esos enormes arboles se alzaban en dirección al cielo, flacos y sin hojas, rodeando aquel siniestro granero, ese que todavía veo en mis más profundas pesadillas.
Mis padres comenzaron a mirar alrededor, una y otra vez, como si algo los inquietara, como si se sintieran observados por el bosque, y sin hallar respuestas, se adentraron a aquella vieja construcción.
Debo confesar que en algún momento, yo también me sentí así. Trataba de mantenerme juiciosa, prudente en mi forma de caminar, y, sobre todo, alerta por si alguien o algo me quisiera sorprender.
Recorrí un par de metros hasta la puerta, me apoyé cuidadosamente, y puse la oreja para tratar de oír algo. Murmullos y más murmullos, fue lo que conseguí.
Me eché para atrás suavemente, con cuida de no crear ruido alguno. Levanté la mirada y entre la maleza, un pequeño hoyo, se dejaba observar en la esquina inferior izquierda de la construcción. Y si que fue de ayuda, desdé ese punto podía ver a mis padres y al reverendo, detenidos conversando, discutiendo quizá. Me mantuve acostada en ese lugar por unos cuantos minutos, mi nariz percibía de manera intima el olor a lodo fresco.
Mis padres estuvieron muy inquietos esa noche, no se si fue por que sospechaban algo, o se comportaban así siempre, pero eso no los detuvo, de todos modos, terminaron ingresando a la puerta subterránea, que se encontraba en parte mas interior del granero.
No sabía lo que me podía encontrar en aquel lugar, pero las dudas ya me habían abandonado. Caminé hasta puerta y lentamente la abrí, rogando por que no crujiera demasiado, y para mi buena suerte, así fue. Di pasitos leves y precisos, uno tras de otro, adentrándome cada ves al interior de ese lugar.
Inspeccioné detenidamente, la poca luz de la luna llena, se colaba por el maltrecho techo de madera, apenas dejándome visibilizar el entorno. Derecha,izquierda, arriba y abajo, y no había alguna señal de vida, solo unas cuantas sombras se dibujaban en mi rostro.
Fue la noche más fría que me tocó vivir. Hasta ahora sigo sintiendo como el frío atraviesa mis oxidados huesos, y como mi piel se va arrugando con la excesiva cantidad de agua y lodo.
Caminé y caminé, como si estuviera automatizada, apoyando una mano contra la pared, cada vez más cerca de la verdad, y de ese olor nauseabundo que desde hace un momento comencé a sentir. A pesar de que las huellas indicaban que habían tomado el camino de la izquierda, yo decidí tomar el de la derecho, supongo que fue instinto, y curiosidad por saber de dónde provenía aquel misterioso olor.
El corazón se me partió en mil pedazos, mi cuerpo se escarapelo del miedo y de la pena. Sentí una profunda angustia y depresión.
―¡Me quiero morir! ―exclamaba en mi cabeza repetidamente, sujetándome el cabello con las manos, intentando evitar que me volviera loca.
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