El granjero Paul y su esposa Joanna contemplaban la cosecha, fruto de meses de esfuerzo. La espera y el trabajo habían valido la pena. No es que los cuervos y demás aves hubiesen adquirido de repente un poco de sentido común, pero por alguna extraña razón aquel espantapájaros no había servido para nada. Fue fácil construirlo; un poco de ropa vieja, rellenarla de paja, una calabaza hueca a modo de cabeza y un sombrero de paja. Pensaron que este cuidaría de la cosecha y que las aves se alejarían al verle, pero no fue así. Los cuervos y demás pájaros no sólo se posaban en el inútil espantapájaros, sino que además defecaban encina de este. Y mientras acababan una y otra vez con la cosecha de maíces, el hombre que había prestado el dinero al granjero para su siembra venía de vez en cuando a cobrar no sólo el préstamo neto, sino los réditos. Paul y su esposa se vieron en grandes dificultades para cubrir el adeudo, pues su patrimonio que era la cosecha de maíces se había visto arruinada una y otra vez por los pájaros. Y el espantapájaros que no había servido de nada. Y el tipo del préstamo atosigando al matrimonio una y otra vez. Fue entonces cuando el granjero tomó una determinación, pues no podía cuidar la cosecha durante todo el día. Se suponía que ese era el trabajo del espantapájaros y no lo estaba cumpliendo. Así que era momento de cambiarlo. Poner a otro espantapájaros a cuidar el maíz.
El granjero Paul y su esposa miraban el cadáver del prestamista, el cual había sido colocado a modo de espantapájaros y este sí cumplía con su trabajo.
Fin
Editado: 10.02.2019