Al principio, Charlotte estaba eufórica con su nueva vida, pero pronto notó que algo fallaba. William era demasiado perfecto. Sus ojos estaban vacíos, carecía de iniciativa y solo vivía para complacerla. No era el William arrogante y apasionado que ella había amado; era un autómata.
"Tus ojos se ven vacíos", dijo Charlotte una tarde, incapaz de soportar más la perfección inerte.
"Mis ojos solo pueden mirarte a ti, no les pasa nada", respondió Julian, sin un atisbo de emoción.
Un escalofrío recorrió la espalda de Charlotte al escuchar esa respuesta ensayada. "No pareces el mismo de antes. ¿Te pasa algo?".
"Solo me pasa que estoy perdidamente enamorado de ti".
"Ya no suenas como el de antes, dime qué te pasa", insistió ella.
En voz baja, apenas audible, el falso William susurró: "Date cuenta que solo soy una marioneta".
"¿Qué has dicho?", preguntó Charlotte, pero él ya había cambiado el tono.
"Nada interesante, mi hermosa novia".
"Bueno...", dijo Charlotte, tragando saliva. "Vale".