Charlotte no podía ignorar la sensación de malestar. Bajó de nuevo al sótano y comenzó a investigar las notas del grimorio más a fondo. Devoró las páginas, y el horror se apoderó de ella: el hechizo no restauraba el amor; esclavizaba la voluntad. Creaba una "cáscara" vacía.
"¡Oh no, qué he hecho!", exclamó, horrorizada. "¿Y entonces qué es lo que vive conmigo si no es el William de verdad?".
De repente, una voz vacía y perfecta resonó desde la parte superior de las escaleras. "Charlotte, cariño, ¿dónde estás?".
Un escalofrío glacial le recorrió el cuerpo al escuchar esa voz. "En la cocina, ya voy para el salón", mintió, saliendo rápidamente del sótano para encontrarse con Julian en la entrada.
"¿Qué haces aquí abajo?", preguntó, intentando disimular su pánico.
"Te vine a buscar porque no te encontraba en la cocina. Vámonos ya...", respondió él, tomándola de la mano con una fuerza impersonal.