El grito de las codornices

III

Éramos cientos, ajenos de lucidez o razón

Juntados a la fuerza por los sacerdotes

Que ferozmente nos quitaron la vida

Y nos hundieron con melancólicas palabras

De dioses muertos

A las aguas de lo profano.

Y por allá, en una esquina lejana

Se encontraba ella

Ausente de vida o de amor

Ambigua e insensata

Era solo un trigal más en su vasto molino.

Sus ojos eran extraños,

Carecían de viveza y eran morados

Su austero rostro era el terreno fértil de mis miradas cautelosas

Acostumbrada, quizás, a las miradas furtivas de los salvajes

Permanecía inmóvil, como asustada.

Inexpresiva y fiera se encontraba frente a mí

Ignorante de mi existencia, y mis tulipanes

Y yo, frente a ella, encontré el origen de las diosas.

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.