El grito mudo (proceso)

CAPÍTULO X "Pasado"

PASADO

WEYLAND

-La vi por primera vez en aquel escenario: agarraba el micrófono con sus dulces dos manos y dejaba caer palabras de su boca mientras se movía lentamente a cada lado. Me encontraba ahí por pura casualidad, llovía y nuestro profesor nos refugió en el auditorio del colegio, y fue allí donde la vi por primera vez.

Su castaño cabello descendía por su hombro, se llamaba Aitana y cantaba para ensayar el concierto de Navidad que se celebraría el día siguiente.Su piel era blanca y su voz tan dulce que temblé al oirla.

Me enamoré al instante y durante varios días no me digné a dirigirle la palabra, pues apenas podía ni mirarla del terror que sentía al poder ser rechazado.

Aún recuerdo la primera vez. La primera vez que hable con ella, que temblaba y sudaba como nunca yo lo había hecho. La primera vez que la abracé en la puerta de su casa cuando era ya de noche o incluso cuando bailamos por primera vez en la sala de espera del hospital tras haberme roto el hueso del hombro antes de tener lo que sería nuestra primera relación sexual, la cual se pospuso hacía la noche siguiente.

Es fácil recordar cuando nació nuestra primera hija, y después la segunda.

También recuerdo sostener el cadáver de la chica de la que me enamoré cuando era joven, y también el de mis dos hijas.

ANGELA

-Llevo varios minutos observando el agitar de las cortinas de mi habitación; el sol de la mañana las traspasa e ilumina toda la sala. Un profundo olor a tortitas invade toda la casa.

Probablemente nunca antes había dormido así: despierto tranquila y con ambos pies firmes en esta confusa tierra llena toda de penalidades, no tuve ningún sueño de lo más penetrante y, por supuesto, claro está, ninguna pesadilla me pertubó anoche.

Con la mente más en blanco de lo normal, consigo incorporarme, y gracias a mis gélidas y delgadas piernas, consigo levantarme, no con mucho esfuerzo. Agarro una camiseta gris verdosa de tirantes de los Yankees, la que Rick me compró la semana pasada, y salgo por la puerta hacia el piso de abajo. 

Pienso equivocadamente que es mi madre la que prepara el desayuno en mi casa esa mañana, pero no es así: mi padre está en frente del camping gas, "cocinando" (quemando) tortitas.

Mi madre sigue hablando por teléfono cuando yo ya estoy abajo, hasta que viene y me lo lanza para que lo agarre y hable con la otra línea.

Me habían admitido en el cuerpo de policía de Chicago.

WEYLAND

-Me quede un rato mirándola a través del cristal que separaba la cafeteríá del exterior, mientras, ella, Aitana, sorbía de una taza de chocolate un largo y profundo trago, cuando al rato, por fín, me digné a entrar. Aterrorizado y temeroso, sentía que mi cuerpo no era uno con mi alma, como lo había sido hace apenas unos minutos, cuando aún no había visto aquella figura compacta sentada en la mesa de la cafetería. Mis manos temblorosas se agitaban al ritmo de mi pronunciado tembleque, fue ahí, en el momento en el que pensé que mis manos serían arrancadas de mi cuerpo, cuando comenzaron a expulsar por los poros gotas y gotas de cálido sudor. 

Un ligero escalofrío recorría mi cuerpo como una serpiente, deslizándose por mi piel como una mera serpiente: mi piel ardía indefinidamente, pero el frío se apoderó de mi.

Ella vestía informalmente con una chaqueta negra y camiseta de rayas negra y blanca, llevaba el pelo suelto, no llevaba maquillaje y sorbía de la taza con largos tragos. Ahora me encontraba sentado frente a ella, en posición tensa y con la mano sobre la mesa, por si acaso ella la agarrase: no tardó mucho en hacerlo, y no solté su mano en toda la noche.

Esa no fue nuestra primera cita, ni tampoco la segunda, pero si por algo se destaca, es porque fue esa noche, en nuestro sofá, donde decidimos, y también actuamos, sobre tener un bebé.

JASON MORALES

-No es el aullido de los coches lo  que me despierta, no es mi despertador y mucho menos es un beso de una chica guapa y joven, que me despierta y levanta con caricias (eso ya se acabó). 

Es mi teléfono el que lo hace, retumba por toda la casa y consigue salvarme de esa pesadilla en la que me encontraba. Me incorporo en la cama y es justo antes de que me levante de ahí cuando decido hundir mi dedo en el cajón de mi mesilla y llenarlo de coca para restregar en mis encías.

Camino a tientas por mi casa buscando el interruptor de la luz, pero no lo hallo y me frustro, lo que hace que retroceda y decida introducir la droga restante por el orificio izquierdo de mi nariz. Al rato, la busqueda se complica, haciendola ya, por completo imposible.

Encuentro fortuitamente lo que buscaba cuando apoyo mi brazo en la pared del pasillo para no caer al suelo. La luz ya está encendida, pero yo aún así, consigo desplomarme en el suelo, y caigo en un sueño profundo, otra pesadilla en la cual veía los mechones de pelo negro que me hacían llorar cada noche.

ANGELA

Lejos esta de mi intención el sellar mis labios y no hablar al respecto sobre lo ocurrido, pero permanezco inmóvil, sin razón alguna y aparente, sobre el microfóno y público que se encuentra frente a mi, esperando unas palabras que salieran de mi boca para empezar a aplaudir y a gritar mi nombre, con estado de alegría y gran tranquilidad. 

¿Por qué estoy enfrente de un público tan agradecido como lo son los ciudadanos americanos de la ciudad de Chicago? ¿Por qué esperan que hable?

Un hombre ha sido cazado, un asesino, cosa que no debería impresionar a mucha gente pues se caza a un asesino al día como mínimo, pero sin suerte ninguna pero si habilidad, el equipo de investigación (en especial el jefe Simon) y yo, logramos detener a Johny Jund, quien tenía un largo registro de cadaveres, todos ellos niños y niñas, los cuales aparecían mutilados, desmembrados o simplemente violados y asesinados. 

Al poco rato, me digno a hablar, aclarando mi voz y dejando caer las palabras de mi boca, y como esperaba, el público aclama mi nombre.



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En el texto hay: crimen, novelanegra, suspenso

Editado: 30.06.2020

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