Simone mantenía la mirada en aquella pared blanca.
Se preguntó porque aquel cuadro se veía tan fuera de lugar en esa gran oficina. Todo era de color blanco o negro y aquella pintura dorada no parecía pertenecer a ese cuarto. Intentó reconocer alguna figura que se formara por las manchas de tinta, pero nada venía a su cabeza.
—Simone— la llamó el señor Kaufman, quien mantenía una sonrisa demasiado rígida en su rostro. Cuando él sonreía de aquella forma, las arrugas del contorno de sus ojos eran más evidentes y la chica no podía evitar pensar en cuántos años tendría.
¿Unos sesenta? Quizás menos.
Probablemente estuviera en cincuenta y tantos.
No lo sabía.
Pero su mente divagaba demasiado en esas preguntas tan absurdas, con tal de no concentrarse en aquello que le acababa de decir.
—Simone— la llamó nuevamente.
Ella abrió mucho los ojos y asintió un poco. Aún procesando la noticia que le acababa de dar su jefe.
Bueno, ahora exjefe.
—De verdad lo lamento, pero no tuvimos opción— insistía, —Con el recorte presupuestal nos ha sido imposible mantener a todo el personal, no podremos mantener todas las plazas—
—Entiendo— intentó sonreír a pesar de que sabía que no lo lograría.
—Puedes pasar a recursos humanos por tu liquidación—
Apenas si la castaña lograba mantener una expresión neutral cuando Mercedes le ayudó a recoger sus cosas de la que solía ser su oficina.
Con unos pocos billetes en su bolso al entrar en el edificio donde vivía, se apresuró al elevador para que Lynda —la recepcionista— no pudiera verla. Iba retrasada con al menos dos meses de renta y si le daba el poco efectivo que traía Simone no comería aquel día.
Sí.
Tenía el cheque de liquidación que le ajustaría perfecto para saldar la deuda, pero ¿Qué pasaría después? El pago de su tarjeta de crédito estaba próximo a vencer y si no daba aunque fuese un adelanto los intereses la consumirían viva.
Su estado de ánimo ya era bastante malo, no necesitaba de aquello.
Lo único que quería, era estar en recostada en el sofá mientras comía los restos de helado que esperaban por ella en el congelador y ver alguna película romántica que la hiciera llorar; ya al día siguiente tendría que empezar a buscar empleo, pero quería un respiro.
Su corazón y esperanzas estaban igual de destrozados. Dos días antes, Thom había cortado con ella. Después de seis meses en una relación a larga distancia, él hizo lo inevitable. Ambos, víctimas de una pésima comunicación y diferencia de horario de más de siete horas; se distanciaron.
Y aquello llevó a su ruptura.
Le hubiese gustado decir que fue una decisión tomada por ambos, pero Thom nunca había mencionado el tema. Fue bastante repentino, pero tenía la dignidad suficiente para mantener la cabeza alzada durante aquella llamada.
Los diecisiete minutos más largos de su vida.
Al llegar a la puerta de su departamento comprendió que sus planes se verían afectados por el papel que estaba pegado en su puerta. Había sido colocado con cinta adhesiva un aviso de desalojo, en donde claramente establecía que si no liquidada su deuda ese mismo día, sería desalojada a la mañana siguiente.
Necesitaba el dinero para pagar su tarjeta y la idea de quedarse con tan solo el dinero de su bolso no era inteligente. Y lo sabía.
Con algunas lágrimas escapando de sus ojos entró en su departamento sabiendo perfectamente que iba a ser lo primero que haría. Desgraciadamente no podría pasar la noche entera engullendo sus penas y desvelándose viendo televisión.
Simone tenía el ego fracturado.
Pero no lo suficiente como para pedirle ayuda a sus padres. Quizás se encontrara perdida y sin rumbo, pero aquel terreno era prohibido para ella. Después de todo ellos habían estado en contra de que se mudara en primer lugar.
Si les pedía ayuda sería admitir que había fracasado.
Aún era demasiado pronto para ello.
En silencio llevó sus cosas de los cajones a maletas, después a su carro. Fueron vueltas y vueltas de subir cajas, bolsas y de más.
Camino a la casa de Fay iba ideando una mentira que se escuchara creíble. Quizás podría decirle que una tubería se había roto y que debían repararla, o que había una plaga de ratas y simplemente no podía seguir viviendo ahí.
Pero, apenas Andrew abrió la puerta rompió en llanto.
Fue instantáneo. Inclusive no pudo evitar abrazarlo.
—Amor— gritó —Tu hermana está aquí.