Aine miraba a aquella prueba de embarazo con un enorme nudo en su garganta.
Era negativo.
Claro que lo era, después de años de intentos y tratamientos fallidos aquello no era una sorpresa. A pesar de ello sus ojos estaban llenos de lágrimas y su garganta le pesaba demasiado.
Hundió su rostro en sus manos y se quedó ahí por unos minutos mientras que su cuerpo paraba de temblar y sus lágrimas de correr. Podía jurar que la mitad de su dinero se iba en pruebas de embarazo.
Aquello no debía de sorprenderle, siempre era lo mismo y el resultado nunca cambiaba, pero a pesar de ello la chispa de esperanza que albergaba dentro de ella se encendía en contra de su voluntad y cuando se apagaba no hacía más que causarle el dolor que tanto se esforzaba en evitar.
Quería verle el lado positivo a aquello, después de todo junto con su esposo eran los dueños de las jugueterías más grandes de la ciudad, el dinero había dejado de ser un problema desde un par de años atrás —ni siquiera era una preocupación en aquel momento— había viajado a todos los lugares que en un momento deseo y creyó imposible, ni mencionar todos los bolsos que finalmente había comprado.
A pesar de todo ello se sentía vacía.
Algo dentro de ella se volvía más oscuro conforme las pruebas con resultado negativo iban aumentando.
Soltó un sonoro suspiro, ajustó su ropa, lavó sus manos y salió de aquel baño intentando fingir una expresión neutra. No podía seguir en el baño, ya eran las cuatro y era la hora de la comida y solo Dios sabía lo mucho que odiaba desfasarse en sus horarios o planes.
Así era Aine, quería tener todo en su vida planeado, desde el más mínimo detalle hasta lo que desayunaría el resto de su vida, porque amaba tener el control de todo y la idea de no hacerlo la volvía loca.
Apenas entró a la cocina Evan pudo observar que había llorado, pero decidió no mencionarlo. Ambos se sentaron en los banquillos de la enorme isla y se limitaron a comer en silencio.
Después de quince años Aine había dejado de poner música en la cena, había parado con las noches temáticas y ya no guardaba las pruebas de embarazo dentro de una cajita para esperar que alguna hubiera dado positivo y verla al mismo tiempo que su esposo.
Por más que no lo quisiera, Aine había perdido una parte de sí misma a lo largo de aquel proceso.
La única música en aquel momento era el golpe de los tenedores contra la porcelana y el tintineo del vidrio de los vasos al tocar la mesa. Todo era demasiado rítmico después de haberlo ensayado durante tantos años.
Aine paseaba sus verduras de un lado al otro en su plato; había hecho una infinidad de dietas que le prometían mejorar su fertilidad. Desde comer solo verduras de hoja verde hasta los mejillones o infusiones. Y únicamente Dios sabía cuánto odiaba aquellas cosas.
Pero dentro de ella aún existía esa pequeña vocecita que le daba ánimos y que le insistía que siguiera intentando.
—Las nuevas muñecas coleccionables llegaron hoy— mencionó Evan en un intento de generar plática, —Algunas tienen la caja maltratada pero...—
—Podemos colocarlas en una de las vitrinas— sugirió Aine, —Las que tengan la caja algo maltratada pueden ser para los pedidos de internet—
Y tan fácil como eso su conversación se vio terminada.
De nuevo aquel silencio se interpuso entre ambos como si creara una barrera entre ambos. Al final de cuentas era lo que eso significaba.
—Dejé de tomar los antidepresivos— mencionó repentinamente.
Evan la miró extrañado y dejó el tenedor sobre su plato, cruzó sus manos y las colocó frente a su boca unos instantes.
—Los necesitas, Aine— dijo a manera de reprimenda,
—Leí en internet que interfieren de manera directa con la ovulación— señaló, —Probablemente sean la razón por la cual tengo esos periodos anovulatorios—
La expresión de Evan fue bastante serena y solo se limitó a apartar las manos de su rostro. A pesar de ello, ambos sabían lo que quiso decir, algo como: "Hemos intentado concebir desde antes de que consumieras esos antidepresivos".
Ninguno de los dos lo dijo.
Aquel silencio se había vuelto incómodo porque ninguno se atrevía a decir lo que pensaba.
Las fracturas en su relación habían crecido conforme aquellos silencios aumentando, pero ambos fingían no notarlo.
—Estoy considerando contratar a Simone— confesó Aine mientras llevaba un bocado de salmón a su boca,
—Contratar a Simone— repitió Evan —¿Quién es él?—
—Ella— lo corrigió, —La chica que me recuerda a tu hermana—
Evan asintió con sus labios un poco fruncidos.
—¿La chica del novio?—
—Así es— respondió—. De vez en cuando le hacemos burla por ello—
—¿Qué puesto quieres darle?
—Estoy pensando en que sería una buena gerente— señaló —Siento que es demasiado joven para estar pasando por esa crisis existencial—
—Ese tipo de cosas no tienen restricción de edad— suspiró él —. ¿Estás segura de que es buena idea?—
—No entiendo el por qué no lo sería— respondió ella, alzando la mirada de su plato —Vi su curriculum en internet, trabajó en K&C como asesora financiera—
—Confío en que siempre tomas las mejores decisiones.
Aine asintió.
Miró el reloj y ya era la hora de tomar sus vitaminas.
Le gustaba observar las burbujas que salían de la pastilla circular de calcio al sumergirse en su vaso de agua. Evan solía compararla con una niña pequeña, si las vitaminas o medicinas no tenían un sabor agradable simplemente se rehusaba a ingerirlas y era prácticamente imposible de convencerla de lo contrario.
En su defensa, Aine siempre había creído que lo único que podía controlar de aquella situación era en que sí y que no entraba en su cuerpo. Mientras más cosas tuviera en su control, mejor era su estado de ánimo.