El guardaespaldas de mi padre

Capítulo 12| Mi debilidad

Kyle

Nunca había experimentado un sentimiento tan angustiante como este.

Jennifer lleva hora y media en el área de urgencias, le han hecho exámenes de laboratorio, tomografías y ahora se encuentra dormida después de un fuerte sedante que le proporcionaron por el insoportable dolor de cabeza que tenía.

Masajeo mis sienes mirando el celular que tengo en la mano.

Debo llamar al senador y no sé cómo hacerlo.

Por primera vez temo por su reacción. Él no consciente que a su hija le suceda nada en lo absoluto, y ahora me encuentro en un hospital con su hija en una cama, aguardando por el diagnostico que nos indique que es lo que le está sucediendo.

Verla tan asustada, llena de temor me cargo de una real impotencia. Puedo protegerla de que el resto la lastime, inclusive de que yo mismo lo haga, pero… no puedo controlar cuando es su mismo cuerpo el que la ataca.

No sé como sentirme con todo lo que está sucediendo, hasta hace unos días tan solo estaría preocupado por que el senador me despidiera por no hacer bien mi trabajo, ahora… al verla tendida en una cama, más pálida de lo normal, con esa vulnerabilidad que me sacude por dentro, yo… simplemente me quiebro.

No sé que es lo que estoy haciendo, y cada vez me siento más y más frustrado. Pero no puedo contener esto que me empuja a mantenerla a mi lado sin importar todo lo que se nos viene encima si alguien se entera de la locura que estamos cometiendo.

Su movimiento capta mi atención, la miro atentamente y sujeto su mano para darle un leve apretón y que sienta que estoy a su lado. Cuando llegamos a urgencias si visión era casi nula, las lágrimas se derramaban por sus mejillas y no dejaba de gritar que se quedaría ciega.

Noto como sus parpados se abren lentamente, pestañea algunas veces, hasta que los abre totalmente.

Puedo palpar su confusión así que me acerco y sujeto su rostro. — tranquila, estoy contigo.

— Kyle. — solloza y me sujeta por el cuello para abrazarme. — estaba muy asustada.

— Lo sé, — acaricio su cabeza con una mano. — pero ¿Cómo te sientes ahora? — alejo su rostro y la miro fijamente. — ¿Puedes verme?

Ella sonríe y levanta su mano para tocar mi mejilla. — nunca me había sentido tan dichosa de poder apreciar tu perfección. — sonrío ante su comentario. — aún no veo del todo nítido, pero… puedo verte muy bien.

— Me alegra. — exhalo soltando el aire lentamente. — me angustié mucho cuando te vi en ese estado.

Me sonríe. — ¿Te preocupas por mí? — acaricio su cabello y le correspondo la sonrisa.

— Claro que sí, ¿Imagínate que aburrida sería mi vida sin una niñita malcriada e insoportable que me esté cotilleando todo el tiempo? — abre la boca y la acerco a mi cara para besarla.

Ella desplaza su mano a mi cuello y nos besamos lentamente. Agradezco que esta sea una habitación privada y nadie pueda vernos.

Sentir la suavidad de sus labios es una sensación reconfortante. Jennifer es totalmente hechizante y siento que cada minuto se me hace más difícil no caer en el embrujo de su mirada.

Esta chica me encanta y eso me asusta.

¿Cómo rayos cargaré con el peso de esta decisión que estamos tomando?

Y lo peor es que ahora me resulta imposible alejarme de ella después de nuestro fin de semana lejos de todo y de todos.

Fueron pocas horas, pero sin duda las más increíbles que he tenido desde hace mucho tiempo. Debo confesar, que ni con Stefani, que ha sido la mujer que más ha captado mi atención, me he sentido de esta manera, ni siquiera he estado cerca de experimentar el sin fin de emociones que esta pequeña rubia de ojos azules me ha producido desde que la hice mía.

El sonido de la puerta abriéndose hace que nos alejemos inmediatamente. El médico ingresa y sonríe mirando a Jennifer. — señorita, me alegra que haya despertado. — se acerca a la cama. — ¿Cómo sigue su dolor de cabeza?

— Mejor. — murmura ella. — ya casi no me duele. — su mano sigue sujeta a la mía y no me molesto por apartarla. Soy la única persona que tiene en estos momentos y estaré aquí brindándole mi apoyo.

— Es bueno saberlo. Los analgésicos que le administramos son excelentes. — el galeno camina al borde inferior de la cama quedando frente a nosotros.

— Doctor… ¿Qué me pasó? — ella pregunta con algo de miedo. — ¿Me voy a morir? — sus ojos se desorbitan y contengo mi sonrisa ante su expresión de espanto. — ¿Acaso tengo un tumor cerebral y me quedan dos meses de vida? — el pánico surca sus delicadas facciones y el doctor irremediablemente suelta una risilla.

— Qué ocurrencias las suyas, señorita Campbell. — carraspea. — pero no… puede sentirse aliviada de que no morirá, o por lo menos no en dos meses.

Miro al doctor con el ceño fruncido. Vaya ayuda. — solo bromeo. — dice y Jennifer suelta el aire que retenía en sus pulmones. — pero, ciertamente pasa algo en su cerebro y por esa razón su cefalea y su repentina ceguera.

Ambos miramos atentamente al médico que toma unas placas y las pone sobre una especie de tablero iluminado, las imágenes se visualizan claramente.




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