El guardaespaldas de mi padre

Capítulo 32| Por ella

Kyle

Dos meses antes

Siento el sudor bajar por mi nuca mientras observo a los ojos de mi oponente. El corazón me martilla en el pecho y la adrenalina recorre mi torrente sanguíneo.

Una sonrisa ladina surca su rostro marcado por los años y la mala vida.

— ¿Qué pasa niñita? ¿Acaso te measte en los pantalones? — Su voz rasposa me ocasiona irritación.

Llevaba años sin venir a un lugar así.

Antes solía descargar mi estrés en el cuadrilátero. Me gustaba sentir la adrenalina avasallar con mi calma y sentir el descontrol por lo menos en este lugar.

Mis padres quieren a un hijo modelo. Mi hermana ve en mí a su mayor héroe.

Siempre intenté dar lo mejor de mí para que ellos se sintieran orgullosos. Me enlisté en el ejercito porque mi madre así lo quería. Ingresé al cuerpo de seguridad del Senador de la florida porque mi padre deseaba que siguiera sus pasos.

Todo lo que he hecho en mi vida ha sido para complacer al resto.

Todo, excepto enamorarme de ella.

Jennifer fue un cambio en la ecuación que no planeé y no esperaba. Antes de ella mi vida era en blanco y negro.

No sentía.

No vivía como un ser humano. Solo era una máquina que a duras penas tenía un corazón bombeando sangre en el pecho.

Nada más. Estaba vacío y no lo sabía.

Era infeliz y no tenía idea.

Y después llegó ella. Llenándome de impaciencia, de irritación, pero a la vez de gozo.

Verla me alteraba y no entendía por qué.

Sentir sus labios, su cuerpo junto al mío. Hacerla mi mujer y sentir como se entregaba a mí con total devoción fue el detonante para que mi cuadrada vida se transformara.

Ella me regaló las ganas de vivir. La esperanza, el anhelo, el sentir real. Con ella aprendí a vivir realmente.

Pero muchas veces no podemos tener la felicidad que tanto queremos.

Jennifer es inalcanzable para un ser tan insignificante como yo.

Pero no quise entenderlo. Me negué al hecho de que su destino y el mío no podían cruzarse.

Me planteé luchar por lo nuestro, pero no medí las consecuencias de esa decisión.

La amo, pero todo a mi alrededor me grita que no debo hacerlo.

Un fuerte golpe en mi quijada me despierta de mis pensamientos. Maldigo sintiendo el dolor recorrerme el cráneo.

Mi mirada se fija en el demacrado individuo que sonríe gozoso creyendo que esta batalla ya la tiene ganada.

Lo que él no sabe es que dentro de esta apariencia pulcra y de hombre correcto se esconde una máquina asesina.

En el ejercito maté a muchos enemigos.

Degollé, acribillé e incendié vivos a mis adversarios.

Nunca sentí culpa, ya que todos esos hijos de perra se lo merecían. Sus crímenes eran tan repugnantes y asquerosos que disfruté cada muerte.

No soy bueno. No soy el hombre que Jennifer cree que soy, y temo que se dé cuenta del hombre del que se enamoró.

De que su amor se transforme en odio. Temo tanto perderla.

— Qué maldita perdida de tiempo. — lo escucho quejarse y darse media vuelta al no ver movimiento de mi parte.

Sonrío y doy solo un paso. Mi puño impacta entre sus omoplatos empujándolo hacia adelante.

Voltea colérico y la pelea finalmente empieza.

Escucho los gritos de los presentes. Todos apostando por su peleador preferido. Hay muchos hombres que me conocen en este lugar. Saben lo letal que soy, así que no es de extrañarse que la mayoría grite cargada de júbilo cuando mi puño vuelve a impactarlo, esta vez en su abdomen.

— Hijo de puta. — escupe sangre a un par de metros y sonrío.

Causarle daño a mi enemigo me llena de satisfacción.

El hombre se abalanza sobre mí, listo para atacarme, pero mis movimientos son ágiles y rápidos y termino dándole un par de derechazos en sus costillas.

Así pasan cinco minutos en los que esquivo y atajo sus ataques, impacto en su cuerpo una y otra vez hasta que cae tendido en el piso, casi inconsciente y con el cuerpo amoratado.

Pasan los diez segundos reglamentarios para que se ponga de pie, pero el sujeto no se mueve. Así que me muevo para bajar con la victoria a cuestas.

Siento un fuerte tirón en mi tobillo que logra desestabilizarme. Caigo y lo siguiente que siento es al malnacido impactando sus puños contra mi cara.

Maldigo y sujeto su cuello con fuerza deteniendo su ataque. Nos hago girar y termino sobre él, golpeándolo con tanta fuerza y rabia que la sangre salpica mi rostro.

Mientras lo golpeo pienso en la rubia. En su rostro cargado de decepción y enojo mientras su padre la comprometía con otro. En la expresión de plena satisfacción por parte del riquillo al saber que al fin obtuvo todo lo que deseaba.




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