El guardaespaldas de mi padre

Capítulo 35| Obstáculos

Kyle

La respiración se me entrecorta mientras corro por las frías calles de Manchester. Sabía que no tenía que decirle nada de lo que había sucedido con su padre. Sabía que esto no terminaría bien, y aun así lo hice.

Y por eso me siento tal malditamente culpable y desesperado. Conozco lo jodidamente loca que es esa mujer, y todavía más en el estado en el que se encontraba.

Y como si la vida se encargara de restregarme en la cara las malas decisiones que he tomado en los últimos meses, observo al doblar en una esquina como un grupo de transeúntes se reúnen alrededor de un auto.

Lo reconozco en menos de un segundo. Tanto como el martilleo incesante de mi corazón en mis oídos. Es el auto de Jennifer, impactando lateralmente con otro vehículo.

Mis músculos se engarrotan y por milésimas de segundos no reacciono. No me muevo del lugar en el que me encuentro. Si ella estaba en ese auto, herida o posiblemente muerta, era por mi culpa.

Todo era por mi maldito egoísmo. Me fijé en la única mujer en la que no podía fijarme. Dejé que mi deseo y ese nuevo y extraño sentimiento calentando mi pecho me cegaran.

Yo la había arrastrado a todo esto.

— Hay que sacarla del auto. — escucho una voz lejana y reacciono. Es como si una descarga de adrenalina se liberara en mi torrente sanguíneo.

Había un hombre al lado de la puerta del piloto, intentando abrirla. Muevo mis piernas todavía temblorosas hasta el lugar. No me toma ni un instante llegar hasta el sujeto y hacerlo a un lado.

— No la toques. — mi posesividad salía a flote en el momento menos oportuno.

— Solo intentaba ayudar. — levanta las manos en señal de paz.

— Ella solo me necesita a mí.

Intentaba meterme esta frase en mi cabeza mientras abría la puerta del piloto, con cierta dificultad, ya que el carro que la impactó dobló parte de la carrocería. Cuando logro finalmente abrir la puerta mi corazón se convierte en un puñado de arena que se desvanece de a poco.

Ver a mi rubia en aquel asiento, con un hilo de sangre cayendo por su frente, presionada contra el airbag del vehículo me estremece cada músculo del cuerpo.

Muevo la maldita cosa que la presiona y sujeto su cuello con suavidad rogando al cielo que no tenga ninguna lesión espinal o sería yo mismo quien la condenara para siempre.

Sujeto su torso y la atraigo hacia mí, apenas la muevo escucho un quejido leve y quebradizo salir de sus labios pálidos.

— Me duele. — murmura contra mi pecho cuando la sostengo en mi regazo. Una oleada de alivio me recorre al saber que todavía está consciente.

— Tranquila, aquí estoy. — susurro contra su cabello.

— Idiota. — murmura sin ganas y reprimo una sonrisa.

Definitivamente está bien.

— Oye. — escucho a un tipo detrás de mí y volteo mecánicamente. Un tipejo flacucho y con lentes me mira con enojo. — ¿Y quién pagará por los daños de mi auto? — gruñe señalando su chatarra, que bastante aporreada si quedó.

— ¿Me hablas de ese pedazo de lata vieja? — sus ojos se crispan por mi comentario, pero al notar mi gran estatura y la tensión de los músculos de mi mandíbula al estar retrasándome de llevar a mi mujer a un hospital hacen que baje la cabeza nerviosamente.

— Es mi único medio para movilizarme, y yo…

— El seguro lo pagará. — gruño ya bastante irritado. Sí, la rubia es algo pesada y mis músculos empiezan a notarlo.

— G-gracias. — se aleja con las piernas temblorosas y solo niego con la cabeza. Vuelvo sobre mis pasos y comienzo a caminar no sé por cuantos minutos, solo camino buscando un lugar donde llevar a la mujer que sujeto con fuerza contra mi pecho, ella solo se queja jurando que algo se le rompió y mi ansiedad crece a cada minuto.

Tantos años en el ejército, luchando con todo tipo de enemigos, y ahora me encuentro aquí, buscando con desespero un lugar en donde puedan atender a la única persona que me vuelve un pobre ser débil y tembloroso en este mundo. Ella.

Cuando por fin y después de recorrer muchas calles, preguntado a una que otra persona sobre un centro médico, logro visualizar un letrero rojo y blanco de URGENCIAS.

Llego hasta la puerta y entro en el lugar con la rubia quejándose más que antes. Me angustia pensar que tenga alguna lesión interna.

Una enfermera que se encontraba detrás del mostrador, tomando una taza de café humeante se percata de nuestra presencia, suelta el café temblorosamente y corre hacia nosotros.

— ¿Qué le sucedió? — inquiere mientras la escanea rápidamente. Y de paso a mí.

— Tuvo un accidente en su auto. — un quejido más por parte de la rubia y mi pecho se vuelve un nudo de preocupación. — necesita un médico. — La chica asiente sin dejar de mirarme nerviosamente. Gruño para mis adentros, Oh Jesús, dame paciencia. — ahora. — espeto aún más irritado que hace unos minutos. Ella se despabila y toma con las manos temblorosas el teléfono que se encuentra sobre el mostrador.

— Puede ponerla sobre esa camilla. — señala con su dedo hacia una camilla individual a unos metros. Asiento sin emitir palabra y camino hacia ese lugar, en el trayecto puedo percibir su mirada en mi espalda y mi trasero.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.