El guardaespaldas de mi padre

Capítulo 38| El destino

Jennifer

— ¡Tengo hambre! — grito por enésima vez mientras cambio las canales de la tele sin importarme un carajo lo que hay para mirar, mientras más fastidie más rápido se cansará de mí y quizás decida largarse más pronto de lo que planea quedarse.

En realidad, no sé en qué momento se me ocurrió esta patética idea, pero quizás, solo quizás funcione.

— ¡Aguarda! — escucho su gruñido en la cocina y me muerdo el labio para no reírme. — ¡Intento hacer milagros con lo poco que tienes en este lugar!

— ¡Lo que intentas es dejarme sin departamento! — refunfuño. — hasta aquí percibo el olor a quemado.

— ¡No sé hacerlo, ¿Ok?! — sale de la cocina tirando un limpión en el mueble y con la camiseta hecha un desastre. — ¿Por qué no pides domicilio? — se cruza de brazos.

— Porque no puedo comer cualquier cosa con el brazo roto como lo tengo. — me lo señalo con indignación. — y así se supone que vas a ser mi marido.

Aprieta la mandíbula.

— Seré tu esposo, no tu sirvienta. — refunfuña. — para eso tendrás una las veinticuatro horas del día, para que cumpla tus caprichos.

Hago una mueca mientras lo miro.

— ¿En serio quieres casarte conmigo porque me quieres o en realidad solo soy eso para ti? Un capricho.

Sus ojos azules me observan atentamente. Noto como se pasa una mano por el cabello con desespero, pronto lo tengo sentado a mi lado.

— Sabes la respuesta a esa pregunta. — intenta tomar mi mano del brazo bueno, pero la retiro rápidamente. No es intensional, solo… no deseo que me toque. No él. — eres la única chica que he amado, aunque tú nunca lo hiciste. — lo dice con desdén.

— Jason…

— Nunca me amaste ¿Verdad? — inquiere dolido. — no fui más que un idiota que se enamoró sin ser correspondido.

— Te quise… — murmuro pesadamente, — pero…

— Ya ok, — hace una mueca cargada de amargura, siento una ligera punzada de culpa en mi pecho, pero después de todo lo que ha hecho… ya no puedo mirarlo de la misma manera. — No tienes que decir más, sé lo que sientes por este tipo, y déjame decirte que si continúas con esa idea terminarás muy mal. — el rencor opaca sus ojos.

— Gracias, por el consejo que no te pedí. — le hablo con resentimiento.

— Tu padre lo odia y lo sabes. — una sonrisa a medias aparece en la comisura de su boca. — sabes que lo que más detesta es la traición, y tu guardaespaldas se metió con lo más preciado para él.

— El problema no es Kyle, — murmuro. — lo que realmente mi padre odia es su estatus social. — hago una mueca. — prueba de ello es que me dejó aquí a solas con un tipo loco y obsesivo con tú. Capaz de dañarme realmente, pero con muchos millones en su cuenta bancaria.

Su cuerpo se llena de tensión, noto una vena resaltar en su sien. Mi saliva se vuelve espesa en mi boca, y por primera vez tengo miedo de lo que su mirada refleja.

— No me pongas a prueba, Jennifer. — habla entre dientes. — pueda que me muera por ti, pero lo que te dije hace un rato es real, prefiero verte muerta que siendo feliz con ese tipejo y no conmigo.

Bajo la mirada sintiendo demasiada frustración en mi interior.

— Deberías medicarte, porque en realidad estás mal, Jason. — vuelvo a mirarlo a través de mis pestañas. — y créeme, no te odio tanto como para querer que termines con una camisa de fuerza y en una habitación de un psiquiátrico.

— Si eso llegara a pasar, primero me encargaré de que ese hombre desaparezca de tu vida. — sonríe. — no habría mayor satisfacción que esa.

— ¿Puedes irte? Estoy cansada. — susurro. — solo… déjame sola.

— ¿Ya no tienes hambre? — inquiere con el ceño fruncido.

— Hablar contigo me ha asqueado. — aprieta los labios con mi respuesta. — créeme que si como algo te lo vomitaré encima.

— Tan refinada como siempre. — habla burlón. — y tan preciosa a la vez…

Sus dedos tocan mi mentón y me retiro inmediatamente.

— No me toques. — gruño.

— Hazte a la idea de que cuando seas mi esposa no dejaré de tocarte. — muerde su labio inferior. — tengo tantas ideas contigo… empezando por poner un pequeño retoño ahí… — señala mi vientre y me espanto. — un heredero del imperio Martin-Campbell.

— No te daré hijos, ve desistiendo de esa idea. — el rubio me mira con una pequeña sonrisa en el rostro.

— ¿Te confieso algo? — se mueve acercándose más y mi corazón se detiene. — amo los retos, y tú eres el más grande que tengo.

Sujeta mis piernas y se acomoda entre ellas. Tiemblo con miedo y zozobra. — aléjate.

— Tu piel es tan suave. — lo dice tocando mi muslo con su palma. — hueles tan bien. — pega su nariz a mi cuello y las ganas de llorar me invaden.

— Dije que te alejes… — intento empujarlo con mi brazo sano. — Jason, por favor…

Levanta la mirada y observa mi rostro asustado. Aprieta los labios y su pulgar se desplaza a mi mejilla, secando un par de lágrimas.




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