El guardaespaldas de mi padre

Capítulo 40| Medidas necesarias

Charles

Ella merece el amor de su madre — la miro suplicante.

Y yo una vida.

Es lo último que escucho antes de despertarme sobresaltado. Mi respiración se encuentra agitada y mi cuerpo bañado en sudor.

Otra vez ese maldito sueño.

Me paso una mano por la frente y gruño por la jaqueca que me ataca.

— ¿Charles? — escucho la voz adormilada de Miranda y maldigo entre dientes. — ¿Qué sucede?, ¿Otra vez no puedes dormir?

— No es nada, vuelve a la cama.

— Pero… — la miro sobre mi hombro y mi expresión estoica parece hacerla entender. — Supongo que volveré a dormir sola de nuevo. — habla irritada.

Suspiro pesadamente y me levanto de la cama, escucho su rechistar y no me molesto en voltear a mirarla, lo cierto es que cada día la tolero menos. Anotaré mi matrimonio con Miranda en mi lista de cosas descabelladas que alguna vez hice y no razoné lo suficiente.

Entro al baño y busco en las gavetas algún analgésico que calme mi dolor de cabeza, me tomo dos tabletas y observo mi reflejo en el espejo, una que otra arruga surca mi frente y le echo la culpa de mi deplorable aspecto a todo el estrés que he experimentado los últimos meses.

Abro la ducha y me despojo de mi ropa, entro al agua fría y dejo que golpee mi espalda y me saque un poco del trance en el que me encuentro.

Suspiro cerrando los parpados y maldiciendo a mi mente por traerla justamente a ella como un recuerdo doloroso en el momento menos oportuno.

— Maldita niña. — termino de bañarme usando toda mi fuerza de voluntad para no autocomplacerme pensando en ella.

Seco mi cuerpo y vuelvo a la alcoba. Miranda está durmiendo y no me apetece en lo más mínimo volver a la cama con ella.

Solo si una pequeña pelirroja estuviera esperándome totalmente desnuda en su lugar.

Aprieto los dientes y me obligo a mi mismo a dejar de evocarla a cada segundo en mi obstinado cerebro.

Eso ya terminó, y es lo mejor.

Intento convencerme de esto mientras me cambio con ropa deportiva y bajo al gimnasio. Lo cierto es que la manera en la que terminó todo no fue precisamente la mejor.

Sabía desde un principio que meterme con esa niña traería problemas. Consecuencias que probablemente no quería asumir.

Ahora la chica tiene el corazón roto y yo… me siento malditamente culpable.

Es la primera vez que una mujer diferente a mi hija me ocasiona tanta ternura y ganas de proteger. Verla con sus ojos verdes totalmente vidriosos y cargados de decepción es una imagen que no puedo sacarme de encima.

Me subo a la caminadora y la ajusto a la máxima potencia, necesito mantener mi mente ocupada en otras cosas para no volverme loco.

Tengo demasiada presión en el trabajo, muchos conflictos internos en el senado, gente intentando sabotearme y mi hija… bueno ese es el asunto más difícil en mi vida en este preciso momento.

Muchas veces me pregunto que hice mal, en que momento de mi vida dejé de ser el héroe para convertirme en el villano de su historia.

Me duele demasiado esta distancia que hemos puesto entre ambos, pero no puedo dar mi brazo a torcer, no puedo ceder a ese capricho que tiene con ese hombre. Ella debe entrar en razón, y por las buenas o las malas lo entenderá.

Gruño con mis pulmones ardiendo, nuevamente estoy bañado en sudor, mi corazón retumba contra mi pecho y decido cambiar de ejercicio. Necesito relajarme un poco y no hay nada mejor que la alberca para eso.

La superficie del agua cristalina se mantiene estática y parpadeo recordando aquel día en el que de la forma más atrevida esa chiquilla dio un espectáculo en este lugar. Suspiro y me quito la ropa, me sumerjo en el agua y la sensación es tan placentera que se me pasan las horas nadando hasta que el sol aparece en el horizonte.

Salgo del agua y tomo una toalla para secarme. Siento unas manos delgadas rodearme por atrás. Toca mi torso y es como si un mecanismo de defensa se activara automáticamente en mi interior. Me separo de la castaña y volteo a mirarla.

Ella me observa el torso desnudo y muerde su labio inferior con lujuria.

— Últimamente te ves más atlético. — me mira a los ojos. sinceramente quisiera que esta mujer me excitara, así no tendría que martirizarme tanto con la pelirroja. — estaba pensando que quizás tú y yo podemos tomarnos un fin de semana lejos de todos.

Se pone de puntillas intentando alcanzar mi boca, pero volteo la cara dejándola estática.

— ¿Podrías por lo menos disimular un poco tu desprecio por mí? — su voz entre dolida y enojada me genera una mueca.

— Mira Miranda, sinceramente no estoy de humor para tus dramas.

Me alejo hacia la casa y escucho sus pasos detrás de mí. Oh joder, supongo que esta conversación no ha terminado.

— Espera. — me sujeta del brazo clavándome sus uñas. — estoy harta de tu actitud. — me encara. — si tanto te molesto, ¿Por qué me pediste ser tu esposa? — aprieta los labios.




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