El guardaespaldas era mi prometido

Capitulo 1

La lluvia golpeaba con furia el techo de cristal del salón. Cada gota era un recuerdo que caía sin permiso, sin compasión.

Emma estaba sola frente al altar, atrapada en un vestido blanco que no era suyo, con flores en el pelo que no había elegido, y un anillo en el dedo que aún no pertenecía a nadie.

Su madre lloraba en la primera fila. Su padrastro fingía orgullo.
Ella… solo quería correr. Pero las puertas ya estaban cerradas.

—¿Estás lista? —preguntó una voz firme a su izquierda.

Emma giró apenas la cabeza. Allí estaba él, Adam Blackwood.
Traje negro, postura perfecta, y esa mirada que nunca mostraba nada. Ni rabia. Ni ternura. Ni amor. Solo hielo.

Él no la amaba.
Y ella no lo amaba a él.
Era un matrimonio arreglado, un trato para salvar el nombre de su familia, arruinada tras la bancarrota silenciosa de su padre.

Ella aceptó por deber.
Porque no tenía opción.
Porque la única persona que alguna vez amó… estaba muerta.

—Sí —respondió Emma, apenas audible.

Adam le ofreció su brazo y ella lo tomó con dedos helados.
Caminaron por la alfombra como dos estatuas hermosas que no sabían hablarse.

Pero entonces, lo sintió.
Ese escalofrío. Esa punzada en la nuca.
Esa sensación de ser observada.

Giró la cabeza apenas… y lo vio.

Detrás del vidrio empañado, entre paraguas y sombras, había un hombre alto, de traje oscuro. Estaba empapado. Quieto. Mirándola.

Lucas.

Su corazón se detuvo por un segundo.
Su respiración también.

No… no podía ser.
Lucas estaba muerto.
Ella misma lo había enterrado.
Había arrojado rosas sobre su ataúd, había gritado su nombre bajo la lluvia, había soñado con él cada noche durante un año entero.

Pero allí estaba.
Mirándola.
Vivo.

—¿Emma? —dijo Adam, notando su distracción.

Ella no respondió. Estaba hipnotizada.
Aquel rostro… esos ojos… esa cicatriz en la ceja izquierda…
No había forma de equivocarse. Era él.

Pero cuando parpadeó… ya no estaba.

Emma retrocedió un paso. El murmullo del salón creció. El sacerdote la miró con desconcierto.

—¿Todo está bien? —preguntó Adam, sin cambiar su tono.

Ella asintió, temblando.

—Sí… solo… creí ver a alguien.

—¿A quién?

Emma no respondió.
¿Cómo decirle que vio al hombre que estaba a punto de reemplazar?
¿Cómo explicar que su corazón había vuelto a latir por alguien que ya no existía?

La ceremonia continuó como en un sueño turbio.
Las palabras del cura eran ruido blanco. Las miradas, agujas.
Y el beso final… fue solo una formalidad que no dejó huella.

---

Horas después, el auto negro se detuvo frente a la mansión Blackwood.

Emma bajó primero. La brisa fría le mordió los brazos desnudos.
El vestido ya no era una promesa, sino una condena.

Cuando cruzó la puerta principal, se detuvo en seco.

Allí estaba.
En el vestíbulo.

Traje negro. Peinado perfecto. Ojos grises.
El nuevo guardaespaldas personal de Adam Blackwood.

Lucas.

Emma sintió que el mundo se rompía como vidrio bajo sus pies.
Él no mostró sorpresa. No parpadeó. No sonrió.

Solo inclinó levemente la cabeza y dijo:

—Señora Blackwood, un placer conocerla. Me llamo Liam Rodríguez. Estaré a cargo de su seguridad a partir de ahora.

Emma sintió que la habitación se inclinaba.
Su respiración se volvió pesada.

¿“Liam”?
¿Ese era un juego cruel? ¿Una broma de mal gusto?
¿O acaso… él realmente no la recordaba?

Sus labios temblaron. Quiso hablar, pero Adam apareció a su lado y le rodeó la cintura con posesión.

—Liam fue entrenado en Europa —dijo él—. Lo contraté personalmente.
No hay nadie más calificado para cuidarte, Emma.

Emma no respondió.
No podía.

Los ojos de “Liam” se encontraron con los suyos por una fracción de segundo.
Había algo allí. Una sombra. Una duda.
O… ¿una mentira?

Emma tragó saliva.

No estaba muerta por dentro.
No aún.

Y si ese hombre era Lucas…
tendría que descubrir por qué fingía no conocerla.




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