La mansión Blackwood estaba envuelta en un silencio elegante y artificial.
Todo era mármol, vitrales y muebles que nadie usaba.
Emma caminaba por los pasillos con la sensación de estar dentro de una jaula demasiado grande.
Había dormido mal.
El rostro de "Liam" —no, Lucas— se había quedado pegado a sus párpados como un tatuaje invisible.
Cada vez que cerraba los ojos, lo veía ahí.
Con la misma mirada, la misma cicatriz, el mismo aire distante que una vez había derretido su mundo.
Pero él la había llamado "Señora Blackwood".
Como si nunca la hubiera amado. Como si nunca hubieran hecho planes para escaparse, para vivir lejos del escándalo de sus familias.
Emma apretó los puños.
No podía permitir que la duda la consumiera… aunque ya lo estaba haciendo.
Entró al invernadero.
Era su rincón secreto desde que llegó a la mansión. Nadie iba allí.
Lucas solía decir que los invernaderos eran como el alma: “todo lo que parece vivo, necesita cuidado constante para no marchitarse”.
Ella se sentó en la banca de piedra.
El silencio era tan denso que casi dolía.
Y entonces, lo sintió.
Una presencia.
Se giró.
Allí estaba él.
Liam.
Lucas.
Traje negro. Impecable.
Manos a la espalda. Postura recta.
Pero sus ojos… esos malditos ojos… no mentían.
Emma se puso de pie, con el corazón en la garganta.
—¿Qué hacés aquí?
—Es mi trabajo protegerla —respondió, sin moverse.
—¿Me vas a seguir también al baño?
Un destello apenas perceptible en su rostro.
¿Una sonrisa? ¿Una punzada de memoria?
—Solo cumplo órdenes —dijo.
Emma se le acercó, sin pensar.
Su voz salió quebrada, sin permiso.
—¿Nos conocemos?
Él la miró fijo.
Por un segundo, demasiado largo, el tiempo se congeló.
—No —dijo al fin—. Pero… siento como si te hubiera visto en otra vida.
La frase cayó como una piedra en el estanque.
Emma retrocedió un paso.
Ese tono… esa ambigüedad…
¿Estaba jugando con ella? ¿O era una pista?
—Si esto es una broma, no tiene gracia —murmuró.
—No es una broma, señora Blackwood.
La forma en que dijo “señora” le arrancó un escalofrío.
Lucas nunca la habría llamado así.
Ella se dio media vuelta, como si huir pudiera arrancarle la duda del cuerpo.
—No me sigas.
—Como desee.
Pero sus pasos no se alejaron.
Emma lo sintió quedarse allí, mirando las plantas, como si él también recordara algo que no sabía que había olvidado.
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De regreso en su habitación, Emma se dejó caer en la cama.
No lloró. Ya no sabía cómo hacerlo.
Estaba en guerra con su mente.
Lucas estaba muerto.
Lucas estaba vivo.
Lucas no la recordaba.
Nada tenía sentido.
Hasta que alguien deslizó algo bajo su puerta.
Un sobre.
Papel grueso. Sin remitente.
Emma lo tomó con dedos nerviosos.
Lo abrió.
Adentro, una fotografía.
Ella y Lucas.
Abrazados. Riendo. En una feria.
Ella lo recordaba. Ese día. Esa camiseta idiota de “Soy tu desastre favorito” que él se había negado a sacarse.
Emma tocó la foto como si pudiera revivir ese instante.
Al reverso, había algo escrito con marcador negro:
"No creas lo que ves. Él tampoco sabe toda la verdad."
El corazón le dio un vuelco.
¿Quién la había enviado?
¿Liam? ¿Lucas? ¿Otra persona que sabía…?
Emma guardó la foto en su caja de recuerdos.
Esa caja que nunca abría.
Esa que estaba bajo llave.
Y entonces, una idea loca cruzó su mente.
Corrió al armario. Abrió la caja.
Y allí, entre cartas viejas y entradas de cine, encontró algo más:
Un dije.
Uno que Lucas le había regalado. Uno que ella había enterrado con él.
Y estaba ahí.
Limpio. Brillante.
Como si nunca se hubiese perdido.
Emma cayó de rodillas.
El mundo giraba.
Nada tenía sentido.
Pero una cosa estaba clara:
Lucas no estaba muerto.
Y alguien estaba jugando con su historia.