Damon
Camino de un lado al otro lentamente mirando a las dos personas frente a mí, estamos en un parque cerca de la casa y traigo un bate en la mano, el cual ellos no dejan de mirar con temor, pero se mantienen curiosos a la vez.
—¡Firmes soldados! —les grito y ambos al segundo se ponen firmes mirándome atentos.
—Diga mi coronel —exclama Scott con la cabeza en alto.
—¿Saben cuál es la lección de hoy?
—La 27 mi coronel —responde Daniela también con la cabeza en alto, yo asiento, me acerco a ella y la miro.
—Sabes soldado, ¿de qué trata la lección de hoy?
—No —responden al unísono, yo asiento, les doy la espalda y sonrío.
—Bien, pues hoy —lanzo el bate a un lado, me agacho y tomo dos piedras —hoy vamos a aprender a lanzar piedras con decisión —los dos niños de seis años frente a mí asienten.
—¿Hacia dónde? —pregunta Scott con una enorme sonrisa.
—Allá —señalo una pared, ellos miran —correremos y mientras lo hacen lanzarán las piedras, quien le dé al punto aquel rojo gana.
—¿Y cuál es el premio coronel? —pregunta Daniela, yo sonrío.
—Mucho helado y galletas a la hora que deseen.
—Pero mamá dice que de noche no se puede —comenta Scott y me detengo frente a él.
—¿Quién manda en la casa? ¿Tu mamá o yo?
—Bueno...—se miran entre sí, yo resoplo.
—Si, ya —digo y me miran —los tres sabemos que ella manda, pero en fin, a escondidas comerán los helados, ahora vamos, recojan piedras —agrego y comienzo a correr, ellos me siguen riendo y comienzan el fuego con las piedras, los veo reír, caerse y empujarse mientras río corriendo detrás de ellos, quien me viera en este momento y no me conociera no pensaría que soy el hombre más temido de este pueblo.
—¡Joder! —chilla Daniela cuando sin querer una de sus piedras impacta contra el cristal de un auto.
—Esa boca soldado —la regaño, tapa su boca con ambas manos.
—Es el auto del vecino —miro mejor el auto que suena —el del viejo gruñón —exclama Scott asustado.
—¡Joder! —suelto y los miro.
—¿Qué hacemos coronel?
—Pues correr, ¿a qué esperan? —comienzo a correr dejándolos atrás, sus risas se escuchan por toda la calle hasta que llego a la casa riendo y cansado, los guardias me saludan como siempre y me acuesto en el césped con la respiración agitada, cierro los ojos y a los segundos los dos niños caen sobre mí.
—Nos dejaste, eres malo —me regaña Daniela, yo río.
—Y ustedes muy lentos, mañana saldremos a correr a ver si aprenden a hacerlo.
—Mañana hay escuela —murmura Scott.
—Mañana a correr toda la mañana, la escuela puede esperar.
—Podías habernos cargado papá —sigue mi hija, yo me pongo de pie dejándolos en el suelo —¿y si el vecino nos cogía?
—Eso era problema de ustedes, yo no rompí el cristal —me encojo de hombros.
—¡Pero papá! —chilla, yo río y ella corre hacia mí para golpearme, pero la levanto del suelo y la pongo sobre mi hombro —bájame —ríe y me golpea con los puños en la espalda mientras patalea.
—Tranquila soldado, te voy a castigar.
—Malo, eres malo —chilla riendo, Scott también me ataca cuando entro a la casa, lanzo a Daniela sobre el sofá y comienzo a hacerle cosquillas, pero su primo se lanza sobre mí a puros golpes
—¡Me rindo! —grito cayendo al suelo en medio de risas hasta que un carraspeo nos pone a los tres de pie.
—¿Qué creen que hacen? —los tres miramos a la mujer que grita —acabo de limpiar.
—Puedes pagar a alguien para que
—Calla —me interrumpe señalándome con el dedo —los tres me tienen harta, gritos por todos lados, ensucian todo, lo rompen todo, ¡por Dios! —mira a Daniela —¿y tú? deberías estar de mi lado, eres mujer como yo.
—Pero papá dice
—Un bledo —grita —me importa un bledo lo que este ogro les diga, ¿quién manda en esta casa?
—Tú, mamá —dice Scott enseguida, ruedo los ojos y miro a mi hija, la asesino con la mirada pero la muy sinvergüenza.
—Mandas tu tía —va hacia mi hermana.
—Vayan a lavarse que van a cenar —los dos salen corriendo —tú no —me detiene cuando me iba, suspiro.
—Raquel corazón, cálmate, debes estar tranquila, recuerda que estás embarazada —me fulmina con la mirada y me callo la boca.
—Damon Kent podrás haberte creado una mala imagen en este pueblo, podrás ser el diablo para ellos y el jefe para todos, pero en esta casa —señala mi casa —en esta casa mando yo, ¿entendió?
—Estás pesada por Dios —dejo un beso en su mejilla y camino hacia la cocina —¿cuándo vuelve Fabio? a ver si él te puede controlar.
—A mí nadie me controla —se encoge de hombros, yo río y me siento a la mesa.
—¿Fuiste hoy al hospital?
—Todo bien con el bebé —su sonrisa se amplía —está creciendo sano y fuerte.
—Como su tío, porque su padre más flojo imposible —suelta la carcajada.
—Si Fabio te escucha te mata.
—Que haga fila, ya muchos quieren hacerlo —se pone seria enseguida —solo bromeo, quita la cara.
—Sabes que me preocupo cada vez que sales hermano, siempre pienso si vas a volver o no o como lo vas a hacer.
—Estoy bien ¿verdad? y seguiré bien.
—Quiero que todo termine ya y que podamos irnos de aquí —suspiro mientras ella deja la comida en la mesa.
—Sabes por qué lo hago hermana —miro sus ojos —eres la única que sabe la verdad, tú y Fabio, tampoco me gusta hacer esto pero es necesario.
—Solo cuídate —coloca una mano sobre la mía —y siempre vuelve Damon, recuerda que Daniela está aquí, esperando por ti, no se duerme si no besas antes su frente —yo sonrío
—Siempre voy a volver hermana, ya deja los dramas que le hacen mal a mi sobrino —mi hija y sobrino llegan a la mesa y se sientan, ambos ya están limpios y comienzan a comer enseguida
—Tía mañana no iremos a la escuela, iremos a correr —Raquel rueda los ojos y me mira.
—Hay que hacer ejercicio —me defiendo
—Sigue malcriándolos, ese es tu problema —me señala, yo río y entonces la recuerdo a ella, es un misterio con cara de ángel, ¿quién es esa chica y qué hace en el infierno?
—Señor —uno de los guardias llega hasta la mesa —lo buscan fuera.
—¿Quién se atreve a molestarme a esta hora?
—Buenas noches Damon —me levanto de la silla bastante rápido para mirar a Julián frente a mí con varios policías detrás, aprieto mis puños al verlo.
—¡Largo de mi casa!
—Tenemos una orden de registro hermanito —me extiende un papel que Raquel que es abogada quita de mis manos para leerlo.
—¿Y qué crees que vas a encontrar aquí? —me río y me acerco a él —no seas estúpido Julián.
—Me gusta molestarte —sonríe mirando mis ojos, nunca entendí su odio hacia mí y seguro que ahora me odia más, ya que soy parte de las personas más peligrosas de la ciudad.
—Es legal Damon —Raquel sujeta mi brazo —déjalos hacer su trabajo.
—Bien —Julián ríe —revisen cada rincón de la casa, rompan lo que haya que romper —aprieto la mandíbula y me acerco a él.
—Vas a pagar cada cosa que rompas Julián y no con dinero.
—¿Me amenazas? —alza una ceja, yo niego.
—Lo prometo, cuenta cada cosa que rompas porque será un hueso roto de cada uno de tus hombres —le susurro para que los niños no escuchen y luego me siento a la mesa y continúo comiendo mientras los dejo hacer su trabajo, ya luego cumpliré mi promesa.