No cayeron al vacío una vez atravesaron el portal; contrario a lo que Aine creyó, la transición fue tan suave como una danza. Tal vez fue porque Duncan la sostuvo en todo momento para evitar que se lastimara, o quizás porque en Fae todo se sentía etéreo y amainaba las incomodidades.
Allí los troncos eran blancos como el mármol, y la pureza del entorno le recordaba al paraíso que predicaban los hombres. El mundo parecía levitar en flujos de magia, y cada isla flotante estaba conectada con anchos senderos de raíces. Todas las islas conducían inevitablemente hasta el gran árbol de Titania, que se alzaba imponente en el centro de todo, con su copa extendiéndose hasta perderse de vista.
Aine se soltó de él y comenzó a inspeccionar su entorno con su curiosidad infantil, riendo y llamándolo por su nombre, preguntándole por cada nuevo animal y piedra que veía.
—Aine, hay algo más que necesito mostrarte. ¿Puedes acompañarme? —pidió, con su vista decaída.
—¡Claro! ¿A dónde iremos? —inquirió, reuniéndose con él y empezando a seguirlo una vez comenzó a caminar.
—Al centro de Fae. —anunció, sin voltear a mirarla. Aunque Aine no veía su rostro, notó que estaba de hombros caídos.
Conforme avanzaban iban encontrándose con otras hadas habitantes de Fae, y todas ellas se mostraban crueles con él. Sin embargo, cuando sus ojos pasaban de Duncan a la silueta de Aine éstas alternaban sus reacciones entre la sorpresa y la extrañeza; algunas incluso empezaron a celebrar, por algún motivo que la chica ignoraba.
—Este mundo es maravilloso, Duncan. —Halagó la chica.
—Y ahora es tuyo, Aine... —murmuró con melancolía, casi imperceptible. La chica no comprendió a qué se refería, y se apresuró a cuestionarlo:
—¿Mío? Jamás podría serlo. —afirmó con sencillez, asomándose por el barandal de uno de los caminos de raíces para satisfacer la curiosidad.
—Ya verás a qué me refiero. Reanudemos la marcha. —Insistió la criatura.
Una vez llegaron al árbol de Titania, los guardias reales le negaron la entrada, cruzando las lanzas.
—Tú tienes prohibido entrar aquí, fantasma. —advirtió uno de los guardias.
Al ver a la chica amilanarse y ocultarse detrás de él, Duncan levantó el mentón para responder.
—Traigo conmigo a alguien que necesita ver a la reina. —Indicó con decisión, haciéndose a un lado para que la apreciaran—. Déjennos pasar, y una vez cumpla este favor me marcharé de Fae otra vez.
Los guardias escudriñaron el aspecto de la chica, y después intercambiaron miradas.
—Los escoltaré hasta el trono de la reina. Andando —ordenó uno de ellos—. El hada irá adelante.
Obedecieron sin poner queja, y transitaron por los pasillos del gran árbol que —tan rústicos y naturales— recordaban a un panal.
* * *
El salón del trono de Titania era una gran cúpula espaciosa, iluminada gracias a la luz que se adentraba desde el exterior del tronco. El trono era de raíces que refulgían de magia, elevado por encima del resto del salón, y sentada en éste estaba Titania, espléndida como ninguna otra criatura, más hermosa que mil atardeceres, con ojos de azul profundo que miraban más allá del alma y su cabello dorado resplandeciendo como el sol con la luz celestial que los iluminaba.
—El fantasma ha vuelto, y trae consigo a alguien que solicita una audiencia, mi reina. —informó el guardia, arrodillándose frente a ella con profundo respeto.
Titania alzó la mano con solemnidad, indicándole que podía guardar silencio. Luego frunció el ceño al ver a aquel traidor frente a ella.
—¿Una audiencia? ¿Quién puede osar solicitarme algo como eso ahora? —increpó—. Dime, ¿Qué haces aquí en realidad, Fantasma?
Duncan se dirigió a ella:
—Vengo a presentarle a alguien que estoy seguro le interesará conocer. —aseguró, y Aine se giró a verlo, inquieta.
¿Titania, interesarse en ver a alguien como ella? No podía ser posible que ocurriera algo así.
—¿Interesarme? —espetó la reina—. No hay nada que tú puedas traerme que pudiera interesarme, traidor. Nada después de lo que has hecho.
Duncan se mostró herido ante este rechazo. Sin embargo, no dio marcha atrás en su empresa:
—Acérquese a verla y compruébelo usted misma, mi reina. —pidió con humildad, apartándose para permitir que la reina centrara sus ojos en Aine.
Sin embargo, la reina aguzó la vista y se levantó de su trono con elegancia, descendiendo los escalones con pasos gráciles, hasta detenerse frente a la joven. Su semblante iracundo se suavizó conforme iba detallando y reconociendo las facciones de la chica, y pronto todo el enojo se disipó, dando cabida a un sentimiento cálido en su pecho.
—No puedo creerlo... —pensó en voz alta, tomando despacio las mejillas de la jovencita y acariciándolas suavemente, como quien encuentra un recuerdo valioso.
—¿... Ocurre algo malo? —inquirió Aine, atemorizada al ver a la reina perder el aura solemne que había mantenido hasta hace poco y comenzar a llorar.
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Editado: 01.09.2025