El Guardián de la luz

Capítulo 11

Me dolía todo el cuerpo cuando salí de la ducha. Sin duda, estaba desentrenada, y necesitaba hacer más ejercicio si quería montar a caballo todas las semanas. Cuando terminé de atarme las botas, escuché como se abría la puerta de mi cabaña. Salí al salón y vi como Anubis entraba con paso cansado.

–– Has estado fuera todo el día, amigo mío.

Me agaché y enseguida vino a saludarme. Estaba frío y su cuerpo tiritaba. Tenía pensado ir a la Biblioteca, pero no podía dejar a Anubis así.

–– ¿A dónde has ido? Estás congelado.

Corrí hacia la chimenea y encendí el fuego lo más rápido que pude. Agarré a Anubis con ambos brazos y me senté frente a las llamas. Tumbándole encima de mis piernas y tapándole con una manta. Apoyé mi espalda en la parte baja del sofá y le froté el cuerpo para que entrase más rápido en calor.

Sentí un suave golpe de cariño en mi cuerpo. Se sentía como un viento cálido que recorrían mis huesos. Anubis me estaba agradeciendo lo que hacía por él.

–– Estoy deseando entenderte mejor, pero no puedes estar por el bosque cuando bajan tanto las temperaturas. Todavía eres pequeño.

Me gruñó como respuesta.

–– Sí Anubis, eres pequeño. Un lobezno, quizás cuando seas más grande, aguantes mejor ahí fuera.

Él agachó la cabeza.

–– Eres tan terco como yo –– dije dándole un beso entre sus orejas.

Seguí frotándole el cuerpo, hasta que mis manos ya estaban rojas de tanto frotar, pero seguí haciéndolo. Él parecía entrar en calor. Solo quería que se sintiera bien pronto, que dejara de tiritar. Cerré los ojos mientras seguía frotando. El calor cada vez se hacía más fuerte en mis manos, pero él estaba mejorando. Sentí como mis venas se calentaban, como si de un líquido caliente se tratara. Yo no dejé de mover las manos en ningún momento. El calor de mis manos fue fluyendo a través de mis venas, llegando a calentar los músculos y los huesos. Comencé a sudar y separé las manos del cuerpo de Anubis para quitarme la chaqueta, abrí los ojos y me quedé sin respiración.

Había una llama en mi mano derecha.

–– Anubis –– susurré, temiendo que la llama se apagase.

Él siguió mi mirada y se separó de mí.

No aparté mi mirada de la pequeña llama. Giré la otra palma de mi mano e intenté que saliera otra llama. Tragué lentamente, tenía miedo incluso de respirar.

–– Enciéndete –– dije en apenas un susurro.

Cerré los ojos y me imaginé otra llama idéntica a la de mi mano derecha. La formé en mi mente, más grande, de color rojo. Y volví a sentir ese líquido caliente recorriendo mis venas, traspasando el músculo y acariciando mis huesos. Con los ojos cerrados, vi más luz. Al abrirlos, mi sonrisa se intensificó.

–– Mira Anubis. Mi elemento es el fuego –– mi voz sonó aguda. No me había dado cuenta de que dos lágrimas caían por mi rostro ––. Tengo que enseñárselo a Gina. Tú quédate aquí, no quiero que vuelvas a coger frío.

Anubis me gruñó y echó a correr hacia la puerta, esta se abrió tan pronto él se acercó. Parecía que volvía a tener su fuerza.

Las llamas seguían encendidas cuando ambos corríamos por el bosque ¡Estaba eufórica! Quería llegar cuanto antes a casa de Gina. No sabía con seguridad si estaría en su casa, pero algo me decía que sí. No tardamos ni dos minutos en llegar.

–– ¡Gina! –– grité desde la puerta. Se abrió tan pronto me acerqué a ella. Mi amiga acababa de llegar a la entrada y abrió los ojos, llevándose ambas manos a la boca. Enseguida me di cuenta de que no estaba sola. Jaime estaba con ella.

–– ¡El fuego! –– exclamó Gina contenta. Se acercó a mí con su gran sonrisa ––. Sabía que lo conseguirías. ¿Qué estabas haciendo?

–– Anubis vino congelado, empecé a frotar su cuerpo enfrente de la chimenea. Cerré los ojos y comencé a sentir como mis venas comenzaban a calentarse, como si un líquido las recorriera y me quemase con suavidad los músculos y los huesos.

Ella asintió.

–– Cada elemento se siente distinto, pero es parecido a lo que yo sentí cuando el elemento del agua salió. Apágalo y dame un abrazo.

¿Apagarlo? No sabía cómo hacerlo.

–– ¿Qué tengo que hacer?

Gina y Jaime sonrieron. Fue este último quien me contestó.

–– Solo cierra las manos. Y siente cómo se evapora.

Cerré ambas manos a la vez y efectivamente, sentí como el fuego se evaporaba bajo mi piel. Al abrirlas, ya no estaba.

Gina me dio un gran abrazo, al que se unió Jaime, saltando, haciéndonos reír.

–– Venga, vuelve a hacerlo –– dijo Gina dándome un beso en la mejilla.

Me separé de ambos y volví a concentrarme. Enseguida sentí como mis venas se calentaban. Sentí todo mi cuerpo calentarse, era una sensación muy agradable. Y aparecieron dos llamas idénticas. De un color rojo vivo, danzando sobre las palmas de mis manos.

–– Ciérralas –– susurró Jaime. Como si no quisiera molestarme.

Las cerré y volví a sentir como se evaporaban bajo mis puños cerrados.




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