El día era horrible, mi cuerpo se sentía extraño, como si estuviera dolorido, no paraba de llover y de hacer frío. Anubis tenía el pelaje tan mojado que tardó más tiempo de lo normal en secarse, al igual que Miranda, ambos estaban enfrente de la chimenea. Intenté secarlos con mi fuego, pero ninguno de los dos quiso, nuestros Duobus querían demostrar lo fuertes que eran.
–– ¿Y bien? Estoy esperando a que me cuentes qué pasa contigo y con Jaime –– pregunté curiosa, sentándome a su lado en el sofá de mi cabaña.
Gina me sonrió con dulzura.
–– No ha pasado nada de lo que te imaginas, simplemente nos estamos conociendo más. Me ha dicho que quiere hacer las cosas bien, así que vamos lento, demasiado lento –– dijo riéndose.
–– Pero eso es bueno, me refiero, los chicos que conozco suelen ir –– eché la mano hacia delante ––. Lo más rápido que puedan y que Jaime haga eso, me parece muy dulce.
Gina asintió.
–– Aunque lo mismo podría decir de Jason y tú –– me miró de reojo ––. Le ha contado a Jaime que se lo pasó muy bien contigo y con Lily, también dijo que le había caído bien el novio de tu amiga.
Apoyé la espalda en el respaldo del sofá y cerré los ojos unos segundos.
–– ¿Te soy sincera?
Ella asintió.
–– Siempre.
Me pasé la lengua por el labio inferior, tenía los labios cortados por el frío.
–– Creí que iba a besarme cuando me acompañó al hotel.
Gina abrió los ojos y sonrió.
–– Quizás iba a hacerlo, pero tú le diste alguna señal de que no lo hiciera, a veces eres muy arisca con él.
Alcé ambas cejas.
–– No soy arisca con él, simplemente nos metemos mucho el uno con el otro.
Gina se inclinó hacia mí.
–– Meterse el uno con el otro significa que le gustas, Rose. Tengamos veintiséis años, diecisiete o treinta. El ser humano es así de obvio.
Me quedé pensativa un buen rato, cuando giré la cabeza para ver que tal estaba Anubis, fruncí el ceño al ver como me miraba.
–– ¿Qué pasa? –– le pregunté.
Él me gruñó.
Rodé los ojos.
–– ¿Enserio te acabas de despertar cuando has escuchado eso?
Mi Duobus asintió.
Gina se aguantó la risa.
–– Tiene que ser curioso ver como un Duobus macho se enfada por temas amorosos.
–– Anubis odia que cualquier hombre se acerque a mi.
–– Es normal, si ya con Miranda lo tuve complicado para explicarle lo de Jaime, no quiero imaginar lo que tendrás que pasar con Anubis siendo un macho.
Bufé y miré a mi Duobus entrecerrando los ojos.
Gina se levantó del sofá.
–– Nosotras nos vamos a ir ya. Son las ocho y no sé cuánto me hará caminar la Guardiana del Bosque hasta llegar a mi cabaña. Creo que le encanta vernos perder el tiempo.
Me levanté de golpe, me había olvidado que tenía que ir a junto de Hunter.
–– Sí, yo tengo que ducharme todavía –– mentí. No sabía si debía contar lo de Hunter o no, debería preguntarle si también entrenaba a más Custodios.
Tan pronto Gina y Miranda se marcharon. Me puse un abrigo negro, había aparecido en mi armario cuando las lluvias comenzaron a ser más fuertes. Gina tenía uno igual.
Bajé la mirada hacia mi Duobus.
–– Vámonos o llegaremos tarde.
Anubis se acercó a la puerta y esta enseguida se abrió. Me hice una trenza antes de salir, por si acaso.
Cuando salí de la cabaña, me di cuenta de que llovía mucho menos que antes, parecía que estaba dejando de llover. Anubis y yo echamos a correr hasta el claro entre los árboles donde Hunter solía estar. No sé cuánto corrimos, pero parecieron más de quince minutos. Iba a llegar tarde.
Le vi a lo lejos, de espaldas, como siempre. Llevaba un abrigo negro, como el mío, pero sin capucha. Damon estaba sentado a su lado, mirando hacia él, como si estuvieran manteniendo una conversación. Anubis y yo nos detuvimos a pocos pasos de ellos.
–– ¡Perdón! Llegar aquí ha sido más largo que de costumbre.
Hunter se giró, tenía el pelo mojado y revuelto. Las pestañas mojadas, y el semblante serio, pero lo que más llamó mi atención fue su mirada, sombría, sin vida. Parecía triste, pero aún así, irradiaba poder. Seguí bajando la vista hacia su vestimenta. Llevaba una armadura de color negro, con una túnica gruesa del mismo color por debajo, tapándole los brazos. Los pantalones, mojados por la lluvia, le marcaban unas fuertes piernas. Las botas las tenía manchadas de barro.
–– ¿Pasa algo? –– pregunté, elevando la vista.
Él tenía clavado sus ojos en los míos. Le sostuve la mirada con el mentón en alto, él me sacaba una cabeza.
–– Vas a aprender a defenderte y a atacar con tu Duobus –– su voz sonó grave.
Editado: 16.01.2024