El Guardián de la luz

Capítulo 31

Me estiré en la cama hasta que mis huesos sonaron y mis músculos se relajaron. Los primeros rayos del sol iluminaban mi habitación con colores anaranjados. Me froté la cara pensativa, todavía era pronto para levantarme. Me eché sobre un costado y me llevé una decepción al ver que Anubis no estaba. A él nunca le costaba madrugar.

Alguien llamó a la puerta. Dos veces seguidas, con bastante énfasis.

Suspiré. Tenía que ser la Guardiana.

–– ¡No estoy! –– grité desde mi cama.

Volvieron a llamar una segunda vez.

Me levanté enfadada y dolorida. Me dolía todo el cuerpo de entrenar ayer con Mary.

Abrí la puerta y me encontré con la Guardiana esperando en el último escalón. Llevaba el pelo suelto, para mi sorpresa. Tenía una amplia sonrisa en el rostro.

–– Buenos días Guardiana –– dije en tono molesto ––. Todavía es pronto.

Ella me miró de arriba abajo.

–– ¿Siempre duermes así? –– preguntó.

Miré mi atuendo. Llevaba una camiseta de manga corta, que me llegaba hasta los muslos. Me fijé que se me transparentaban los pezones. Me crucé de brazos y salí al porche. Hacía buen día.

–– Es mi pijama.

–– ¿Por qué no te pusiste unas botas? –– preguntó de nuevo.

La miré sin comprender.

–– No duermo con las botas puestas.

Ella suspiró y se encogió de hombros.

–– Ya te las arreglarás, siempre lo haces –– dijo bajando el último escalón. Miró hacia el bosque un momento y después se giró con rostro inexpresivo ––. Comienza la segunda prueba, nos vemos al otro lado de mi bosque, si decides no continuar, llámame y apareceré.

Abrí los ojos sorprendida, pero más me sorprendí al escuchar como la puerta de mi cabaña se cerraba de un portazo. Me giré hacia ella e intenté abrirla, pero la puerta estaba cerrada a cal y canto.

–– ¡Ábrete! –– exclamé.

Nada. No se abría. No sé cuánto tiempo estuve intentando abrirla, probé con las ventanas y tampoco se abrían. Bajé las escaleras corriendo y tan pronto sentí la hierba húmeda me miré los pies desnudos.

Cerré los ojos y grité de exasperación. Al abrirlos intenté concentrarme. Muy bien, Rosalie, ¿Qué te dijeron que hicieras? Salir del bosque.

Corrí hacia la arboleda más próxima, me detuve en menos de un minuto, apoyándome en un árbol. Levanté primero el pie derecho y después el izquierdo. El bosque no era un campo de hierba, al contrario, tenía piedras, ramas y hojas por todas partes. Tenía ya algún que otro corte pequeño en la planta de los pies.

–– Genial –– resoplé.

Volví a correr, atravesando más árboles y más bosque, hasta que me detuve en seco. Había un río enfrente de mí, y al otro lado, más árboles y una cúpula que ya conocía muy bien.

–– Mierda.

El agua parecía en calma. Eso me hizo desconfiar. Estiré la mano derecha hasta el agua y la bajé lentamente. Tan pronto la toqué, sentí el dolor al instante, el agua ardía. Me llevé la mano al pecho y la apreté contra mí, como si eso me quitase algo de dolor. Soplé la mano y me enfadé conmigo misma por no haber metido primero un dedo en el agua.

Me senté en la hierba y me quedé mirando el río que me impedía llegar a mi destino.

Solté otro grito de exasperación. Me eché hacia atrás, tumbándome en la hierba, mirando el cielo despejado unos minutos, pensativa. Se suponía que tenía que usar mis elementos para poder salir de aquí, al menos, era lo que yo suponía. El agua no debía ser un impedimento para mí, ahora la controlaba. Tenía ese elemento corriendo por mis venas.

Me levanté del suelo decidida. Abrí ambas manos y me concentré. Intenté dividir el agua en dos, para crear un camino. Sentí el peso del agua en mi cuerpo, pero esta vez, pude con él. No tardé mucho en ver como el agua comenzaba a separarse. Sonreí emocionada, todavía no podía creer que yo pudiese estar haciendo eso. De repente, el agua que había conseguido dividirse volvió a unirse.

Lo intenté un par de veces más, pero siempre terminaba pasando lo mismo. Me llevé ambas manos a las rodillas, sintiéndome cansada. Tenía que pensar otra cosa y rápido. Decidí volver a mi cabaña, el camino no me llevaría más de cinco minutos. Al llegar a ella, le eché un vistazo lentamente.

–– ¡Qué tonta soy! – exclamé, dándome cuenta de lo que tenía delante.

En el porche, estaban la capa y las botas que había dejado la noche anterior. Me lo puse todo a gran velocidad, agradecida de tener mis pies tapados al fin. Sonreí al ver lo que había dejado apoyado al lado de la puerta, no sé cómo no pude verlo antes, los nervios me cegaron completamente. La daga que Mary me había regalado. Me senté en uno de los escalones, contemplándola. Ayer me fijé en que tenía algo escrito en la hoja, pero ahora, no había nada en ella.

Un ruido fuerte me sobresaltó, parecía una explosión. Tenía que darme prisa y cruzar ese río o llegaría la última. No tenía ni idea de por dónde empezar, había tratado de cruzar el río dividiéndolo, pero eso resultó imposible. El agua ardía así que tampoco podía cruzarlo a nado.




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