El Guardián de la luz

Capítulo 34

El viaje había sido rápido, pero agotador. Los caballos aguantaron todo el trayecto sin quejarse, incluso cuando los subimos al gran barco que nos llevó a La Tierra del Viento. Llegar allí fue fácil, tan pronto volvimos a pisar tierra firme, fuimos transportados justo enfrente de un edificio que nunca había visto en persona, pero que conocía de fotografías. El Palacio de Versalles.

Mary, que estaba caminando detrás de mí, chocó varias veces conmigo, por mi culpa, hasta que se enganchó a mi brazo. Me resultó imposible no quedarme boquiabierta y detenerme en seco cuando pasamos por la Verja de Honor. Tenía dibujos de flores de lis dibujadas en las láminas de oro que brillaban bajo el sol. Miré a mi alrededor embelesada por las vistas, pero sobre todo por el edificio que había enfrente de nosotros.

El palacio no era exactamente igual al que estaba construido en mi mundo, si no que parecía faltarle algunos edificios. Eso lo hacía todavía más increíble.

Todo estaba impoluto, la piedra limpia, las ventanas reflejaban el sol y el oro de las cornisas y de algunos detalles que había en la fachada.

Solté un largo suspiro, este lugar era magnífico.

–– Que no te dejen engatusar por sus lujos –– me susurró Mary.

La miré y vi como ella recorría todo con la mirada, alerta, recordé donde estaba en realidad.

–– Sí, tienes razón –– cerré la boca cuando Mary se separó de mí y caminó a mi lado con el rostro serio.

Unos hombres, ataviados con ropajes azules nos indicaron que les diésemos las riendas de nuestros caballos. Hunter palmeó a su caballo con cariño, un gesto que no esperaba ver en un lugar así.

–– Ve con ellos, Umbra –– dijo en tono serio.

Me despedí de White y uno de los hombres se la llevó, yendo detrás de Umbra. Les dediqué una mirada nerviosa a Brooke y a Cole.

–– Estarán bien –– me susurró Mary, tranquilizándonos. Se separó de mí y se situó detrás de Hunter, como su segunda al mando.

Quería admirar el suelo que estaba pisando con más atención, el famoso Patio de Mármol, pero seguí caminando.

Había guardias de pie, en ambos lados del patio. No nos miraron cuando llegamos al final del camino.

Un hombre de unos cuarenta años, con bigote frondoso y no muy alto estaba de pie frente a nosotros. Llevaba una chaqueta roja con botones dorados y unos pantalones azules,  parecía un uniforme.

–– Bienvenido, Rey de Oxford –– dijo con voz tranquila, haciendo una perfecta reverencia ––. Me llamo Belmont y seré su asistente durante estos días. Su Majestad me comentó que a usted no le gustan las grandes bienvenidas, así que espero, que este modesto recibimiento por mi parte, sea de su agrado.

–– Sí –– respondió simplemente Hunter.

El hombre del bigote nos recorrió a todos con la mirada hasta que se detuvo en Cole.

–– Supongo que usted será el Caballero del Rey –– dijo asintiendo con elegancia.

Mary respondió antes de que mi amigo lo pudiera hacer.

–– Supone mal, yo soy el Caballero de mi Rey –– respondió Mary, con la cabeza bien alta y orgullo en sus palabras.

El hombre abrió los ojos sorprendido y asintió con una sonrisa fingida.

–– Sí, cierto, me lo habían comentado, discúlpeme –– dijo volviendo a concentrar su mirada en Hunter. Él tenía una pose relajada, irradiaba seguridad ––. Si le parece bien, Majestad, sus acompañantes harán una visita por nuestras Cámaras, para después terminar en sus respectivos dormitorios. Personalmente me he encargado de que todos estén en el mismo ala,  supuse que querría estar cerca de los suyos.

Hunter cambió el peso de una pierna, por la otra.

–– Me parece todo correcto, Belmont. Mi segunda, Mary, se quedará con mis acompañantes durante toda esa visita –– su voz sonó fuerte, autoritaria.

–– Como usted desee, Majestad –– hizo una reverencia ––. Le acompañarán ahora mismo ––  otro hombre le hizo una reverencia a Hunter y nuestro Guardián se giró antes de marcharse, mirándonos a cada uno a los ojos.

No os separéis de Mary.

Lo escuché claramente en mi cabeza, todos lo hicimos. Brooke, Cole y yo, asentimos a la vez. Después, nos metimos en el interior del Palacio de Versalles.

 

Me dolían los ojos de mirar hacia tantos lugares. Tanta belleza, tanto lujo antiguo tan bien conservado. Sabía que no debía expresar lo agradecida que estaba por contemplar algo tan único, tan antiguo y a la vez tan mágico, así que no lo hice. Simplemente puse un rostro inexpresivo mientras Belmont nos enseñaba la tercera Cámara, como ellos llamaban a las estancias.

Cuando entramos en ella, me mordí el labio inferior, aguantándome el asombro que casi dejé que se me notase. Esta vez no era por lo increíble que eran los óleos en los techos, o por tanto oro y objetos antiguos que vivían en estas Cámaras, fue por lo que estaba representando en esas pinturas. Mujeres desnudas, hombres que las poseían en todas las posturas que debían de existir. Cole me miró con los ojos abiertos, aguantando la risa. Puse los ojos en blanco a modo de respuesta. Brooke y Mary nos miraron negando con la cabeza.




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