El Guardián de la luz

Capítulo 37

Cuando cruzamos una zona de los jardines del palacio de Versalles, enseguida dimos a parar a una playa de arena blanca y grandes acantilados. Magia, imaginé.

Estábamos en un edificio construido en el interior de la roca, las vistas eran impresionantes. La terraza donde Alexander y yo nos encontrábamos tenía dos increíbles vistas, a la derecha se veía el mar y a la izquierda, un campo de césped bien cuidado. Detrás de nosotros había una torre alta, la mitad excavada en la piedra, la otra mitad sobresalía de ella.

–– Este lugar siempre me trae paz, Rose. Aquí paso mucho tiempo de soledad –– dijo Alexander, apoyado en la barandilla, hecha de roca también. Cerró los ojos con el rostro mirando al sol.

Me acerqué a él con cuidado. La brisa del mar movió mi vestido y removió mi pelo, ahora suelto.

–– No sabía que te gustara estar solo.

–– La soledad es mi única amiga, en la única que puedo confiar de verdad –– dijo todavía sin abrir los ojos.

–– ¿Puedo hacerte una pregunta ahora que nadie nos oye? supongo que a estas alturas, puedo dejar la educación durante esta visita –– dije en tono conciliador.

Alexander abrió los ojos y me miró con curiosidad.

–– Te lo has ganado a pulso.

–– ¿Por qué tratáis así a las mujeres? En mi tierra somos todos iguales, todos somos Custodios, o podemos ser Caballeros.

Su contestación tardó en llegar.

–– Voy a decirte varios secretos hoy, Rosalie. Es una pena que no los vayas a recordar, pero me caes bien –– me miró largo y tendido ––. Hace muchos años, siglos atrás, los Reyes y la corte de la Tierra del Viento fueron maldecidos. Nunca podríamos conocer el amor –– fruncí el ceño, ahora comprendía muchas cosas ––. Para nosotros, la mujer, el hombre son solo sexo. Nunca hemos amado a nadie.

–– Eso es triste –– susurré.

Alexander rió, aunque fue una risa vaga.

–– No puede ser triste algo que nunca hemos sentido, querida Rose –– se separó de la barandilla y puso ambas manos tras la espalda ––. Mi Corte nunca conocerá todos esos sentimientos que forman a una persona. Amor, amistad, lealtad, todo eso no existe para nosotros.

–– ¿Pero cómo se puede vivir así? –– miré hacia el mar y luego a él ––. No sería capaz, no después de haber conocido todo eso.

Él me miró pensativo, parecía estar dudando de algo.

–– Me contaron que tuviste una mala lectura de manos –– su mirada se volvió astuta, mi rostro cambió al instante ––. Con lo que verás hoy, eso también lo olvidarás hasta que llegue el momento.

–– ¡No! –– exclamé enfadada ––. No puedes hacerme perder la memoria, no puedo perder mis recuerdos –– dije alarmada. No podía perder los malos recuerdos, eso era lo que me mantenía alerta.

Él me agarró de una mano, con delicadeza.

–– No vas a olvidar los momentos buenos, Rosalie, ni tampoco vas a olvidar a Calvin ni vuestra pelea, solo vas a olvidar lo que el Ojo te dijo –– suspiró ––. Llevo mucho tiempo teniendo sueños –– me miró con rostro esperanzado ––. Llevo tiempo soñando con una mujer con el pelo del color de la luna llena.

Lo miré sorprendida.

–– ¿Qué?

–– Supe que este día llegaría, Rosalie. He visto cómo son esos sentimientos gracias a ti. He visto también cómo te enfrentabas a tus miedos y también vi como los vencías, por eso ahora que te conozco, creo que afirmarás como somos en verdad. Te contaron que éramos horribles, que solo creíamos en el sexo, que éramos unos depravados, y es que la verdad es esa Rosalie, somos eso y mucho más –– Alexander me seguía agarrando de la mano. Intenté que no notase cómo mis nervios comenzaban a salir ––. Voy a morirme pronto, Rose –– le miré a los ojos, con rostro inexpresivo ––. Calvin me sucederá y tú acabas de hacerte enemiga del próximo Rey de la Tierra del Viento.

Cerré los ojos y maldecí, al abrirlos quise hacerle la siguiente pregunta.

–– ¿Cómo sabes que vas a morir? –– recordé que Hunter también soñaba con su muerte y eso me oprimió el corazón.

–– Como te he dicho, no conocemos el amor, no conocemos la lealtad, ni la amistad. Mi tarea como Rey es también enseñar al sucesor. Calvin nunca ha visto lo que tus ojos verán ahora, pero como Rey, debo pensar primero en mí.

Fruncí el ceño. Mi mente estaba intentando dar con lo que él quería decirme, sin llegar a decírmelo.

–– ¿Calvin va a matarte? –– pregunté.

Alexander me soltó la mano, de nuevo con delicadeza.

–– ¿Quieres ver una parte de mi secreto? –– evitó mi pregunta, pero supe que había acertado. Asentí decidida. Me señaló con la cabeza hacia el campo ––. Están a punto de volver.

Apoyé una mano en la barandilla y tapé la luz del sol con la otra.

A lo lejos, comencé a ver unos puntos que se movían hacia nosotros.

Él volvió a hablar, con la voz llena de orgullo.

–– De momento son pocos, pero calculo que en cinco años serán unos seiscientos o setecientos.




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