El Guardián de la luz

Epílogo

Nunca había visto un día tan soleado, ninguna nube surcaba el cielo. Un día demasiado bonito para un momento tan espantoso.

La puerta de mi despacho se abrió. Agatha entró con paso apurado y se sentó agotada en una silla.

–– Rosalie y Anubis han desaparecido.

Seguí mirando el bosque hasta que mis ojos se detuvieron en el puente que llevaba a la Laguna.

–– Los he mandado lejos.

Escuché el sonido de la silla caerse, sabía que mi acto la había sorprendido.

–– ¿Por qué lo hiciste Mikael? –– preguntó con reproche.

Alcé una mano y el Memoriae flotó con decisión hasta mi mesa.

La respiración de Lyon cambió. Miré a mi Duobus con tristeza, llevaba varias semanas dormitando, los dos nos estábamos haciendo mayores más rápido de lo que había imaginado.

–– Mikael –– me llamó Agatha visiblemente alarmada.

El Memoriae comenzó a moverse, hasta detenerse en la última página.

Me giré sin separarme de la ventana, por fin cesaría mi curiosidad sobre lo que mi mente llevaba pensando desde hacía unas horas.

–– ¿Quiénes son los últimos? –– le pregunté a Agatha.

Ella se acomodó la capa negra y con mucho cuidado le dio la vuelta al Memoriae.

–– Rosalie White y Anubis –– respondió en un susurro. Me miró perpleja ––. Pero ¿Cómo?

Suspiré sonriendo.

Hunter siempre había sido un Guardián muy astuto, sabía fijarse en las personas, pero sobre todo en lo que decían.

–– Rosalie me dijo una vez, aquí delante de nosotros, que la suerte es para quién no sabe ver. En ese momento no nos dimos cuenta, Agatha, pero ya habíamos escuchado esa frase antes –– la miré fijamente ––. Rosalie es la hija de nuestro Guardián Benjamin White y su esposa Elisabeth.

–– Cómo pudieron apartarla de nosotros, Mikael –– se movió nerviosa y alzó la voz ––. ¡Por qué no querían Ben y Elisabeth que Rosalie fuera una Custodio! Su Duobus la encontraría tarde o temprano, pero entonces eso que sentimos al morir Hunter –– se llevó las manos a la boca, yo la miré asintiendo, la animé a que lo dijese en voz alta ––. Entonces ella es… nuestra Guardiana.

–– Así es. Nuestra Guardiana se ha ido sin saber que lo es, pero lo sabrá pronto. Si no lo sabe ya a estas alturas, lo sabrá al escuchar la voz de Anubis, él la ayudará.

–– Entonces volverá –– dijo Agatha, con demasiada ilusión.

Era el momento de contarle una parte de lo que había descubierto recientemente. La otra, todavía no era el momento. No había olvidado los ojos de Rosalie.

–– Volverá cuando su alma y su corazón, sanen.

Agatha se acercó a mí.

–– ¿De qué estás hablando?

–– Me temo que una maldición antigua acaba de instalarse en el interior de nuestra Guardiana. La pena envuelve su corazón y su alma –– Agatha me miró con rostro triste, comprendía lo que estaba diciendo.

–– Elisabeth...entonces ella –– resopló asintiendo, comprendiendo.

–– La luz que salió del cuerpo de Hunter, Agatha… solamente puedo pensar en una cosa. El día salió cuando se estaba muriendo, era de noche en ese momento.

Vi cómo la mente de Agatha trabajaba con rapidez, me miró perpleja.

–– No puede ser –– dijo apoyándose en la pared, nerviosa ––. La fábula de Oxford, ¿crees que Hunter era el Día? La fábula dice “Os volveréis a ver, pero la muerte llegará a uno de vosotros” –– la voz se le entrecortó ––. ¿Cómo sigue la fábula?.

Negué con la cabeza.

–– Cada Tierra tiene una parte, yo sé lo mismo que tú, Agatha.

La puerta se abrió de repente.

Una mujer entró con paso decidido. Tenía los ojos azules oscuros, el rostro demacrado y el pelo canoso recogido en una trenza que le llegaba casi a la cintura. Dos mujeres estaban detrás de ella.

–– ¿Dónde está mi hija? –– preguntó con voz suplicante.

–– Elisabeth. Por fin has despertado.

En ese instante, el suelo de Oxford comenzó a temblar, el momento que más temía había llegado. Del puente que unía Oxford con la Laguna, apareció Cassandra.

 




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