No llovía. No había pensado en esa posibilidad hasta que llegué a la calle. Observé el cielo, parecía estar en calma. Esa era una buena señal. Escribí la dirección “19 Dewr Street” en el teléfono móvil y mi corazón latió a gran velocidad al ver que había dos caminos, el rápido de quince minutos y el lento de veintitrés minutos. Elegí el rápido.
¿Qué esperaba encontrar allí? ¿Un lobo? Nada, no encontraría nada. Yo no solía ser negativa, pero esto me estaba poniendo nerviosa. Miré el reloj de mi teléfono, marcaba las doce y cuarto de la noche.
Quizás fuera la típica urbanización inglesa, con casas iguales, y la había visto en alguna película. Eso sí que podría ser. ¿Cómo no lo había pensado antes? Me sentí la persona más tonta del planeta. El gps del teléfono me indicó que girase a la derecha. Me detuve en seco. Era un sendero.
–– No, por aquí no voy a ir ––susurré. No le temía a la oscuridad, me estaba poniendo excusas.
Como si el mundo me leyera la mente, la nube que tapaba la luna, decidió apartarse de ella. El camino estaba más iluminado. Al menos se veía el final. Y giraba a la izquierda a unos cuantos pasos.
Respiré hondo. Y me adentré en el sendero.
Era estrecho, aunque cabía perfectamente un coche. Supuse que esto era un atajo para llegar hasta esa zona de Oxford. Si no, habría que dar un buen rodeo.
Seguí caminando rápidamente y tan pronto giré a la izquierda, dejé el sendero.
Bien.
Esta parte había terminado rápido. La calle era de un solo carril y había casas a ambos lados. Todo pintaba a que iba a ser una casa de una urbanización. Al menos, la luna seguía iluminando el camino, eso lo agradecí. Ojeé el teléfono y me sorprendí al ver que tan solo quedaban dos minutos para llegar. Mi corazón volvió a latir fuerte tan pronto escuché la voz del gps. “Tu destino está a la derecha”.
Destino, una palabra que había escrito en varias ocasiones y que se podía interpretar también con algo de fantasía, como fuerza sobrenatural. O simplemente como una sucesión inevitable de acontecimientos. Tenía una sola pregunta.
¿Cómo tenía que interpretarlo?
Observé mi destino, estaba tapado por un muro y una puerta con barrotes. El lugar parecía abandonado.
–– Yo puedo –– susurré.
Agarré el pomo de la puerta, y lo giré hacia abajo. Me imaginé un sonido bastante tétrico, pero no hubo ninguno. Di el primer paso y me adentré.
Había un pequeño camino que llegaba hasta una casa. Una casa exactamente igual a la que llevaba soñando todo este tiempo. El suelo estaba lleno de hojas, y el césped del jardín de enfrente estaba descuidado, ahora sí que podía afirmar que estaba inhabitada. Las escaleras eran de piedra, y la puerta de la casa era de color blanco. Justo igual que en mis sueños.
¿Cómo era posible? Esa pregunta no paraba de rondar en mi cabeza. Yo nunca había visto este barrio, nunca había visto esta casa… Me acerqué a las escaleras y las contemplé como si fueran lo más bonito del mundo. No había ningún lobo blanco sentado, ni siquiera un perro.
Sentí una punzada en el pecho. Decepción. Hacía mucho que no sentía eso. No desde la muerte de mi padre y el pasotismo de mi madre.
Ojeé el resto del jardín y no me adentré más. Las hojas no estaban removidas y el césped era tan alto que llegaba a mis rodillas, nadie había pisado ese lugar desde hacía mucho tiempo.
Que tonta me sentí. Tonta por haber dudado del mundo real. Por eso prefería vivir en un mundo imaginario, allí al menos, existía la duda de si podría suceder o no.
Me di la vuelta, resignándome. Al menos había sido valiente. Nunca tendría que volver a pensar en el tema, y hacerme la gran pregunta ¿Y si…?
Avancé hasta la puerta y volví a mirar por última vez atrás. Hice una captura de imagen en mi cerebro. Recordando la adrenalina que esta aventura me había dado.
Con cuidado volví hacia la puerta de la entrada principal, y lo escuché.
El sonido de las hojas moviéndose a mi espalda.
Me giré al instante. No había nada, no había nadie.
Sonreí nerviosa. Mi mente, a veces me jugaba malas pasadas. No era la primera vez.
Decidí que era el momento de irme y cerré la puerta. Me quedé mirando por los barrotes. Y di un paso para irme. Di el paso, o eso pensé, pero mi cuerpo no había reaccionado.
El césped, cerca de las escaleras de la entrada de la casa, se movía.
Abrí la puerta de un golpe y me acerqué lentamente. No podía ser.
El césped se movió por última vez, hasta que algo blanco salió disparado hacia las escaleras de piedra.
–– No puede ser –– murmuré con voz temblorosa.
Sus ojos azules me contemplaron. Sentí un hormigueo por todo el cuerpo.
¡Mi sueño se había hecho realidad!
Tenía los ojos mucho más azules de lo que había soñado. Eran increíbles, de color azul como el cielo. Y su pelaje era de un blanco impoluto, el mismo que había visto en mis sueños.
Editado: 16.01.2024