Desperté con calor en mi vientre. Abrí los ojos despacio, despacio porque no sabía si había soñado algo increíble o si tenía que enfrentarme a una realidad. El lobezno estaba acurrucado en el hueco que había dejado al dormir. Tenía su cara mirando para mi y el cuerpo pegado a mi vientre. Parecía dormir en calma. Aunque la calma le duró poco. Abrió un ojo azul claro en el instante en el que la puerta de la habitación se abrió.
–– Anoche me quedé dormida, pero hoy… –– Lily se quedó callada, mirando para el lobo ––. Hay un cachorro de Husky en tu cama –– dijo despacio.
¿Qué le iba a decir? ¿Que anoche me desvele y me lo encontré? No había pensado en ese momento. Me di cuenta de que en la mesa del escritorio estaban mis mallas de correr.
–– He ido a correr hace una hora y media y me lo encontré al doblar la esquina. Estaba solo y decidí que no podía dejarle –– dije intentando sonar lo más natural posible.
Lily se acercó a mi lobo, a Anubis. Y le cogió en brazos. Me di cuenta de que él no le había rugido ni mostrado los dientes en ningún momento.
–– Rose, esto es una señal. ¡Un husky blanco! Dime que se llamará Anubis.
Sonreí.
–– Sí, así se llamará.
Meter a Anubis en casa de Lily fue más fácil de lo que había imaginado. Ella no parecía ver que fuera un lobo. Parecía que lo que Gina me había dicho, era real.
Mierda, Gina.
Me levanté de la cama y busqué mi teléfono móvil en el bolso. Eran las nueve y cuarto de la mañana.
–– ¡Tengo que ducharme! –– exclamé saliendo de la habitación. Mientras me quité el pantalón de pijama, Lily entró en el baño con Anubis moviéndose como un loco en sus brazos.
–– Creo que quiere estar contigo –– dijo dejando a Anubis en el suelo del baño.
Abrí la cortina de la ducha y encendí el agua.
El lobezno se acurrucó encima de los pantalones del pijama. No pude evitar mirarle con ternura.
Llegué diez minutos antes al Puente de los Suspiros. Anubis había caminado a mi lado, observando todo lo que le rodeaba. Era muy curioso. Me recordaba a mi. Esperé a Gina debajo del puente, a la sombra, mientras Anubis parecía estar un poco a la defensiva.
––¡Buenos días! –– exclamó Gina con alegría –– ¿Qué tal habéis dormido?
–– Muy bien, Gina. Gracias.
Ella me cogió de la mano y la apretó con cariño. Esa chica era pura bondad, lo que decía y hacía, era de corazón. No sabía por qué, pero lo sabía. Miranda, su loba, su Duobus, se sentó al lado de Anubis. Él la observaba de reojo.
–– Me gustaría presentarte a una persona muy importante para mí. Fue la que me guió a mí cuando encontré a Miranda.
Su loba se acercó a ella y tocó su pierna con el hocico. Gina la acarició entre las orejas.
–– ¿Habéis hablado? –– le pregunté con curiosidad.
–– La intuyo. Llevo un año en la universidad de Oxford y Miranda y yo hemos mejorado mucho con nuestra comunicación, aunque parece que aún nos queda mucho por aprender, según Agatha. –– debió de ver mi cara confusa porque enseguida levantó un dedo ––. Espera, mejor debería presentártela primero. Ella te explicará mucho mejor que yo.
Asentí con timidez.
–– Tengo un montón de preguntas, pero sinceramente, no sé por cual empezar.
Gina sonrió.
–– Tengo todo el tiempo que necesites –– dijo con la alegría que ya parecía caracterizarla ––. Sígueme por aquí, los jueves suele estar en un college cercano, leyendo en un patio pequeño, bajo la sombra de un árbol antiguo. Miranda y yo la solemos visitar dos veces al mes, tampoco quiero que piense que quiero hacerle la pelota.
–– Tu…profesora, recibe mucha gente como ¿yo?
–– ¿Te refieres a nueva? Claro. Cada año entran más Custodios a la universidad. Lo que no sabía era que se podía encontrar tan tarde a un Duobus.
Fruncí el ceño.
–– ¿Tarde?
–– Me refiero a que yo encontré a Miranda hace cuatro años, con dieciocho años, solo que mi nombre apareció el año pasado en el Memoriae. Iba con mis padres cada año, para saber si ya podía entrar en la Universidad, pero nada…hasta el año pasado no fui admitida.
Memoriae…. Significaba memoria en latín.
No me había dado cuenta de que ya habíamos llegado al College.
Seguí a Gina en silencio. La entrada del college era amplia, y tenía un pasillo muy corto que llevaba a un patio interior, con pequeñas columnas adornándolo.
Había una mujer sentada debajo de uno de los dos árboles. Tenía el cabello corto, de un color castaño oscuro, muy bonito. Llevaba un vestido largo, en tonos oscuros, junto con una chaqueta larga hasta los pies, de color negro. El libro tapaba su rostro.
–– ¡Profesora Agatha! –– exclamó Gina.
La mujer levantó la mirada del libro. Tenía el rostro bronceado y tras unas gafas de ver, los ojos de color almendra. Sonrió al ver a Gina.
Editado: 16.01.2024