El guardián de sus noches

6

Nuño no perdió los nervios. Se giró despacio hacia Don Rodrigo. Leonora parecía mucho más nerviosa que él. Soltó a Nuño al instante.

—Rodrigo... —comenzó ella, pero fue ignorada.

—Deberías estar protegiendo a la princesa, no pasándote de la raya —dijo Rodrigo, cortando a Leonora.

—Deberíais de preocuparos más por los invasores que de cómo conduzco a la princesa —dijo Nuño sin perder la calma.

Señaló con la cabeza los dos cadáveres antes de continuar hablando.

—Acabamos de encontrarnos con dos intrusos de frente y está alterada, ¿pretendeis que no le conceda ni unos instantes de apoyo para que pueda seguir? Mi misión es proteger a su Alteza a como dé lugar.

Nuño no estaba dispuesto a discutir más, tenía muy claro su deber y no iba a saltárselo. Se giró, dándole la espalda, pero Rodrigo no estaba dispuesto a consentir lo que él consideraba una ofensa de un inferior. Desenvainó su espada.

—Yo me encargo de la princesa desde este punto —dijo Rodrigo.

Nuño no se molestó en girarse para hablar con él.

—Podéis venir con nosotros, pero no me iré. Mi deber es protegerla.

—Apártate o me veré obligado a detenerte por la fuerza.

Nuño ocultó una sonrisa burlona que quiso asomarse en sus labios.

—Intentadlo —dijo Nuño, haciéndole un gesto a Leonora para que continuara.

Rodrigo avanzó con decisión hacia ellos. Nuño fingió no notarlo, como si no supiera que iba a recibir un golpe.

—¡Basta! —ordenó Leonora, haciendo que ambos se detuvieran en el acto.

—Leonora conmigo estarás más segura —dijo Rodrigo.

—Si os importara su seguridad preferiríais que fuéramos los dos. Nos estáis retrasando —respondió Nuño—. Estamos en un pasillo, nos pueden rodear por los dos extremos.

—Como te atreves...

—¡He dicho que pares! Tiene razón, Rodrigo —dijo Leonora, visiblemente avergonzada.

Rodrigo frunció el ceño, pero no contestó a Leonora. Hizo una reverencia y se alejó por donde había venido. Nuño no se inmutó, volvió a tenderle la mano a Leonora.

—Si le importarais de verdad, no se habría ido —dijo Nuño, conduciéndola.

—Lo sé —dijo ella, evitando su mirada.

Nuño no insistió en lo que quedaba de camino hasta la cripta. Se encontraron rastros de batalla, pero ningún combate abierto en el que no hubiera soldados para cubrirlos.

La cripta era el lugar más seguro porque tenía una única entrada, precedida por un pasillo largo y estrecho que obligaba a cualquier atacante a acercarse expuesto a recibir un disparo de flecha o ballesta.

Era oscura y húmeda, pero Nuño no parecía tener problemas con ello. Sugirió, de hecho, apagar las antorchas para hacer más difícil que los vieran. Leonora apenas veía y estaba asustada, pero él parecía tan convencido que se fio.

Cerró la pesada puerta de madera, reforzada con remaches de hierro, y observó por una pequeña abertura que había para los ojos.

Leonora se dejó caer contra la pared cercana, abrazándose las rodillas.

—Si traen a alguien más les abriré y les cubriré desde aquí, Alteza. No os preocupéis.

Leonora asintió en silencio.

—Me da miedo que Rodrigo te cause problemas, Nuño —murmuró ella.

Nuño contestó sin apartar la mirada del pasillo.

—A mí no. Lo que me importa es protegerte. Si vos testificáis a mi favor, cualquier cosa que invente caerá en la nada.

—Lleva enamorado de mí desde que éramos niños —dijo ella.

—Lo sé. Se nota —dijo Nuño, antes de añadir con voz más baja—. Pero no os conviene, ni os convendría aunque su familia fuera más noble.

Leonora no pudo evitar sonreír, aunque estaba nerviosa.

—¿Y quién me convendría, según tú?

—Alguien que os cuidara por encima de su orgullo herido —dijo, sin pensarlo si quiera.

—¿Como tú?

Nuño se quedó muy quieto y muy callado unos instantes, quiso mirarla, pero el instinto le hizo seguir mirando la entrada.

—No quería decir eso. Lo siento si os he incomodado, no era mi intención insinuar algo tan bajo, Alteza.

Leonora soltó una risa que a ella misma le sorprendió.

—No me incomoda, y no me ofende, solo te gastaba una broma.

Nuño soltó una exhalación que podía haber sido una risa, pero era difícil determinar.

—¿Te puedo pedir un favor?

—Siempre —respondió él, cogiendo su ballesta de la espalda y cargándola. Oía pasos acercarse, pero no se lo dijo para no alterarla.

—¿Me puedes llamar Leonora cuando estemos solos?

—No.

Leonora rio una vez más.

—¿Por favor?

—No me está permitido, no es falta de ganas.

La princesa amplió su sonrisa, y Nuño no pudo evitar desviar la mirada hacia ella. Le parecía la sonrisa más bonita que había visto en siglos, y ni siquiera podía decírselo.

—Sois peligrosa, Leonora.

Ella abrió la boca, sorprendida y claramente agradada.

—Vuestra madre —dijo Nuño, de repente—. Abriré. No os mováis. No hagáis ruido. Quedaos contra la pared.

Leonora obedeció y asintió inmediatamente. Nuño abrió la puerta. Tenía la ballesta preparada por si los seguían. La reina venía acompañada de tres soldados, uno de ellos heridos y sangrando profusamente. Nuño lo olía y le quemaba por dentro, pero se esforzó en no cambiar su expresión.

—¿Está mi hija? —preguntó la reina, nada más verlo.

Él asintió muy levemente, y la reina corrió al interior. Madre e hija se abrazaron con fuerza.

—Gracias a los dioses —murmuró.

Nuño se quedó en la puerta, haciendo un gesto a los guardias para que entraran con ellas. Evitó mirar al guardia herido más de la cuenta. Sus ojos se fijaron en las gotas de sangre que había en el suelo.

—¿Y padre?

—No lo he visto desde hace mucho. Él me envió a los guardias para protegerme. Dioses. No son soldados normales.

—¡Los envía el diablo! —dijo unos de los guardias—. Aparecieron de la nada en los jardines interiores.

—¿Y cómo sabemos que no pueden hacer eso mismo en la cripta?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.