Nuño limpió la sangre de su espada en la ropa de uno de los atacantes y volvió a la cripta.
—No miréis —pidió a Leonora y su madre, al abrir la puerta para que no vieran los grotescos cadáveres de sus guardias.
Ellas apartaron la vista de la puerta cuando él volvió a entrar. El guardia herido, sin embargo, sí los vio.
—¿Qué les ha pasado? —preguntó, pálido, no se sabe si por la pérdida de sangre o por la escena.
—Magia oscura —dijo Nuño—. No tuvieron tiempo para defenderse.
—¿Y por qué a ti no te afectó? —preguntó la reina, que aunque no había visto la escena, podía entender que había algo raro.
—No lo sé —mintió Nuño—, quizá no tenían la capacidad de atacarnos a todos a la vez y yo fui el afortunado.
La reina y el guardia herido no parecieron creerlo, pero no estaba la situación como para confrontarlo cuando era la única defensa eficaz que tenían. Leonora, que ya llevaba tiempo sospechando que Nuño escondía algo, intentó no alimentar el terror.
—Lo importante es que los cuatro estamos bien —dijo, abrazando a su madre para tranquilizarla.
La reina asintió, no muy convencida.
Instantes después de aquello se escucharon campanillas, y el rey, acompañado de varios guardias, cruzó el pasillo. Nuño les abrió la puerta.
—¡A Dios gracias! —dijo el monarca—. Mis dos tesoros están a salvo.
—¡Papá! —gritó Leonora al verlo—. Estábamos muy preocupadas por ti. Nuño nos ha mantenido a salvo.
El rey las abrazó a ambas. Miró brevemente los cadáveres y luego a Nuño.
—Me alegra oírlo —dijo con calma—. Hemos limpiado el castillo de enemigos, aunque me temo que con gran coste humano.
—¿Eran muchos? —preguntó la reina.
—Se contaban por decenas —confirmó él.
—Tú y yo tenemos que hablar a solas ahora —dijo la reina.
El monarca suspiró. Sabía que esa conversación iba a llegar tarde o temprano, y que no iba a ser agradable para ninguno de los dos.
—Acompáñame a la sala de reuniones entonces.
Miró a Nuño y a los guardias, para darles instrucciones antes de marcharse con su esposa.
—Lleva a Leonora a sus aposentos, Nuño, y vosotros llevad los cadáveres junto a los demás, en la parte de atrás.
Nuño hizo una reverencia al rey, y luego un gesto a Leonora para que lo siguiera.
Cuando estuvieron a solas, Leonora lo agarró del brazo. Nuño iba delante, porque aunque el rey había dicho que no quedaban soldados, él prefería ser precavido.
—Tienes que ayudarme a encontrar a Duquesa, Nuño.
Nuño se giró hacia ella.
—Si no obedezco las órdenes de vuestro padre y os llevo a los aposentos me meteré en un lío, Leonora —dijo él, con un tono más duro del que deseaba—. Además, si vuestra gata todavía vive, con el caos que hay ahora y el olor a muerte, seguro que está bien escondida.
Supo nada más decirlo, por la expresión de Leonora, que había metido la pata. No debió mencionar que la gata podía haber muerto. Sus facciones se suavizaron al instante.
—Perdonadme. No debí decirlo así. Podemos hacer una cosa —comenzó él, mirando alrededor para comprobar que nadie los escuchaba—. Cuando sea de noche y todo esté tranquilo, si Duquesa no ha regresado, yo os acompañaré a buscarla.
—¿Lo prometes? —dijo ella, y su expresión se iluminó al instante.
—Sí, pero debéis hacerme caso y seguirme como yo os diga, ¿de acuerdo?
—¡Gracias, Nuño! —dijo ella, con energía renovada.
*
La sala de reuniones más cercana a la cripta era, precisamente, la que el rey había usado para reunirse con los vampiros del aquelarre de Nuño la primera vez. La reina miró la habitación con un nada disimulado desagrado.
—Sancho, el guardia de nuestra hija ¿es un mago? —preguntó ella, sin rodeos—. Porque sabes que está prohibido, y que la iglesia nos colgaría por ello.
—No es un mago —dijo él, pasándose una mano por el escaso cabello—, pero si lo fuera ¿acaso no es preferible eso a que esté en peligro nuestra hija? ¿a que la vuelvan a secuestrar?
Ella se llevó una mano a la frente y se dejó caer pesadamente en una de las sillas.
—¿Qué le pasa a ese guardia? Me da escalofríos. No parece descansar nunca. No interacciona con los demás guardias, ni con el servicio, ni con los caballeros.
—Candela, no me preguntes más —dijo él, conteniendo el deseo de gritar—. No te quiero mentir, y si sigues insistiendo solo conseguirás que te mienta. No es un mago. Confía en mí. Leonora está a salvo. Y su secreto también.
Para cuando la noche se cerró completamente, Duquesa aun no había vuelto con Leonora y la princesa estaba cada vez más preocupada.
Salió de golpe de su habitación, mucho después de que se hubieran ido las doncellas. Contuvo un grito. Nuño estaba en la puerta, y también parecía sorprendido.
—Perdonad, no quise asustaros. Iba a llamar para preguntar si Duquesa había vuelto —dijo él, bajando la vista.
Ella se llevó una mano al pecho y soltó una risa nerviosa.
—No, pero me alegra ver que vas a cumplir tu promesa —dijo ella—. Pasa y me explicas el plan.
Nuño entró y ella cerró detrás. Él se acercó al balcón y miró hacia arriba y hacia abajo.
—¿Dónde suele esconderse cuando se asusta?
—No siempre lo sé —admitió ella—. A veces en los tejados, a veces cerca de una encima que hay fuera del castillo. A veces en la bodega.
Nuño asintió y se quedó pensativo. No iba a ser fácil. Calculaba mentalmente las rutas posibles.
—He dicho que tenía que ausentarme un rato antes de llamar, así que tenemos que salir por el balcón porque nadie sabe que yo iba a entrar aquí, o que vos ibais a salir, confiad en mí —dijo él, tendiéndole su capa oscura—. Ponéosla, no quiero que nos vean.
Leonora se puso la capa y se cubrió el rostro con la capucha.
—¿Puedo ayudaros a subir? —preguntó él, señalando el balcón.
Leonora asintió y él la cargo con cuidado, pasando un brazo por debajo de sus rodillas y el otro por debajo de sus brazos. Ella le rodeó el cuello. Su fuerza era innegable, y Leonora advirtió, además, que incluso a través de la ropa, se colaba un ligero frío proveniente de su piel.