El guardián de sus noches

12

Leonora esperaba muchas cosas del bocado de Nuño. Dolor, entumecimiento, picor... La realidad fue muy diferente. No tenía nada que ver con una picadura, o con pincharse cosiendo.

Lo primero que sintió fue calor recorrerle desde el cuello hasta los pies, seguido de una sensación de embriaguez muy distinta a la del alcohol. No mareaba, se sentía flotando y, a la vez, se sentía ruborizada. Nuño la sujetaba con una mano por la cintura, y la otra la tenía enredada en su cabello con suavidad.

Sentía como él se contenía de acariciar, como sus dedos se movían involuntarios y luego los detenía.

—Nuño... —murmuró, casi en un gemido.

Él se tensó, contuvo un jadeo. Leonora entendía por fin a qué se refería él. Nunca se había sentido tan unida a nadie como ese momento. Sentía que su pulso se aceleraba cada vez más, y sentía que de alguna forma, lo compartía con él, como si estuvieran conectados por ese latido único. Enredó los dedos en el cabello de él, se aferró a su camisa.

Mientras, Nuño luchaba contra sí mismo, para no beber demasiado, para no excederse, ni en la sed ni en el abrazo. La parte monstruosa de él quería seguir bebiendo, y la parte humana, quería besarla, poseerla, dejarse llevar por la intensidad, por los sentimientos que lo inundaban a él y que creía, eran compartidos.

Finalmente, separó los colmillos de la piel de Leonora, lamió la herida, para cerrarla, provocando un escalofrío en ella, pero no la soltó de inmediato, se quedó con los labios sobre su piel, y con los dedos enredados en su cabello. De forma casi involuntaria, dejó un beso suave justo donde había mordido, como si quisiera pedir perdón, y luego otro, y luego uno más arriba, siguiendo el recorrido de la vena.

Leonora, lejos de apartarse o molestarse, parecía disfrutar el momento. Estaba completamente sonrojada. No se encontraba mareada, no había perdido el sentido ni un instante, es más, se sentía eufórica.

—Gracias —susurró Nuño, casi rozando su oreja, pero separando por fin los labios de su piel.

Leonora, por el contrario, lo sujetó más fuerte, y se atrevió a darle un beso en la mejilla. Nuño se quedó muy quieto. Quería, por su puesto, pero tenía un deber moral con ella, y entendía lo peligrosa que era la situación. Leonora le dio unos cuantos más, en la mejilla, en el mentón, en la otra mejilla. Y Nuño se dejó llevar.

Fue solo cuando sus besos comenzaron a alejarse peligrosamente a sus labios, que el vampiro apartó el rostro, con delicadeza.

—Leonora... —comenzó él, con un hilo de voz—. Nada me gustaría más, pero no es buena idea que hagas eso, ni tampoco el momento.

Leonora quiso replicar, pero Nuño la calló con un beso en la frente, porque no quería ofenderla. No quería que pensaba que no la deseaba.

—Podemos hablar, cuando sepamos que no hay peligro —le aseguró él.

Leonora asintió una vez, y apartó la vista.

—Necesito saber qué está pasando en las plantas inferiores, pero no puedo dejarte sola, Leonora. Tendrás que seguirme —dijo Nuño.

—¿Qué era esa cosa?

—No lo sé, no me había enfrentado a nada igual. Algún tipo de resucitado a juzgar por cómo se descompuso. Una carcasa, si prefieres decirlo así.

—Es horrible que alguien le haga eso a una persona.

Nuño asintió, le dio una última caricia y salió. El cuerpo, o lo que quedaba de él, seguía ahí por suerte. Sacó su espada del cadáver y le hizo un gesto a Leonora para que le siguiera, escaleras abajo.

Se oían gritos de pelea y el choque de aceros. Nuño iba delante, con el arma preparada y mirando hacia Leonora cada poco tiempo, que lo seguía sin apartarse demasiado.

Pronto encontraron la batalla. Había al menos cinco criaturas más como la que Nuño había derrotado, rodeada de incrédulos soldados que no sabían cómo derrotar a una criatura así. Además, había soldados enemigos normales.

—No os mováis, Alteza —dijo, deteniéndose al borde de las escaleras—. Agachaos, voy a ayudar a vuestros soldados.

Leonora obedeció al instante y Nuño se adelantó. Esta vez sabía qué hacer. Era como enfrentarse a uno de los suyos, solo había dos alternativas: Quemarlo o arrancarle la cabeza.

Acompañado de los guardias como distracción, la tarea fue mucho más sencilla. Dio instrucciones claras a los guardias y juntos se pusieron a la tarea.

Leonora observaba la pelea con una mezcla de asco y preocupación.

—Quemad los cuerpos, hay otro arriba —dijo Nuño, cuando hubo acabado la pelea.

Se giró hacia Leonora y le hizo un gesto con la cabeza.

—Venid, vamos a buscar a vuestros padres.

Leonora corrió hacia él y salieron al exterior. Imaginaba que sus padres estarían en la cripta, y no erró. Cuando los vio los abrazó.

—Queda algún soldado rezagado, pero está todo bajo control, Majestad —informó Nuño.

—Por Dios, cada vez es peor —dijo la reina a su marido— ¡Tú nos has traído esta ruina!

—Candela, por favor, baja la voz. Sabes que esto no tiene nada que ver conmigo.

Nuño notó la tensión en el matrimonio, y cómo esto afectaba a Leonora, que se creía culpable por su magia.

—Deberíais plantearos tener otro tipo de defensas, Majestad —dijo Nuño.

—¿Y darles la excusa perfecta a mis enemigos para tomar mi reino? —respondió con ironía—. Lo último que necesito es que me acusen de brujería unos y otros. Ya bastante tengo con proteger a los tuyos.

—¿Los suyos? —preguntó Leonora, como si no supiera a qué se refería su padre.

Sancho se puso rojo y luego blanco. Se pasó una mano por la frente.

—Leonora, no te metas. No es asunto tuyo. —Miró a Nuño—. Lleva a mi hija de vuelta a sus aposentos. Ya hablaremos tú y yo más tarde.

Nuño hizo una reverencia y miró a Leonora de reojo, que lo siguió a regañadientes y en silencio, mientras escuchaba a sus padres discutir de fondo.

El pasillo de sus aposentos estaba siendo limpiado, y en los aposentos de la princesa ya no quedaba rastro de la muerte de la doncella.




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