Nuño correspondió al beso. Notó al instante la timidez de Leonora, o su falta de experiencia. Mientras él se contenía, agobiado con el futuro, pensamientos negativos y miedo a herirla; ella era puro deseo, incluso en su desconocimiento.
Lo conmovió. La abrazó más fuerte, y se dejó llevar, tomando el control de forma pasional. Leonora sonrió entre besos, acariciando de forma cariñosa su cabello rebelde. Él tenía una mano en su cintura, jugueteando con las cuerdas del corpiño, y la otra en su nuca.
Unos golpes en la puerta los sacaron del trance. Se quedaron unos instantes en silencio, contemplándose sin soltarse del todo. Fue Nuño quien puso distancia, no sin antes dejarle una caricia en el rostro.
Leonora estaba sonrojada, pero no tenía nada más que la delatara.
—Adelante —dijo ella, tras un carraspeo.
Rodrigo entró sin mediar más palabras ni dar más explicaciones y miró a Nuño directamente.
—¿Has perdido un dedo? —dijo, dejando caer el dedo donde Nuño llevaba el anillo.
—No —mintió Nuño, al instante.
—No puedes empuñar bien la espada con un dedo menos, enséñame las manos. La princesa necesita el mejor guardia posible.
Leonora perdió el sonrojo de sus mejillas casi al instante. Se estaba poniendo pálida por momentos. Ella había visto cómo perdía el dedo.
—Lo sé, pero no he perdido un dedo —dijo Nuño, con calma.
—Pues enséñame bien las manos.
—No las estoy escondiendo —respondió Nuño.
Aunque era cierto que no las estaba escondiendo, sabía que lo que Rodrigo quería era que extendiera los dedos.
—No os debo nada a vos, Don Rodrigo. Si Su majestad o Su alteza quisieran que extendiera las manos yo lo haría —dijo Nuño, mucho más sereno que Rodrigo.
—¿Osas provocarme? Soy un noble de este reino —dijo Rodrigo, llevando la mano a su espada.
—¡Rodrigo! ¡Basta! —intervino Leonora.
—Soy caballero de este reino —dijo Nuño, sin molestarse en corresponder el gesto—. No estáis por encima de mí, aunque yo os trato con mucho más respeto. Si en algo apreciáis a la princesa, os ruego que ceséis esta disputa absurda, pues os ha pedido mesura.
—Leonora vos no lo entendéis porque sois mujer —dijo Rodrigo—, pero no podrá defenderos con un dedo de menos.
Leonora no se tomó bien el comentario, y hasta Nuño enarcó una ceja.
—¿Cómo osáis insinuar que la princesa no iba a entenderlo solo por no usar armas? Tiene mucha más formación que vos —dijo Nuño, sorprendiendo a Leonora.
Rodrigo pareció molestarse con la réplica de Nuño, pero no podía contestar lo que quería sin insultar a Leonora.
—No conoces mi formación. Solo eres un advenedizo.
Nuño no respondió al insulto, solo se interpuso entre él y Leonora.
—¿Y ahora insinúas que voy a hacer daño a la princesa? ¿Cómo te atreves? —gritó enfadado Rodrigo— Te reto a...
—A nada —dijo una voz autoritaria de mujer detrás de ellos—. Los duelos están prohibidos en este reino, Don Rodrigo.
Rodrigo palideció al momento.
—Su majestad, no pretendía... —dijo haciendo una reverencia.
—¿Se puede saber qué este griterío? —interrumpió la reina—. Venía a ver a mi hija y me encuentro una pelea de salvajes.
—Lo lamento, Su majestad —dijo Nuño, servil.
—Se niega a enseñarme las manos —dijo Rodrigo, mostrando el dedo para disgusto de la reina—. Es suyo, estoy seguro, y no puede empuñar un arma así.
—Por Dios, Rodrigo, guarda eso —dijo la reina, apartando la vista y mirando Nuño—. Enséñame las manos Nuño de Villalba.
A la reina Nuño la obedeció al instante. Se acercó un paso y extendió ambas manos. Diez dedos exactos. Uno de ellos tenía una irregular marca roja, como una cicatriz muy vieja. Rodrigo lo miró con incredulidad, y Leonora ocultó su sorpresa.
—¿Y esto? —preguntó la reina, señalando la marca.
—Mi anillo me hizo marca y lo cambié de dedo, pero no me molesta, Majestad. Podéis tocar.
La reina no lo hizo, pero Rodrigo sí, y se encontró con piel normal. Tiró del dedo y no salió, como él esperaba.
—¿Satisfecho? —dijo Nuño, mirando a Rodrigo.
—¡Es brujería! —dijo Rodrigo.
—No digas bobadas. Ni siquiera estabas aquí cuando estalló la pelea —dijo Leonora, al instante—. Nuño no perdió ningún dedo.
—Una acusación de brujería es muy grave, Don Rodrigo. Este hombre tiene todos los dedos, y mi hija asegura que siempre los ha tenido ¿Osas decir que la princesa miente? —dijo la reina.
—No, Majestad —dijo Rodrigo, bajando la vista.
—Pues entonces retírate. No quiero más discusiones. Necesito hablar a solas con mi hija.
Rodrigo se fue haciendo una reverencia.
—Iré a vigilar a mi puesto cotidiano —dijo Nuño, instantes después, haciendo una reverencia.
—Y tú, Nuño, que sepas que te vigilo. Mi hija es mi mayor tesoro —dijo la reina, antes de que pudiera salir por la puerta.
—Por supuesto, Su majestad —dijo él, inmutable.
Nuño cerró la puerta, dejando a ambas mujeres a solas. Leonora miró a su madre en silencio.
—¿Has vuelto a tener... incidentes?
Leonora negó con la cabeza. Era la segunda mentira que le contaba a su madre. Catalina nunca mencionaba la palabra magia, como si al decirlo fuera a invocarla.
—¿Seguro que tu guardián no ha perdido un dedo? —dijo la reina, de repente.
Leonora titubeó, más de sorpresa que por mentir.
—Tenía diez dedos.
—Eso ya lo he visto, y esa no era mi pregunta.
—Estoy segura. Rodrigo solo está celoso.
—¿Y tiene motivos para estarlos?
Leonora sintió cómo su corazón se saltaba un latido.
—Papá dice que Rodrigo no podría optar a casarse conmigo, que no está lo suficientemente alto en la cadena.
—Ni Nuño tampoco —dijo la reina, tajante, porque la ausencia de respuesta de su hija era en sí misma una respuesta.
Leonora contuvo una mueca de disgusto lo mejor que pudo.
—Lo sé —dijo Leonora, ocultando que las palabras de su madre le habían herido—, pero es un buen guardián.