Leonora fue cada vez más cariñosa con Nuño, ahora que se sentía más correspondida. Lo abrazaba cuando estaban solos, sonreía nada más verlo por las mañanas, lo hacía pasar cada noche a charlar antes de retirarse a dormir, le daba besos furtivos cuando pasaban por corredores oscuros y luego reía cuando él rodaba los ojos o mostraba preocupación.
Nuño, inevitablemente, bajó la guardia. No la protegía menos ni peor, pero era incapaz de no corresponder a sus muestras de cariño. Le traía dulces de la ciudad cuando salía a alimentarse, le tallaba juguetes de madera a Duquesa, recogía flores que le gustaban de los jardines y se las dejaba en sus aposentos como decoración, o en su tocador para que se las pusiera en el cabello o dentro de libros que sabía que iba a leer, prensadas, como sorpresa.
Una noche la ayudó a subir al tejado, porque las estrellas estaban bonitas y ella quería verlas. Se quitó la capa y se la colocó sobre los hombros. Ella se sentó y se acurrucó en su hombro.
Hablaron de cosas triviales, él le enseñó cómo orientarse con las estrellas, rieron por lo bajo, hasta que de pronto Nuño sintió una presencia tras él.
Leonora se giró y se sobresaltó. De pie, a unos pasos, había una mujer, de cabellos largos y oscuros, mirada felina y una piel olivácea, que aun así no ocultaba una palidez similar a la de Nuño. Llevaba una capa oscura, de aspecto caro, y, para sorpresa de Leonora, pantalones y botas como si fuera un hombre.
La mujer hizo una reverencia, no parecía hostil.
—Fátima —dijo Nuño, levantándose.
—No pretendo molestaros, Alteza, soy Fátima al-Masira —dijo la mujer—. Conozco a Nuño desde hace mucho, y trabajaba para mí antes de trabajar para vos, ¿podría robaros un momento de su tiempo?
Leonora miró a Nuño, este asintió levemente, y entonces la princesa asintió.
—Muchas gracias, Alteza, no nos alejaremos mucho. Estaréis siempre en la vista de vuestro guardián —dijo la mujer, con una sonrisa profesional.
Nuño avanzó con Fátima por el tejado. Los dos eran igual de ágiles y gráciles. Leonora sintió una mezcla de celos y envidia. Le había parecido una mujer muy hermosa, con aspecto inteligente, que conocía a Nuño desde ni se sabía y que, contrario a ella, era tan libre que podía vestirse como quisiera y nadie sería capaz de toserle. Se comparó y no se sintió ganadora.
Nuño, y la propia Fátima, eran ajenos a su lucha interna. Cuando Fátima estimó que la princesa no los oiría, se giró hacia Nuño y habló.
—Había oído rumores, supongo que puedo darlos por confirmados —dijo, seca.
—No estoy faltando a la promesa.
—Eso es evidente, habida cuenta que sigues vivo —dijo ella, haciendo referencia al pacto mágico—. Pero nos puedes meter a todos en un lío si alguien te pilla.
—No lo harán, la princesa se siente sola, simplemente —dijo Nuño, intentando sonar sereno—. Y yo también.
—Mientras no nos metas en un lío a mí no me importa. Incluso si pierde la honra mientras no te culpen... —dijo Fátima, encogiéndose de hombros.
—No hables así de ella —replicó él, sorprendiéndola.
Fátima ladeó la cabeza, pensativa, pero no respondió. Conocía bien la naturaleza idealista, casi inocente, de Nuño.
—No he venido por eso, Nuño. He venido por lo del dedo.
Ahora, el sorprendido era Nuño.
—¿Cómo te has enterado tú de eso?
—Tengo espías en las tiendas y negocios relacionados con lo esotérico —dijo ella—. El caso es que dicen que un noble que está sirviendo de caballero en este castillo anda preguntando por hechicerías y criaturas que regeneren partes del cuerpo.
—Rodrigo de Valcálcer —dijo Nuño, sin dudar—. Está obsesionado conmigo. Es verdad que perdí un dedo, pero él no lo vio, y para cuando me interrogó al respecto ya lo tenía de nuevo.
Nuño le enseñó las manos, Fátima ni se molestó en mirarlas detenidamente.
—Estas son la clase de problemas que trae encapricharse con la realeza, Nuño.
—Está así de mucho antes, Fátima —dijo Nuño, suspirando—. ¿Ha averiguado algo?
—Por suerte no. Sospecha de magia o algo tipo cambiapieles —dijo con un toque de humor, que también arrancó una sonrisa en Nuño—. Podemos eliminarlo, si da problemas.
—No lo dudo, pero me da miedo que eso levante sospechas. Intentaré no llamar la atención.
—Confío en ti, de momento —dijo ella, haciendo énfasis en la última parte—, pero no me falles. Tienes a alguien con la mira puesta en ti, y eso es peligroso.
Fátima desapareció, fundiéndose con las sombras, antes de dar tiempo a Nuño a responder. Este volvió en silencio junto a Leonora. Sonrió al verla y se sentó a su lado, pasándole un brazo por los hombros.
—¿He tardado mucho?
Leonora negó con la cabeza, aunque estaba tensa de forma evidente. Nuño lo notó.
—¿Qué te pasa? ¿Quieres volver? ¿Tienes frío?
Leonora negó una vez más.
—No, no es eso —dijo, haciendo una breve pausa—. Es que... ¿Por qué te fijaste en mí?
Nuño pareció sorprendido por la pregunta, pero no dudó a la hora de responder.
—Por tu carácter abierto, tu inteligencia, lo dulce que eres con todos...
—Las vampiras —dijo, como si esa palabra le quemara—, son más guapas, y tienen muchos años, así que son más sabias, y Fátima parecía muy inteligente.
Nuño comprendía ahora que Leonora tenía celos.
—No eres menos guapa que una vampira, qué tontería —dijo, y no sonó a mentira—. Ni menos lista, evidentemente, y la experiencia se gana viviendo, Leonora. Eres mejor persona que la mayoría de los míos.
—Pero siempre eres... menos efusivo que yo —respondió ella.
—Porque eres más valiente que yo. No piensas en el qué dirán o en ser descubierta. Eres más libre.
Leonora soltó una risa amarga.
—Ella llevaba pantalones.
Nuño no puedo evitar reír.
—Ponte tú unos, ¿te presto unos míos?
Leonora rio con él.
—No me tomas en serio.
—Claro que sí, podemos salir un día de incógnito, y te pones pantalones fuera de la corte.