Un par de meses después, Mario me invitó a un evento que él tendría en Villa del Carbón, pues tenía dos cosas qué festejar. Lo primero era su cumpleaños, el gran chamán estaba por cumplir 73 años y lo segundo, la inauguración de una tienda que pensaba abrir en el pueblo.
Para esos días, mi hermana Iveth, una mujer algo irresponsable, había estado teniendo ciertos episodios extraños, no voy a ahondar en detalles, sólo diré que parecía que la muerte la estaba persiguiendo.
Iveth había conocido a un santero con quien entabló amistad. Entre todas las loqueras de mi hermana, esta fue una que la llevó a acercarse a las creencias de la Santa Muerte y las deidades de la religión yoruba. Según me contaba, ese santero la había ayudado a “despertar a sus muertos”, y ella me aseguraba que escuchaba a esos espíritus hablándole y guiándola.
Pero algo pasó, ¿qué?, no lo sabemos con exactitud. El santero repentinamente cambió sus hábitos religiosos de la noche a la mañana. Ahora negaba rotundamente lo que tuviera que ver con la Santa Muerte, la santería o los yorubas, ahora se había convertido al cristianismo.
Ese santero era una persona que se jactaba con mucho orgullo de haber quitado vidas para sus rituales de santería, es más, aseguraba que había tenido hijos sólo con el fin de entregarlos recién nacidos como sacrificio para sus rituales y no parecía tener remordimiento alguno. Pero justo para cuando se convirtió al cristianismo se le escuchó decir por primera vez que todo eso estuvo mal, que necesitaba redimirse y, aparentemente, el pastor de la religión a la que se unió, lo convenció de que mientras más “clientes” llevara a su templo, más rápido alcanzaría el perdón.
Irónico, el sujeto deseaba ser perdonado por tantos asesinatos y cuando sus amigos comenzaron a negarse a seguirlo a su nueva religión, los amenazó, les dijo a todos que o se convertían con él, o terminarían muertos. Creo que ahí se pueden dar una idea de la calidad de arrepentimiento que tenía ese sujeto.
Mi hermana, rebelde de seguir las religiones convencionales, se negó rotundamente y fue ahí que empezó a tener esos encuentros cercanos con la muerte.
Por esa razón le dije que me acompañara al rancho para que conociera al gran chamán, después de todo, ella aseguraba tener cierta visión con seres de otros planos astrales, así que yo sabía que podría hallar su camino con él.
Mario estaba en la cocina cuando entramos. Él vio a mi hermana y son esa cálida sonrisa que tanto lo distingue se dirigió a ella.
―Mi niña, ¿puedo darte un abrazo? ―Mi hermana asintió con la cabeza y Mario la abrazó susurrando en su oído―. Ya vi a tus muertos. Déjalos ir, vive tu vida, no la de ellos.
Mi hermana estaba sorprendida, me preguntó si yo le había contado algo a Mario acerca de que ella había despertado a sus muertos. Yo negué. Estaba acostumbrada a que Mario supiera más de lo que aparentemente debería saber.
El rancho era un caos total, entre gente ayudando en la cocina a preparar tamales, jóvenes cortando leña para cocinarlos, enfermos esperando a ser atendidos, gente buscando espacio entre las camas que el doctor tiene para sus invitados, y entre ese ir y venir vi a Sergio. No era en absoluto el chico tímido que conocí un par de meses atrás. Ya no era Mario quien daba las órdenes a los demás empleados, sino Sergio. Él se encargaba de organizar todo afuera mientras Mario se concentraba en atender a sus pacientes.
Cuando me vio me saludó con una ampla sonrisa y el cálido abrazo de aquel que ya te siente como un amigo.
―¿Cómo estás? ―me saludó―. ¡Qué bueno que nos vas a acompañar! ¿Ya te asignaron cama?
Definitivamente no era el mismo, ya era muy abierto y alegre. Y no fue solamente en el rancho que me di cuenta de que Sergio se había ganado un lugar importante en la vida del doctor. Al día siguiente, nos repartimos en autos para ir a Villa del Carbón, en donde sería el evento. Todos estábamos en las mesas, esperando que iniciara y en la mesa principal estaba el doctor Mario con una joven muy alegre y extrovertida llamada Edith a su lado izquierdo y a su lado derecho estaba Sergio.
El evento dio inicio con un discurso del doctor Mario. Ahí me enteré de que esta joven, Edith, estaba en la misión de escribir el libro de Mario, algo que, como escritora, llamó mucho mi atención.
Se continuó con un sahumerio con el que nos bendijeron a todos los presentes y entonces se nos invitó a comer. Mario, como médico naturista, siempre ha optado por la comida saludable, así que no era de extrañar que su banquete fuera vegano: tamales de pasas con zanahoria, de huitlacoche, de chía con frutos secos, de verduras mixtas y un delicioso pozole de setas.
Sergio se acercó con una amplia sonrisa cuando me escuchó hablar de lo delicioso de los tamales.
―Nosotros sembramos algunos de los vegetales que usamos hoy en la comida ―me dijo con orgullo―. No fue mucho, pero al menos las hierbas de olor, todas fueron del rancho. ―Entonces me empezó a contar todos sus planes. Él ya tenía en mira hacer de ese rancho un lugar autosustentable, quería hacer una presilla para el riego de las siembras, un estanque, un pastizal para el ganado, bueno, ¿qué más decir?, el muchacho pensaba en grande. Y entre su plática mencionó una palabra que no esperaba: ―Ya le dije a mi ABUELO de todo lo que pienso hacer y está encantado, ya me dijo que vamos a ir comprando poco a poco todo para mejorar el rancho. ―Entendí que, para él, el doctor Mario ya era su abuelo, lo sentía como de su familia y estaba muy feliz de ayudarlo con el rancho.