El guardián del chamán

El aprendiz

Llegó el mes de diciembre y el Dr. Mario se preparaba para su evento anual de fin de año, una festividad en donde invita a todo el pueblo a compartir la comida, a realizar rituales de sanación y abundancia para el nuevo año además de regalar montones de juguetes a los niños de la comunidad.

Desde que decidí escribir su biografía él se negó siempre a cobrarme consultas o medicina, por esa razón cuando me pidió que le donara una o dos bicicletas para rifarlas en su evento, no me pude negar.

Adicionalmente, me solicitó algunos objetos para un ritual entre los cuales había 5 cirios de 3 Kg cada uno. Aquella ocasión llevé todo a su consultorio en la zona de Tepito, primero llevé las dos bicicletas, aunque las llevaba rodando, entre la gran cantidad de gente que va por esas fechas al tianguis de juguetes, me costó un poco trasladarlas del estacionamiento al departamento.

Las dejé ahí en lo que Mario atendía a su eterna fila de pacientes y aproveché para bajar a buscar los regalos de navidad para mis sobrinas. Siendo un mercado callejero, caminé bastante entre mucha gente, terminé mis compras y las fui a dejar a mi auto, aproveché entonces para bajar los pesados cirios con el doctor y entonces me di cuenta de que me excedí.

Mi presión arterial ya estaba controlada, pero yo sabía que mi salud ya no era la misma, no podía hacer actividades muy pesadas sin que los síntomas regresaran y esa vez no fue la excepción, estaba a tan solo media cuadra y no pude más, me sentía mareada y mis piernas no me respondían. Me senté a un lado de un puesto y llamé por teléfono al doctor. Un par de minutos después llegarían Sergio y otro par de personas quienes me ayudaron a subir al departamento.

Supongo que me veía demasiado mal. Por primera vez desde que lo conocí, vi a Mario realmente preocupado. Dio indicaciones a Sergio de cómo debía darme los primeros auxilios y regresó a su consultorio.

Fueron los primeros auxilios más extraños que había visto. Me apretó con su dedo entre mi labio y mi nariz, tan fuerte que pensaba que me rompería los dientes. Seguido de eso, me dio un masaje en el cuello y en la espalda.

―Estás muy tensa ―me dijo al sentir los músculos de mi cuello―. Voy a tener que relajar… tu… músculo… ―Aplicaba más fuerza mientras lo decía y de repente… ¡Crac! Sentí cómo mi músculo tronó. Me hizo respingar, pero debo admitir que hacía años que no sentía mi cuello tan relajado.

Por último, tomó un mechón de mi sien, lo enredó entre sus dedos y sin aviso alguno lo jaló con tanta fuerza que hasta escuché cómo mi cuero cabelludo se separaba de mi cráneo.

No me quedó otra más que aguantar toda la tortura, y al terminar, la sensación de mareo y de estar a punto de perder el conocimiento desaparecieron, me sentía más tranquila y quizá para distraerme, Sergio me habló de sus avances en su aprendizaje. Ya tenía varias certificaciones en medicina alternativa y estaba a la mitad de su curso de medicina homeopática que era el que más meses se llevaba. Entre broma y para darle ánimos, le dije que ya tendría que llamarlo “doctor Sergio”. Entonces él tuvo curiosidad, jamás me había preguntado por mis estudios y cuando le mencioné que tenía una maestría en Ciencias Ambientales, él parecía impresionado.

―¿Entonces es maestra? ―yo asentí―. No tenía idea ¡Y yo tuteándola todo este tiempo!

A partir de ahí me comenzó a hablar de “usted”, y por más que le insistí en que siguiera tuteándome, él se negó. Aun así, el trato de confianza y cariño de él hacia mí no cambió.

Subí con el doctor, su rostro se notaba sombrío al verme, me di cuenta de que realmente estaba preocupado por mí.

―¿Cómo te sientes, mamita?

―Bien pero… ―hablé en un fingido tono de llanto―. ¡Sergio me jaló las greñas! ―Mario soltó la carcajada.

―¡Algo le has de haber hecho!

Yo de toda mi vida estuve acostumbrada a no decir nada de ningún malestar ya que en mi familia eso estaba prohibido, un simple “me duele la cabeza” podía ser acompañado de una gran cantidad de conclusiones erradas, desde “seguro viste a otra niña que le dolía la cabeza y ya quieres copiarle” o “es pretexto para no ayudar a limpiar la casa” Por esa razón yo nunca solía quejarme de nada a menos de que ya fuera algo insoportable. Es de entender que nunca comprendiera a los hipocondríacos y en esa ocasión con menos razón los entendí. Tanto Mario como Sergio estaban realmente preocupados por mí, y sí, acepto que es agradable sentir atención de la gente que te quiere, pero sería bastante injusto hacerlos preocupar si en realidad no tienes nada. Como sea, les agradecí mucho, por primera vez en mi vida, alguien mostraba preocupación real por mi estado de salud.

Después de ese día y por varios meses yo estuve regresando con Mario para que me terminaran mi tratamiento con autohemoterapias, un método de salud alternativa en donde te inyectan tu propia sangre para ayudar a regenerar tu cuerpo. Mientras otros asistentes y aprendices del doctor sentían miedo de extraer la sangre, Sergio lo hacía con mucha confianza, la mayoría de mis hemos me las realizó él y en cada visita me daba cuenta de que él iba aprendiendo más y más, sintiéndose muy orgulloso de su avance como médico.

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En el texto hay: historia real, magia, chamanes

Editado: 28.01.2025

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