El guardián del chamán

La nueva familia

Sergio siempre aparentó menos edad, quizá por su estatura y su peso. Yo creía que tenía alrededor de 20 años, me sorprendió mucho cuando un día llegó al consultorio en la ciudad con sus dos hijos, un niño de 5 años y una niña de 2. Fue ahí que me enteré de que él tenía 29. Como ya había pasado más de un año de conocerlo y nunca vi a su mujer, supuse que era divorciado. Yo procuro ser muy discreta en esos temas, así que nunca le pregunté nada, simplemente dejé que, si de él nacía, me contaría algo de su vida personal.

Tengo familia en provincia, principalmente en León, Guanajuato. Algunos de los primos de mi abuela tenían ranchos en esa zona y yo estaba muy acostumbrada a ver en ellos que la costumbre es que la madre es la que se encarga del cuidado de los hijos y los hombres se dedican de lleno a las labores del rancho para proveer lo necesario a la familia. Por esa razón me sorprendió ver cómo Sergio, siendo un hombre de campo, fuera un padre tan atento. Era común verlo entre los puestos del tianguis, ayudando a su hija a elegir algún vestido de princesa, peintando su largo cabello, poniendo cremas hidratantes en la carita de su niño o jugando con ellos con juguetes que recién les compraba.

En una de las visitas al rancho, él me habló sólo un poco de su exmujer. No dijo demasiado, sólo que no había muy buena relación con esa familia y que tanto ella como su suegra estaban muy en contra de que Sergio llevara a los niños al rancho. Les causaba desconfianza que el viejo chamán se ganara tan fácilmente el cariño de los niños.

―¿Quieren más a Mario que a su abuela? ―pregunté.

―Lo quieren más que a su mamá ―me respondió―. Mire esto ―Sergio se dirigió a su hija―. Tita, deja de estar en el lodo. Si ensucias tu vestido nuevo, te voy a llevar con tu mamá.

―¡No! ―la niña respondió de forma violenta― ¡Yo mi papá!

Sergio se echó a reír mientras la pequeña corría hacia él para abrazarse de sus piernas con fuerza.

―¡Vaya que no quiere a su mamá! ―no pude evitar hacer la observación.

―No los culpo. Mi mujer no los ama como yo, es más, Mario los ama más de lo que los quiere ella o mi suegra. No sé si en los ranchos es normal que las mujeres no quieran mucho a sus hijos, con mi madre era igual… bueno, mi mamá si quería a uno de sus hijos, pero sólo a uno. ―Sergio perdió su eterna sonrisa al decir esto. De nuevo, no pregunté más sobre eso, pero para evitar ese silencio incómodo pregunté mejor por su padre―. ¿Él sí los quería?

―¡Ah, ese cabrón! ―y fue toda la respuesta que obtuve al respecto.

En los días que vi a Sergio con sus hijos en el rancho me di cuenta de que para ellos tres, Mario era ya como de su familia. Los niños incluso solían pedir que se durmieran en la misma recámara del apá Mario, lo abrazaban y permitieran que los mimara como cualquier abuelo consentidor.

Sergio, por su parte, cada vez estaba más atento a las necesidades del chamán. Es común que Mario de tanta prioridad a sus pacientes que incluso retrasa su hora del desayuno. Yo siempre fui de las pocas que le insistía al doctor que comiera algo, pero Sergio iba más allá, él le llevaba la comida y se la daba en la boca.

―¡Cómo no voy a querer a este cabrón! ―me dijo un día que lo entrevistaba para su libro mientras Sergio le daba fruta picada―. Ninguno de los muchachos me cuida como él.

Eso fue lo más que supe de Sergio y su relación familiar de su propia boca. El resto, sería Mario quien me lo contaría.



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En el texto hay: historia real, magia, chamanes

Editado: 28.01.2025

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