El guardián del conocimiento

El guardián

Llevaba ya un tiempo en este lugar. En su mejor momento era un recinto dignó del arte más exquisito. Ahora los techos se caían a pedazos. Las columnas estaban deformadas y rotas, con las varillas sobresaliendo como huesos viejos. El polvo reinaba en todas las salas. 
El ser que se movía levitando, dejó que su bastón chocara contra el suelo haciendo un hueco en la alfombra de polvo. Lo vió desdé toda su altura. Era como un sol opaco, oculto. Como el sol moribundo que medio alumbraba el exterior. El ser no tenía necesidad de aire pero aún así suspiró. 
Recorrió las salas que en algún momento estuvieron llenas de vida. Con los estudiantes caminando apresurados para llegar a su siguiente clase. Se preguntó cuánto hacía de eso. Si se concentraba lo suficiente, aún podía escuchar el rumor de los pasos en la lejanía. Las risas, los gritos y todo ese alboroto que alguna vez considero exasperante. Ahora era uno de sus más hermosos recuerdos. 
Aunque también había veces en las que se preguntaba si todos ésos recuerdos eran reales. Si no serían una broma cruel de algún Dios loco. Quizá todo eso le había sido implantado y el no tenía más que unos pocos minutos de vida. Quizá era el entretenimiento de algún espectador retorcido. 
Mientras sus pensamientos navegaban por el inmenso mar de las probabilidades, su cuerpo recorría el lugar siguiendo una rutina que había adoptado hacía mucho tiempo. Paso por una ámplia sala donde se encontraban tres pasillos, desde tres de sus lados. El cuarto tenía una puerta enorme. Casi el doble de su altura actual, lo que era mucho de por sí. 
Se acercó a la puerta. La tocó con una mano cubierta por un exoesqueleto marfileño y repleta de pinchos. Sus garras arañaron la madera haciéndola crujir. Se quedó mirando esa mano como si no fuera suya, un minuto, o dos, no supo cuánto. 
Intentó mover la puerta pero ésta apenas se movió a pesar de que hacía ésto cada día. También intentó apartar se pero sus garras estaban clavadas profundamente. Se sintió atrapado, como en toda su vida. Frustrado extendió su mano libre. El báculo que había dejado antes acudió a su llamado. Con el mismo impulso lo estrelló contra la puerta. Ésta cedió por fin. El estruendo simbro el lugar pero el ser sabía que no caería. 
Se adentro en la sala. Lento y suave, con toda la calma que antes se le había escapado. 
Era una biblioteca. Las estanterías subían varios metros, casi hasta llegar al techo. 
Era lo único que había sobrevivido intacto. Todo el resto del complejo tenía paredes caídas. Techos destrozados. Algunos cuartos había desaparecido por completo. Pero no la biblioteca. La cúpula de cristal que dejaba entrar rayos de luz de varios colores no tenía ni un rasguño. 
En el suelo muchos libros estaban esparcidos desordenadamente, pero eso era debido a la abundante actividad que precedió al cataclismo. Todos los maestros e incluso algunos alumnos, los más destacados, habían estado dia y noche buscando alguna respuesta. Algo que los ayudara a detener lo que llevaba siglos pasando. 
A veces le daban ganas de ordenar todos esos libros en sus estantes, pero, ¿de que serviría? Nadie volvería a pisar éste lugar. Solo él lo hacía. ¿Qué pasaría si un dia entrara a la biblioteca y la encontrara ordenada, sin ningún rastro de que alguna vez hubo movimiento en este lugar? Entonces sí, definitivamente se volvería loco, si no es que ya lo estaba. 
Siguió avanzando por sobre los libros caídos. En los estantes los lomos resaban un montón de títulos que ya no decían nada. Los primeros años había leído muchos de ellos aunque su información ahora era obsoleta. Dejó de hacerlo cuando uno de esos se deshojó en sus manos. 
Leyó varios de los títulos que se había perdido por la decadencia. 
"Propiedades del tekisquitli" 
Dos filas más arriba, otro de ellos decía: "Pendones y estandartes, el arte de la guerra artística" 
Muchos otros había con títulos similares. Algunos más cortos. Otros tán largos, que le parecía que el escritor se había extendido escribiendo a propósito, para que el título cupiera en el lomo. 
El ser siguió recorriendo la biblioteca durante un largo rato, sumido en sus recuerdos, ahogado en nostalgia, pero también olvidando por un tiempo su actual apariencia. 
Los huesos de su cráneo sobresalían de la piel con dos cuernos blancos y puntiagudos de al menos 30 centímetros de largo. Ésto mismo ocurría por todo su cuerpo. Uno de sus pies, si es que a ésos miembros deformes se les podía llamar pies, era considerablemente más grande que el otro. De no ser por que flotaba no habría podido moverse.
Estaba tan ensimismado que pudo escuchar claramente las risas de sus antiguos alumnos... No, eso no eran risas. Varías veces antes había escuchado un sonido similar pero mucho más tenue. Las cucarachas, resistentes como ningún otro animal, habían sobrevivido al desastre y de vez en cuando caminaban cerca de algún resto lo suficiente suelto para moverlo. Eso mismo acababa de escuchar aunque claro, la criatura que lo había provocado era mucho más grande que una cucaracha. 
El ser giró la cabeza y aguzó el oído. Se quedó inmóvil, en silencio, intentando escuchar algo más. Pasó el tiempo y siguió pasando, un minuto, dos, tres mientras el ser seguía esperando.
Nada más se volvió a escuchar...




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