El Guardián del Entrespacio

6 - La luz se abrió. No como una cortina, sino como una conciencia consentidora.

Azda registró la observación provocadora del hombre, pero bloqueó de inmediato la reacción defensiva, demasiado instintiva, que afloraba en ella. Respondió de otro modo: avanzó con decisión hacia la granja, los gestos sueltos, el rostro adornado con una sonrisa aparente que no engañaba a nadie —ni a ella, ni a ellos.
Se detuvo a unos metros de la mujer, afirmó bien los apoyos y saludó a ambos a la manera koriliana, con la palma alzada a la altura del corazón y el índice flexionado. Su voz, clara y segura, hendió el espacio alterado:

— Espero que estos numerosos ciclos de vida parasitaria no os hayan hecho olvidar las reglas de la hospitalidad. Aunque comprendo que los visitantes deben de ser raros en este lugar encantador.
Los Transgresivos se miraron, visiblemente sorprendidos por aquella entrada, y luego estallaron en risas. Una risa cálida, casi humana, pero que sonaba falsa en el aire inmóvil del desierto.
El hombre descendió lentamente del tejado por una vieja escalera de cuerda, con movimientos deliberadamente pausados.

— Han enviado a una koriliana que no teme a nada… o completamente inconsciente —dijo la mujer, divertida.

— Nadie me ha enviado —respondió Azda sin esperar—. La transferencia está prohibida, salvo para los Guardianes. Y para aclararos, sabed que, sobre todo, soy curiosa.

La mujer, siempre sentada, la examinaba de abajo arriba con una sonrisa constante. Azda sentía ese deslizarse rastrero de ser presa observada: era el posicionamiento psíquico escogido por la mujer —una trampa energética, una presión suave pero persistente, destinada a descentrarla.

El hombre adoptó un gesto más serio:

— ¿Quiénes son los Guardianes?

— Korilianos encargados de hacer respetar la prohibición —contestó con calma.

— ¿Y por qué estás aquí? —añadió él.

— Vosotros, Transgresivos, habéis roto la continuidad del EntrEspacio, contrariando la intervención de la Luz. Intento entender por qué… para hallar una solución antes de que el EntrEspacio se vuelva imposible de cruzar.

Un breve silencio.

— ¿Eres científica? —preguntó el hombre.

Azda asintió con un leve movimiento de cabeza.
La mujer detuvo un instante el tejido y luego reanudó:

— No podremos responder a tu pregunta. Sólo Karima, que concibió y proporcionó los catalizadores áuricos, quizá conozca la respuesta. Es una científica brillante, originaria de un planeta extragaláctico.
Azda frunció apenas el ceño:

— ¿Dónde está?

— En algún lugar de este planeta. No lo sabemos.

— ¿Has venido sola? —preguntó de pronto la mujer, con un tono más duro, casi cortante.

Azda respondió con un asentimiento firme:

— Sí.

Pero, al instante, la mirada de la mujer se endureció.

— Mientes. Una presencia psíquica afirmada, muy nítida… viene en nuestra dirección. Atraviesa la arena como una lanza en el agua dormida.
Azda no necesitó reflexionar. Su corazón se ancló en la certeza.
Markal.
Estaba allí, o a punto de estarlo. Nunca perdía el tiempo.
Un desasosiego hondo la cruzó. ¿Cómo debía comportarse ante los Transgresivos, ahora que la relación de fuerzas estaba a punto de cambiar?
El hombre la miraba fijamente, las mandíbulas crispadas, las pupilas estrechas. Una agresividad fría ascendía en sus gestos, en su postura.
— ¿Es un Guardián? —preguntó secamente.

Azda no intentó desviar. Respondió, sobria:

— Sí.

La mujer casi escupió las palabras:

— Somos como tú, visitantes ilegales. Intentará echarnos.

Lanzó una mirada rápida a su compañero. Se entendieron sin hablar. Una decisión tácita, orgánica.

Azda percibió una vibración extraña, un temblor sutil en la estructura del aire. Pero su mente, aún enredada en sus dudas, no reaccionó a tiempo.

De pronto, un flujo violento de armónicas invertidas la golpeó de lleno.
Vaciló por dentro. La andanada mental desorganizaba las capas de su personalidad, disolvía sus anclajes sensoriales, atacaba los nudos de su memoria. La invadió una impresión de frío interno. Como si su propio sí mismo se volviera líquido, escurriéndose por una cáscara fisurada.

Todo a su alrededor empezó a oscilar —y luego todo dentro de ella.
El espacio ya no existía. El cielo ya no existía.

Azda ya no era Azda.

Sólo una sombra de sí, mecida en un olvido naciente.

Markal había encontrado con relativa facilidad, al segundo intento, el contacto con la nave áurica. Otra teleportación a través de la Base lo había llevado al pie de la Torre-Medusa. Esta lo había aceptado y le había transmitido un informe detallado de los actos de Azda —con una nota de pesar. Pero la nave no podía oponerse a la intención de un Guardián.

Pidió ser depositado al borde del desierto.

Markal caminó varias horas antes de sentir presencias —primero dos, luego tres—. Las analizó por separado, con la máxima discreción.
Las más potentes no eran humanas: dislocaciones armónicas complejas, ecos profundos, torcidos. La otra… probablemente Azda.
Estaba en contacto con Transgresivos.



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En el texto hay: romance, mistico paranormal, enigma

Editado: 27.10.2025

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