El Guardián del Entrespacio

15 - No es magia, es ciencia - pero de un futuro lejano.

—¿Markal?

El pensamiento de Azda estaba cargado de alivio —y de una sonrisa interior que el Guardián se sorprendió saboreando.

—Azda.

No encontró nada más que añadir. El simple hecho de nombrarla le bastaba.
Luego, simultáneamente, sus intenciones se cruzaron:

—¿Cómo estás?

La dejó responder.

—Estoy bien. Estoy en Antioquía. Embarco esta noche rumbo a Túnez. El viaje ha sido duro, pero apasionante. Con algunos momentos… más estresantes. No he encontrado a Karima. Sólo a una Transgresora anciana, que había renunciado.

—Yo la he encontrado —respondió Markal—. Me encerró en un campo estático durante un tiempo. Ahora estoy a las puertas de Qurṭuba, camino del sur, y probablemente en su pista. Así que yo también, dirección Túnez.

—¿Te dejaste capturar por una mujer débil? —lanzó ella, burlona.

—No es exactamente la definición adecuada. Usa tecnologías avanzadas de Ehtrox.

—Interesante… —añadió ella, pensativa.

—Me parece notable que hayas recorrido todo ese camino. A través de lugares poco recomendables para una mujer.

—Soy muy hábil —replicó ella—. Hubo algunas pruebas difíciles. Como estar expuesta desnuda en un mercado de esclavos.

—¿Completamente desnuda? —dijo Markal, con una intención que no logró volver neutra.

—No necesitas alardear de tu perversión —ni de tu falta de compasión—, replicó, fingiendo enojo.

Él sonrió.

—Me alegra volver a encontrarte, Azda.

Ella no pudo reprimir una intención de placer.

Markal se sentía extrañamente más ligero mientras completaba el último tramo de su recorrido.

La carretera que había retomado estaba muy transitada: conducía directamente a los arrabales de la ciudad. Delante de él, una caravana mercante parecía inmovilizada. ¿Un control quizá? Molesto. Tendría que buscar otro acceso, o usar sus talentos… incluso el cristal. ¿Podía Karima detectarlo? ¿Estaba allí? No lo sabía.
Fue entonces cuando percibió armónicas de sufrimiento, débiles pero precisas, que emanaban de un corrillo al borde del camino. Se acercó.
Un monje, tendido en la misma tierra, estaba en el centro de una discusión viva. Los mercaderes querían reanudar la marcha cuanto antes. Otro monje, más joven, y un guía árabe insistían en atender de inmediato al herido.

Markal se inmiscuyó en la conversación con tono calmado.

—No soy médico, pero estudié en Túnez. Unas manipulaciones calmantes, nada más.

El herido, crispado, lo miró con ojo desconfiado.

—Entonces muéstramelo. Rápido.

Markal se arrodilló. Simuló algunos gestos aproximados, como para dar el pego, y luego se deslizó discretamente en la trama vibratoria del cuerpo. Interrumpió las armónicas dolorosas, reajustó los circuitos nerviosos y moduló un esquema metabólico de reparación acelerada.

El monje se relajó casi al instante; un suspiro de alivio cruzó sus labios. Intentó incorporarse de un salto, pero un dolor vivo lo clavó de nuevo.

Markal le dirigió una sonrisa ladeada.

—Por hoy, a la pata coja, si no le importa.

El monje soltó una risa seca.

—Tiene el tono de un charlatán, pero las manos de un ángel. Le debo algo.

Siguieron las presentaciones:

—Gerberto de Aurillac, monje benedictino. Vengo de Barcelona, por recomendación del conde Borrell.

Markal recordó que Karima conocía su nombre. Entonces evocó una misión anterior, los lazos que había tejido y el nombre que llevaba.

—Yâsîn —respondió simplemente—. Vengo de Zaragoza. Sin recomendación.

Reanudaron la marcha codo a codo, Markal ayudando a Gerberto a soportar su peso.

A las puertas de la ciudad, se acercó el puesto de guardia. Gerberto presentó un pliego lacrado —una carta del conde catalán— y luego señaló con calma a su séquito:

—Mi asistente, mi guía y… mi médico personal.

Markal se limitó a un saludo discreto. Entraba en Córdoba, falso médico, verdadero manipulador vibratorio, plenamente consciente de haber abusado de la situación —e ignorando que ese encuentro superaría sus expectativas.

El guardia devolvió el pliego sin hacer preguntas. Se autorizó la entrada de la caravana, y los viajeros se dispersaron poco a poco por las callejas animadas. Markal y Gerberto, precedidos por el guía, torcieron al sureste, dejando las arterias bulliciosas por vías más estrechas, bordeadas de casas bajas con postigos cerrados.
El sol seguía alto, pero la ciudad parecía suspendida en una modorra casi sagrada. En algunos patios se oía el borboteo de las fuentes. Sombras ligeras deslizaban entre celosías de madera calada. Por encima de los muros encalados, efluvios de higos maduros, menta machacada y polvo caliente acompañaban sus pasos.

—Nos acercamos al barrio de los letrados —dijo el guía—. La madraza del jeque Ibn Faraj está a unas brazas. Pero primero se alojarán en casa del astrólogo al-Yazir. Él ha aceptado hospedarles.

—¿Astrólogo? —repitió Markal, intrigado.



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En el texto hay: romance, mistico paranormal, enigma

Editado: 01.11.2025

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