En las tierras ardientes, donde el sol parecía nunca ocultarse del todo, nació August Francis Alaric, hijo del gran soberano de fuego. Su padre, un hombre imponente y severo, había guiado a su pueblo con la fuerza de las llamas y el peso de la tradición. La madre de August, en cambio, había muerto cuando él era apenas un niño, y esa ausencia marcó su carácter.
Aunque era el hijo más prestigioso y reconocido por su porte y su talento, August cargaba con una herida silenciosa: la distancia con sus hermanos. Ellos, nacidos de diferentes uniones de su padre, compartían el mismo don de controlar el fuego y tenían un temperamento feroz. Entre ellos y August existía rivalidad, desconfianza y hasta cierta envidia, pues, aunque todos brillaban con el fuego, él parecía ser el que más despertaba respeto y admiración entre los súbditos.
Del otro lado del mundo, donde la nieve caía como un manto eterno, vivía Artemia Barrett, hija del linaje de hielo. Sus padres, Eirac Barrett e Isolde, gobernaban el reino con la calma implacable del invierno. Él, con la severidad de los glaciares, era visto como un soberano sabio y distante; ella, con su delicadeza, templaba la dureza del hielo con una bondad serena que inspiraba confianza en su pueblo.
Artemia creció rodeada de varios hermanos, aunque no todos habían heredado el don del hielo. Entre ellos, solo algunos podían moldear la nieve o enfriar el aire con un soplo. Ella, sin embargo, era considerada un regalo especial: dulce, noble, con un espíritu que parecía danzar junto a la nieve misma.
Mientras August aprendía a contener las llamas que amenazaban con devorarlo desde dentro, Artemia se deslizaba entre montañas nevadas como si la escarcha la hubiera elegido a ella como su guardiana. Dos vidas paralelas, dos herederos de mundos opuestos, que aún ignoraban el peso de antiguos lazos que un día volverían a atarlos.
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amor, amor y una gran historia por descubrir., en el texto hay una historia de fantasia
Editado: 16.09.2025