El hombre caminaba en silencio entre los vallados, con una lámpara encendida en la mano. Sus pasos eran lentos, pesados, como si cada movimiento cargara años de recuerdos que aún lo perseguían. Aquel hombre, conocido por todos como el Guardián del Laberinto, había sido alguna vez maestro de los hombres de la familia Alaric. Había visto crecer a príncipes, soldados y herederos, y en todos ellos había intentado sembrar la rectitud, la valentía y el honor.
Pero su corazón llevaba una herida que nunca cicatrizó.
Su primer discípulo había sido Peter, un joven noble de fuego que se había enamorado de Liria, la muchacha de cabellos plateados que pertenecía al reino de la nieve. El Guardián los había descubierto una noche, temblando de miedo pero encendidos de amor. Les rogó que desistieran, que abandonaran esa locura antes de que ambos pagaran con la vida. Pero ellos no lo escucharon. Y una madrugada, entre gritos y sangre, los vio caer ejecutados, juntos, tomados de la mano.
Desde entonces, el Guardián se impuso un nuevo destino. Fue él quien pidió al príncipe que lo enviara a cuidar los vallados, esos límites sagrados que separaban al fuego de la nieve. Allí, entre árboles retorcidos y raíces húmedas, pasaba sus días vigilando, cuidando, advirtiendo.
Cuando algún joven se atrevía a cruzar, los frenaba con dureza:
—Retrocede —decía con voz grave—. Ese camino termina en la horca.
Y sin embargo, en su interior, sabía que la pasión nunca se detiene con advertencias. Por eso, en secreto, había trazado atajos, túneles ocultos y claros escondidos, lugares donde los enamorados podían encontrarse lejos de los ojos del mundo. Lo hacía no para alentar sus amores, sino para protegerlos de un final atroz.
Él amaba a los hombres de la familia Alaric como a sus propios hijos. Los había visto crecer, reír y llorar. Y cada vez que descubría un amor prohibido, el recuerdo de Peter y Liria volvía a atormentarlo, obligándolo a debatirse entre el deber y la compasión.
Aquella noche, mientras el viento soplaba fuerte entre las ramas, se detuvo frente al vallado principal. Pasó la mano por la madera helada y cerró los ojos. El eco de los gritos de Peter aún le quemaba en la memoria.
—Que no se repita… —susurró con amargura.
El Guardián respiró hondo y apretó el puño.
No podía permitir otra tragedia. No podía permitir otra ejecución.
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amor, amor y una gran historia por descubrir., en el texto hay una historia de fantasia
Editado: 29.09.2025