August había crecido rodeado de atenciones, sobre todo de jovencitas que lo miraban como si fuera un premio. Sin embargo, ninguna de ellas había logrado despertar en su corazón algo verdadero. Le parecían rostros vacíos, ojos que buscaban posición y no amor.
Artemia, en cambio, era de otro mundo. Soñadora, romántica, había llenado páginas con palabras dulces, pero nunca había sentido en carne propia aquello que los poemas describían. El amor, para ella, era un misterio aún no revelado.
Aquella tarde, el sol jugaba con los tonos del reino de fuego. August caminaba distraído, imaginando si algún día sería digno de gobernar esas tierras. Tomó una manzana de un árbol cercano y, apoyado en el tronco, mordió con calma, observando el horizonte.
Fue entonces cuando sus ojos se detuvieron en una escena insólita:
del otro lado del vallado, en el reino de la nieve, una mujer leía un libro sentada en medio del hielo. Su piel clara parecía confundirse con la blancura del paisaje, y sus cabellos oscuros caían como contraste sobre sus hombros.
—¿Quién haría algo así? —murmuró divertido.
Sin pensarlo demasiado, aclaró la voz y se dirigió a ella:
—Supongo que disfrutas de la nieve.
La doncella se sobresaltó y dejó escapar un pequeño grito. August, con una media sonrisa, alzó la mano en señal de disculpa.
—Perdón, no era mi intención asustarla. Solo estaba aquí, disfrutando de esta manzana, y la vi… tan entretenida en su libro, rodeada de nieve.
La joven cerró el libro con cuidado. Sus mejillas, habitualmente pálidas como el mármol, se tiñeron de un rosa inesperado. Se incorporó rápido, sacudiendo la nieve de su vestido.
—Mi nombre es Artemia Berret, un gusto, señor —respondió, haciendo una leve reverencia.
August, divertido por la seriedad con la que hablaba, se inclinó apenas hacia el vallado.
—Vaya… una señorita Berret disfrutando de la nieve. Un gusto conocerla. Mi nombre es August Alaric.
Extendió la mano por encima de las maderas, como quien ofrece un pacto invisible. Artemia dudó un instante, pero al ver su sonrisa cálida, aceptó el gesto. Suavemente, sus manos se encontraron por primera vez.
Ese simple contacto, casi inocente, fue suficiente para que algo nuevo comenzara a nacer en ambos.
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amor, amor y una gran historia por descubrir., en el texto hay una historia de fantasia
Editado: 29.09.2025