Desde aquel primer encuentro, August no volvió a ser el mismo.
 Durante días, regresó a los límites de su reino con la excusa de inspeccionar las vallas, controlar a los guardias o verificar el estado de las tierras.
 Pero en realidad buscaba una figura entre la nieve, una sombra, una presencia que lo había dejado inquieto.
 No sabía si esperaba verla o si temía hacerlo… pero cada tarde, sin falta, sus pasos lo llevaban hacia el mismo punto del vallado.
Y una de esas veces, la vio.
 Artemia estaba sentada sobre una roca blanca, el libro abierto entre las manos, aunque no leía. Su mirada se perdía entre las copas de los árboles helados, donde el viento silbaba suavemente.
 August se detuvo. El corazón le dio un golpe seco en el pecho.
 No se atrevió a hablarle. Se quedó allí, observándola desde la penumbra, el aire frío mordiéndole las mejillas. Había algo en ella que lo desarmaba, una mezcla de serenidad y misterio que no podía descifrar.
Artemia, por su parte, sentía que el aire cambiaba cada vez que lo pensaba.
 No entendía por qué no podía concentrarse en su lectura, ni por qué el recuerdo de aquella voz y aquella sonrisa le provocaban un calor extraño, impropio del reino de la nieve.
 Hasta que sintió esa mirada.
 Alzó los ojos y lo vio del otro lado del vallado, medio oculto entre las sombras.
—¿Por qué no hablaste si me viste? —preguntó, con una media sonrisa que le temblaba en los labios.
Él titubeó, pero se acercó un poco más.
 —Porque no estaba seguro de que quisieras verme —respondió.
—Tal vez sí quería —dijo ella, bajando la vista un instante, jugueteando con la orilla de su libro—. Pero no imaginé que volverías tan pronto.
August rió apenas, inclinando la cabeza.
 —He escuchado muchas cosas sobre las mujeres de tu familia. Quizás por eso vine con cautela.
—¿Cosas buenas o malas? —preguntó ella, fingiendo desinterés, aunque su mirada brillaba con picardía.
—Depende de quién las cuente —repuso él—. Algunos dicen que las Barret son hechiceras del corazón, que pueden volver loco a un hombre con solo mirarlo.
 Hizo una pausa, ladeando la sonrisa.
 —Otros dicen que solo son mujeres sabias… y peligrosamente sinceras.
Artemia levantó una ceja.
 —¿Y usted en cuál versión cree, señor Alaric?
August fingió pensarlo.
 —Aún no lo sé —murmuró—. Pero estoy dispuesto a comprobarlo.
Ella soltó una risa suave, una de esas que parecen romper el aire helado en mil cristales.
 —Cuidado, entonces. Las cosas que se prueban sin cuidado pueden dejar marca.
—Tal vez eso busco —dijo él, casi en un susurro.
Por un momento, ninguno habló.
 El silencio entre ambos era cálido, casi cómplice, y aunque el frío seguía presente, algo en sus miradas encendía el aire.
 Ella se apartó apenas, volviendo a tomar su libro, aunque ya no podía leer.
 Él, con una última mirada, se retiró del vallado, pero esta vez no con la incertidumbre del primero encuentro, sino con una certeza nueva:
 volvería a verla.
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amor, amor y una gran historia por descubrir., en el texto hay una historia de fantasia
Editado: 20.10.2025