El amanecer apenas rozaba los límites del vallado cuando August sintió la presencia del hombre que lo custodiaba. El guardián, con su capa oscura y el rostro marcado por los años, lo observaba con severidad.
—Príncipe August —dijo, con voz grave—. Debemos hablar.
August se irguió, todavía con el recuerdo del rostro de Artemia brillando en su mente.
—¿Qué sucede? —preguntó, intentando sonar indiferente.
El hombre clavó su bastón en la tierra helada.
—Debes dejar de venir aquí. No puedes volver a verla.
—¿Por qué? —replicó August, un poco más rápido de lo que hubiese querido.
—Porque cruzar los ojos con una Barret es abrir una herida antigua. Si sigues viniendo, algo malo ocurrirá.
—No me importa —dijo él con un suspiro, la voz casi temblando—. No pienso dejar de verla.
El guardián lo miró con tristeza.
—¿Acaso te estás enamorando de ella?
August bajó la vista. Un hilo de viento agitó su cabello, y sus dedos se cerraron con fuerza en torno al trozo de corteza que había arrancado del árbol.
—No lo sé —murmuró—. Creo que sí… pero no sé lo que es amar a alguien. Nunca lo supe.
Alzó la vista, y por un instante pareció más niño que príncipe.
—Y ahora, cuando la veo, cuando me mira… siento que lo estoy descubriendo.
El guardián guardó silencio. Por un momento, pareció debatirse entre la lealtad y la compasión.
—Si sigues este camino, muchacho —dijo finalmente—, el fuego y la nieve volverán a enfrentarse. Y tú podrías ser el primero en arder.
August sonrió con una mezcla de ternura y desafío.
—Entonces que arda —susurró—. Pero no pienso olvidarla.
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amor, amor y una gran historia por descubrir., en el texto hay una historia de fantasia
Editado: 18.11.2025