El Guardian Del Fuego y La Doncella De La Nieve.

El Llamado del Corazón.

La advertencia del guardián quedó flotando en el aire como un presagio, pero August no podía arrancársela del pecho.
Cada palabra resonaba, insistente, firme… pero inútil.

“Aléjate de ella.”
“No vuelvas a buscarla.”
“Las mujeres Barret han condenado a más de un Alaric.”

August intentó obedecer. De verdad lo intentó.

Esa mañana recorrió los pasillos de la fortaleza, habló con los aprendices, entrenó con la espada, ayudó a ordenar documentos en la biblioteca.
Pero todo lo hacía mecánicamente, sin alma.

Su mente volvía, inevitablemente, hacia esa joven que había visto del otro lado del vallado.

Hacia Artemia.

Hacia sus ojos claros, hacia esa manera suave de hablar, hacia la timidez con la que había aceptado su saludo.
Hacia la forma en que ella parecía… distinta a todas.

El guardián decía que era peligro.
Su corazón decía otra cosa.

Del otro lado del límite, Artemia tampoco encontraba paz.

Se sentó frente a su ventana con un libro que no podía leer.
Pasaba las páginas sin entenderlas, volvía atrás, suspiraba.
Se enojaba consigo misma por sentir algo que ni siquiera comprendía.

—No tiene sentido —murmuró cerrando el libro de golpe.

Pero en su mente aparecía esa mano cálida rozando la suya, esa sonrisa que la había dejado sin palabras, esa presencia que tembló en su memoria desde el instante en que él había saltado el vallado.

Ella no sabía qué era ese cosquilleo extraño en el pecho.
Nunca se había enamorado, jamás.
Y sin embargo…

“¿Vendrá hoy? ¿O fue solo una casualidad?”

Sacudió la cabeza, avergonzada de sí misma. No debía pensar así. Era peligroso, lo sabía. Su familia lo sabía. Ella había escuchado historias, murmullos de tragedias pasadas.

Pero aún así…

Su corazón latía un poquito más fuerte cada vez que recordaba su nombre.

August.

En el reino de fuego, el príncipe caminó inquieto por la sala principal.
Fue al comedor. Volvió. Subió escaleras. Las bajó otra vez.
Los guardias empezaban a mirarlo raro.

Finalmente decidió salir al patio exterior, como si el aire fresco pudiera ordenarle las ideas.

Pero los pasos, traicioneros, lo llevaron hacia la misma dirección.

Hacia el vallado.

No se acercó del todo.
No cruzó.
No la llamó.

Solo se quedó allí, oculto entre los árboles, mirando en silencio, preguntándose si ella aparecería, si acaso lo pensaría, si acaso lo recordaría.

Su corazón, obstinado, respondía antes que su razón:

Sí. Quiero verla otra vez.

Esa misma noche, en el reino de la nieve, Artemia salió con una capa azul para despejarse. La luna caía sobre el paisaje helado como un velo plateado.

Caminó sin rumbo, sin admitir que buscaba algo… o a alguien.

Llegó cerca del vallado.
No tanto como para tentar al destino, pero lo suficiente como para sentir esa frontera misteriosa entre ambos mundos.

Se quedó quieta… mirando las sombras, sin saber que al otro lado, muy cerca, August hacía lo mismo.

Era como si algo los llamara, algo suave, profundo, inevitable.
Un hilo invisible que unía un corazón al otro.

Ella suspiró.
Él cerró los ojos un instante.

Ninguno habló.
Ninguno cruzó.

Pero ambos sintieron exactamente lo mismo:

Algo dentro de ellos acababa de despertar.
Algo que jamás habían sentido.
Algo que no sabían nombrar… pero que ya no podían ignorar.

El llamado del corazón.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.