El pueblo estaba atrapado en una burbuja de tiempo donde los días parecían repetirse con la exactitud de un reloj bien calibrado, nadie lo notaba pero algo no andaba del todo bien, era como si existía por alguna extraña razón, algo fuera de su lugar. En su corazón, en el centro del pueblo, una tienda de relojes antiguos se alzaba como un santuario olvidado, permanecía allí, pese a los años, pasado por alto pero contenía gran relevancia para todos los que allí vivían. Detrás del mostrador mostrador, aquello que parecía estar sucio y cubierto de polvo, un mostrador que en sus laterales contenía diminutas telas de araña, estaba el señor que atendía, aquel señor de normal apariencia era conocido como: el Relojero, sin tener nada en particular este trabajaba como siempre en total silencio, siempre concentrado en lo que hacía, ensamblando piezas con precisión milimétrica, un espectáculo digno de ver, llevaba años en este oficio se podría decir que lo hacía hasta casi de modo automático. Sus manos, aunque arrugadas como pergaminos antiguos contenían la destreza necesaria para ensamblar cada engranaje, cada pieza en su respectivo lugar, estas mismas manos arrugadas parecían conocer los secretos de cada engranaje de la tienda, de cada péndulo en su centro, de cada tic-tac que escapaba de sus creaciones, un digno creador.
Como en todo pequeño pueblo, este no era la excepción ya saben lo que dicen pueblo chico infierno grande. Así que los rumores sobre su tienda circulaban como el viento: se decía que sus relojes no solo marcaban las horas, sino que contenían fragmentos de la vida misma. Esto era algo impactante para todos los que vivían y para todos los que iban de turista por supuesto, encantados esto era una gran atracción por las historias que se contaban allí. Algunos susurraban que podían devolver recuerdos, otros decían que se podía alterar destinos o incluso encerrar almas. Pero nadie sabía con certeza; todo aquello eran simples rumores meras especulaciones, hasta qué punto esas historias eran ciertas, lo cierto es que no se sabía siempre se distorsiona la realidad misma acerca de ellas así que era un misterio total… salvo el propio Relojero, por supuesto.
Una tarde como cualquier otra, la campanilla de la puerta resonó con un sonido extraño, como si el eco de su tintineo viajara más allá del presente, rodeando con una brisa de misterio. Un hombre de aspecto un tanto inquieto y mirada perdida entró, sosteniendo un reloj de bolsillo en sus manos. Estaba roto, casi se podría decir que ha sobrevivido de milagro, su carcasa de plata desgastada y su esfera, ni que decir estaba resquebrajada. Sin embargo, lo que más llamó la atención del anciano fue la inscripción grabada en la tapa, algo tan simple pero que le resultaba bastante peculiar:
Para quien debe recordar.
El Relojero lo tomó con dedos temblorosos, no era solamente por el estado en el que se encontraba el reloj sino también por lo que sentía dentro de sí al sostenerlo en su mano y en cuanto su piel tocó el metal frío, una oleada de imágenes cruzó fugazmente su mente, era algo inexplicable como si de un rollo fotográfico se trataba. Su expresión, normalmente impasible, se tensó, cambió la forma en la que miraba, ahora existía duda y un poco de temor aquello que creía desconocido.
—¿Dónde encontraste esto? —preguntó, su voz apenas se podía escuchar, poseía un leve susurro.
El hombre quien estaba aún de pie frente al polvoriento mostrador, tragó saliva, como si las palabras se le atascaran en la garganta, como si no existieran palabras para describir lo que quería decir en este momento.
—No lo encontré… —su voz tembló, se notaba el pavor que tenía dentro de él—. Creo que lo hice yo... Sonara ilógico ya lo se. —Una leve risita nerviosa salió de sus labios y su voz aún con un tono bajo. —Lo cierto es que eso es lo que creo y que fue hace mucho tiempo.
El Relojero lo miró fijamente, intentando pensar con cabeza fría, podría ser uno de los que viven en el pueblo con historias paranoicas y verdades a medias quien se quería poner en estas cosas, mirándolo nuevamente notaba que había algo de cierto en las palabras que este hombre pronunciaba. El aire en la tienda pareció volverse más denso, como si estuvieran confirmando los pensamientos del Relojero, los relojes por otro lado en las paredes oscilaron fuera de ritmo. Algo en el universo había cambiado con la llegada de aquel objeto y posiblemente con la del hombre de apariencia desconocida también.