Sin decir más, intentando buscarle sentido a todo aquello, el Relojero cerró con una gran destreza la tienda y con una rapidez en sus pasos condujo al hombre a la trastienda. Una vez entrando, allí, en medio de la penumbra, flotaba un colosal reloj de arena, era precioso, algo espectacular, digno de ver; aquel reloj de arena estaba suspendido en el aire sin apoyo alguno. Pero eso no era lo más impactante, no era un reloj de arena cualquiera, no solamente por como se encontraba sino por lo que contenía en su interior, ya que dentro de este no había arena, sino diminutas luces danzantes, estas maravillosas luces parecían ser estrellas atrapadas en un flujo incesante, estrellas que parecieron ser pescadas de una galaxia, aquellas que parecían formar una constelación mezclando tiempos.
—Este reloj... —Inicio a hablar el Relojero con voz lenta y pausada—, no mide el tiempo como lo conocemos —susurró el anciano finalmente—. Puede que suene hasta gracioso para algunos, pero así como lo puedes ver este reloj mide la memoria.
El visitante sintió un escalofrío recorrer su espalda, era como si algo dentro de él sabría que tan cierto era todo aquello, como si las palabras dichas por el Relojero tuvieran la verdad que tanto buscaba. Observó las luces girar en su danza hipnótica y, sin saber por qué, sintió que las conocía, no lo sabía pero así lo sentía para sus adentros.
—No entiendo… ¿Por qué siento que ya he estado aquí? Es extraño, es como si nunca hubiera estado pero a la vez es como que ya viví esto, como que conociera que yo había estado aquí en este instante.
El Relojero cerró los ojos, guardando la calma que tanto lo caracterizaba, como si su próximo aliento cargara el peso de siglos enteros, esperando este momento exacto para exponer la verdad que guardaba consigo.
—Porque tú creaste este reloj —dijo con solemnidad y sin dejar de mirar al hombre fijamente—. Pero el precio que pagaste por jugar con el tiempo fue tu propia existencia, es decir, con ella pagaste con tu vida misma, tus recuerdos, tus memorias, todo lo que te pertenecía, lo más preciado que tememos, aquello fue lo que debiste dar a cambio, un precio bastante alto fue lo que tuviste que pagar.
El hombre sintió un vacío abrirse en su mente, como si le taladraban los pensamientos, un torbellino de imágenes difusas, no lo podía creer pero ahí estaban haciéndose presente: sus manos trabajando sobre un engranaje brillante, el Relojero enseñándole los secretos de los relojes encantados, la obsesión por ir más allá creciendo en su interior hasta que cometió el error fatal.
—Intentaste detener el tiempo, algo bastante osado para que aun se te considere mantener con vida, intentaste encerrar momentos dentro de estos relojes… pero el tiempo no se deja atrapar, intentaste jugar con el tiempo, grave error. Creaste un mecanismo para deshacer el pasado y, en el proceso, te deshiciste a ti mismo.
El visitante sintió el reloj de bolsillo en su mano vibrar, como si despertara, como si este era el momento que estaba esperando. De pronto, lo comprendió todo: él no era solo un hombre con amnesia, él no era un simple demente con ideas de fantasía, era mucho más, él era un eco, una sombra de alguien que ya no existía en ninguna línea temporal. Su yo del pasado le había obsequiado algo, antes de desaparecer por completo, había dejado una última oportunidad, le había otorgado una pista de recuperar su historia: aquel reloj de bolsillo, con aquella enigmática inscripción.
—Si abres ese reloj —continuó el Relojero—, el tiempo se reescribirá. Recordarás quién eres… pero el tiempo también cobrará su deuda, así que piénsalo bien, esta es tu última oportunidad que se ta ha brindado, por favor, analizalo y no la desperdicies.
El hombre miró el reloj de arena flotante, luego el de bolsillo que contenía en su mano. Sabía que debía tomar una decisión, aunque dentro de él tenía miedo a equivocarse, esta vez no habrian segundas oportunidades, debía elegir sabiamente que hacer ya que a partir de ahora el tiempo correría a su lado y no pasaría por alto una vez más otra equivocación.