El guardián del tiempo

Prólogo

 


Martha y su amiga Zanna, caminaban hacía la casa de la tía de Martha, para pasar la noche ahí, porque no estaban en su ciudad natal ya que, al día siguiente, ambas debían presentarse en unas de las tantas oficinas de la universidad, para recibir una beca; sin embargo, andaban por un barrio desconocido, pues la calle que usualmente Martha caminaba para llegar a la casa de su tía, estaba inaccesible por reparaciones de obras públicas; así que, tuvieron que rodear unas cuantas calles más, sin saber, que aquel barrio era demasiado peligroso.

Ambas chicas se asustaron al ver a unos hombres armados que se detuvieron en medio de la zona dónde ambas caminaban; este lugar estaba rodeado por edificios, en los cuales, los vecinos tenían muy poca privacidad, las calles no tenían acceso a los automóviles porqué había un canal especial dónde corría el agua solo en tiempo de lluvia, por lo tanto, al mirar a los hombres armados, observaron el acontecimiento de su llegada, pues, las personas que disfrutaban de la tarde fuera de sus hogares, corrieron hacía sus departamentos a refugiarse, la muchedumbre de la colonia, tenía establecido un toque de queda, por las reglas rigurosas o injustas de los asesinos que los dominaban mediante el miedo. Los subordinados de los dueños del barrio, quienes llevaban consigo a dos chicas, se establecieron en medio del canal, dónde justamente, había un poste de hierro, casi todos los edificios tenían una ventana que daba hacía aquella dirección.

Un silbato sonó en la calle desolada, alertando a los vecinos que alguien iba a morir esa tarde. Los verdugos llevaban a dos chicas, de aproximadamente quince años, sus características físicas eran similares, ambas de cabello largo color castaño, piel pálida, misma estatura, Martha y su amiga dedujeron a simple vista que eran gemelas; sin embargo, se alertaron al notar que las dos rehenes iban con las manos atadas por detrás de la espalda con una soga. Eran conducidas por dos hombres, que las fijaron con otras sogas por las muñecas justo en el poste de hierro. Las dos niñas lloraban sin parar, a pesar, que sus sollozos eran mitigados por la tela que rodeaba sus bocas. Las chicas ambulantes se asustaron al ver tal escena repentina e inesperada, pero, lo que las hizo percibir el peligro que iban a vivir, fue qué a las dos, les colocaron un arma justo en sus cabezas. Cada una a un lado, tenían a un hombre apuntándoles con un arma. Los sicarios que en silencio amenazaban con sus armas de fuego, no iban a dejarlas con vida; aunque, uno de ellos cuestionó quienes eran. Ambas titubearon. No sabían que decir porqué se habían desviado, tal vez, al decir que se habían desviado para llegar a su destino podría traerles problemas más severos del que ya tenían o mucho peor, lo más congruente que pudieron pensar fue la muerte; por lo tanto, se miraron unos segundos con terror, porqué una de ellas debía llenarse de valor y contestar tan esperada pregunta.

Vienen conmigo –, abogó un anciano caminando hasta ellas. Rápidamente, al tener cerca a Zanna, estiró su brazo e hizo una seña para que las chicas lo siguieran a su hogar, en el edificio más cercano en la planta baja. Irónicamente, aquel viejo tenía el mejor lugar para presenciar la ejecución. Aquel anciano amable y devastado, tomó a Zanna por el hombro, conduciéndola hacia su morada; en el living solo había una mesa y una silla.  Martha, entró tras ellos percatándose de lo que sucedía allá afuera ladeando su cabeza para ver de reojo.

Las muchachas que lloraban, eran gemelas; cada una vestía diferente ropa. Las obligaron a ponerse de rodillas con un golpe por detrás de sus piernas, con las armas que ambos verdugos portaban.

Dentro en los apartamentos, las ventanas no tenían cortinas; ambas amigas volvieron a mirarse con miedo, porque iban a ver toda la ejecución. Ninguna de las dos había presenciado tal aniquilación en su vida, por lo tanto, miraron al anciano que las había acogido en su hogar, que yacía sentado en la única silla de aquella habitación, con los codos sobre la mesa, sin apartar sus ojos cristalinos de las muchachas cuya vida iba a terminar.

No miren, pueden sentarse recargándose en la pared. No hay cortinas porqué tenemos que ver cómo mueren. A veces, no logró soportarlo, pero, hacer que observemos la ejecución les da poder.

¿Qué hicieron? Preguntó Zanna.

Lo más probable es que nada…

Las pobres y devastadas gemelas, fueron rociadas con gasolina de pies a cabeza, luego, prendieron un encendedor encima de sus cabezas, dejándolos caer sobre sus cabellos húmedos. Con rapidez los gritos invadieron todo el lugar haciendo eco por la estructura del canal y la ubicación de los edificios. Eran lamentos tan desgarradores, que provocaron qué una de las amigas se abrazará las rodillas y comenzará a llorar de impotencia mientras hundía el rostro entre el espacio de sus piernas con su torso. El anciano, le aconsejó a Martha que no le ganará el morbo y no mirara por la ventana, porqué al no ser de esa colonia, podría causarles la muerte.  Se quedó bajo la ventana y gateó hasta su compañera que parecía tener una crisis de ansiedad severa; al estar cerca una de la otra, se abrazaron fuertemente, brindándose apoyo emocional y moral, pensando que ambas compartirían aquella experiencia por siempre y que ese abrazo sólo era un gesto para no sentirse solas en aquella desesperanzada situación, pues, al terminar tal espectáculo atroz, no sabrían que les iba a deparar el destino.




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