El guardián del tiempo

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Entendió bien el concepto de asesino que mata asesinos; aunque, la respuesta que quiere encontrar es por qué Lena lo ha metido en este tipo de embrollo mental. Primero debe acomodar que Lena Wolfgang es un guardián del tiempo que puede moverse en el espacio y tiempo como le plazca, porque un tipo de cabello rubio mató a dos narcotraficantes que mataron a dos muchachas en una hoguera, mientras Martha y Zanna intentaban escapar de aquel callejón del diablo y, además, vieron el momento exacto que el guardián del tiempo asesinó a los dos individuos, por lo tanto, este retó a las dos chicas; vencido dijo la cláusula de los guardianes del tiempo:

Soy un guardián del tiempo, y si me has visto tienes dos opciones: unirte a nosotros o matarme...sea cual sea tu elección, los dioses te han otorgado una misión.

– Mierda...

La luz que iluminaba su hogar se esfumó en un parpadeó. Intentó buscar a su esposa en la oscuridad con su vista, pero, es imposible, hubo un apagón en todo el vecindario, por lo tanto, agradece que Carol y Dexter están profundamente dormidos en su habitación. Susan recarga la cabeza en su hombro, él por su parte, deja el manuscrito sobre la pequeña mesa lateral cerca del sillón. Recarga su cabeza en la de su esposa y en la oscuridad busca su mano para entrelazarla con la suya. Pareciera que los dos han quedado con la intriga temporal cada quién con su asunto.

– ¿Le temes a la oscuridad? – Dijo Susan suspirando. No veía nada. A pesar de vivir tanto tiempo en esa casa, no podría ir a su habitación sola.

– No... – Respondió Belial levantándose delicadamente del sofá llevando a su esposa consigo. – El cuento del coco quedó en el pasado hace tiempo.

– Eres mi héroe. – Elogió Susan.

– No le tengo miedo al coco, pero, me dan miedo las sombras que veo por las noches en la habitación, después de apagar las luces. Cariño, ¿te he dicho la infinidad de veces que me han jalado los pies?

– Belial...

– Susan...

– Me disgustaría mucho si los niños te escucharan decir tonterías de esta clase y luego, ninguno de los dos querrá dormir en sus habitaciones... – Apretó su mano, expresando su desacuerdo.

– Es lo mismo, tú les cuentas que si no se duermen temprano vendrá el coco a comérselos... – Susan dio un suspiro. – ¿Lo ves?

Ambos siguieron caminando entre la oscuridad en silencio hasta llegar a su habitación, por suerte se veía la luz de la Luna, que era tapada por la delgada cortina semitransparente que cubría la ventana enorme de la habitación. Susan soltó de la mano a su esposo y se encaminó hasta la cama, dónde rápidamente se acostó, Belial le dedico una sonrisa y dio media vuelta.

– Voy por algo de comer... – dijo, saboreando el sabor de las galletas que devoraría en la soledad de la cocina, sin niños que le quitaran las golosinas.

Camino pues hacía las escaleras, sabía de memoria el número de escalones a pesar que no los veía por la oscuridad, luego, dio media vuelta y camino por el pasillo, que dejaba ver las sombras de las ventanas que estaban encima de su cabeza. Al llegar a la cocina, se acercó a la alacena, abrió las puertas y tomó la primera caja de galletas que vio, cerró las puertas, dio media vuelta y sacó un paquete, dejó la caja al lado del fregadero y abrió el paquete de galletas.

– Son mis favoritas.

Belial giró un poco la cabeza, con la galleta a mitad de camino a su boca; estaba volviéndose loco. Juraría que había escuchado la voz de Lena a unos centímetros de distancia.




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